09 Nov
Tras la guerra civil, España quedó sumida en una profunda penuria económica, con una sociedad fragmentada, y aislada internacionalmente. La vida cultural del país se vio condicionada por el exilio de buena parte de los escritores y la ausencia de libertades provocada por la represión y la censura. Se suelen señalar en la narrativa de este periodo diferentes tendencias: la novela existencial de los años cuarenta, la novela social de los cincuenta y la novela experimental, que se desarrolla aproximadamente desde 1960 hasta 1975.
Durante la Guerra Civil se desarrollará una narrativa ideológica, que defenderá los principios del régimen franquista, donde destaca la novela Madrid, de corte a checa de Agustín de Foxá. Una visión opuesta sobre la guerra la ofrecen varios de los novelistas exiliados: Arturo Barea (La forja de un rebelde), Ramón J. Sender (Réquiem por un campesino español), Rosa Chacel o Francisco Ayala.
Tras el fin de la guerra, el arranque de la novela más interesante se inicia con la publicación de La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, y Nada de Carmen Laforet. Ambas pertenecen a la tendencia más importante de la década de 1940: la novela realista existencial, que se caracteriza por una visión pesimista y desoladora de la realidad. Los temas tratados suelen ser la incertidumbre, la soledad, la incomunicación, la frustración y el sufrimiento de los personajes. La novela de Cela inaugura el denominado tremendismo, corriente narrativa que plasma con un tono agrio y descarnado los aspectos más crudos y miserables de la realidad. La novela existencialista Nada relata el desengaño e insatisfacción de una joven que se ha trasladado a Barcelona a vivir con unos familiares. Esta novela y otras como La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes, y Los Abel, de Ana María Matute, retratan el ambiente de la sociedad española de la posguerra: hambre odio, tristeza, miseria.
En la década de 1950 se desarrolla el Realismo social. Se caracteriza por un Realismo crítico, la presencia de un estilo sencillo y el predominio del diálogo sobre la narración. Los escritores denuncian la pobreza, las injusticias y las desigualdades sociales. El protagonista ahora es la colectividad o individuos representativos de la sociedad: burgueses, obreros, campesinos, habitantes de los suburbios… La colmena de Camilo José Cela, es la precursora de la novela social. A través de secuencias narrativas y costumbristas, su autor plasma la vida gris y mediocre de múltiples personajes de la sociedad madrileña de posguerra. Otros títulos significativos son: La noria, de Luis Romero, obra que describe un día en la vida de Barcelona a través de más de treinta personajes; La mina, de Armando López Salinas, novela que denuncia las condiciones inhumanas en las que trabajan los mineros; Entre visillos, de Carmen Martín Gaite, obra que refleja la hipocresía de la burguésía de una ciudad de provincias; y Primera memoria, de Ana María Matute, novela que refleja los lamentables efectos de la guerra en los niños y adolescentes. Miguel Delibes es considerado, junto a Cela, uno de los grandes narradores de la segunda mitad del Siglo XX. Suele abordar en sus novelas el mundo rural castellano denunciando el abuso de poder, la injusticia social y la destrucción del medio natural. En esta época escribe, entre otras, El camino, La hoja roja y Mi idolatrado hijo Sisí. Hay que resaltar también la novela El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio. La importancia de la novela radica en que inicia el llamado neorrealismo, cuya carácterística principal es la presentación de la realidad por parte del narrador sin emitir juicios de valor.
Desde 1960 y hasta 1975 aproximadamente, aunque no se abandona completamente la crítica y la preocupación social, prima la experimentación. En la novela experimental, el argumento pierde importancia, surgen nuevas formas de puntuación y tipografía, el lenguaje es más retórico y se emplean nuevas técnicas como el contrapunto, el perspectivismo y el monólogo interior. Aparecen, asimismo, digresiones del autor, desorden temporal y cambios constantes de narrador y registros lingüísticos. La obra que inaugura este nuevo ciclo de la novela española es Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, que es un retrato de la sociedad española subdesarrollada en el que su protagonista, un joven médico, simboliza la resignación de nuestro país. Otras novelas representativas de esta tendencia son, Volverás a Regíón, de Juan Benet, Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, y Señas de identidad, de Juan Goytisolo. También se unen a la novela experimental autores anteriores como Camilo José Cela con San Camilo, 1936 y Miguel Delibes que publica dos de sus mejores obras: Las ratas y Cinco horas con Mario.
En los primeros años 70 ya existe una mayor libertad para los escritores debido a la relajación de la censura, el contacto con novelistas del exilio y la influencia del boom de la novela hispanoamericana. En este panorama publican autores como Gonzalo Torrente Ballester con La saga/fuga de J.B. Con la llegada de la democracia, la novela experimental deja paso a una diversidad de tendencias que será el rasgo más significativo de la narrativa española de las últimas décadas. La novela que supone el punto de inflexión es La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza. A partir de aquí aparecerán diferentes subgéneros: novela policíaca con Manuel Vázquez Montalbán y su saga del detective Pepe Carvalho: novela realista con Almudena Grandes ( Malena es un nombre de tango); novela histórica con Javier Cercas ( Soldados de Salamina) y la novela que triunfa que mezcla aventura, intriga y misterio con Arturo Pérez Reverté ( La tabla de Flandes) o Carlos Ruiz Zafón( La sombra del viento)
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