04 May
La Guerra Civil dejó un panorama teatral desolador: Valle Inclán y García Lorca murieron en 1936, muchos autores tuvieron que exiliarse y los que permanecieron en España sufrieron la rígida censura. Esto supuso que la escena española quedase apartada de las corrientes renovadoras de la dramaturgia europea. A esto hay que sumar la penuria económica de la época que obligaba a los empresarios a apostar únicamente por obras de evasión acordes con los gustos del público.
Por ello, el teatro de posguerra, concebido para el entretenimiento, se centra en representar las costumbres y problemas morales de la clase media, con un ligero tono crítico. Estas obras reflejan los valores oficiales del franquismo, como el catolicismo, el patriotismo, la entrega al trabajo o el matrimonio tradicional. La temática es limitada, aunque puede dividirse en dos tendencias: las obras de asunto real, que tratan problemas económicos, de conciencia, amorosos, etc., y las obras de tono poético, que introducen un elemento fantástico que distorsiona la realidad y da lugar a situaciones poco verosímiles.
De entre los autores relevantes, destacan fundamentalmente tres. Enrique Jardiel Poncela introdujo innovaciones a través del humor, desarrollando un teatro de lo inverosímil cuyos ejes principales fueron el misterio y la locura de los personajes. Entre sus obras más aplaudidas se encuentran Una noche de primavera sin sueño (1927), Eloísa está debajo de un almendro (1940) o Cuatro corazones con freno y marcha atrás (1936). El humor también está presente en la obra de Miguel Mihura, aunque en su caso es crítico y se usa para denunciar la falsedad de las convenciones sociales. Su obra más importante es Tres sombreros de copa (1932), estrenada en 1952 y que supuso un paso adelante en la renovación del teatro de la época. Otros títulos destacables son El caso de la mujer asesinadita (1946) y Maribel y la extraña familia (1959). Muy diferente es el teatro de Alejandro Casona, autor que ya había logrado un éxito considerable antes de la Guerra Civil. Sus primeras obras plantean un conflicto entre la realidad y la fantasía y su estilo se caracteriza por la perfección formal y un léxico cuidado, así como por la combinación de elementos sobrenaturales y el costumbrismo. Sus obras más relevantes son Prohibido suicidarse en primavera (1937), La dama del alba (1944) y La barca sin pescador (1945).
A finales de los años cuarenta, algunos dramaturgos trataron de llevar a escena obras más hondas de contenido existencial y social.
Este tipo de piezas se ha calificado como teatro soterrado, puesto que la censura y la cautela de los empresarios impidieron la representación de estas obras innovadoras en escenarios importantes y su difusión fue limitada. La obra de Antonio Buero Vallejo Historia de una escalera (1949) inauguró en España la corriente de teatro existencial, que reflexionaba sobre el sentido de la vida, la condición humana o la frustración de las ilusiones. La peculiaridad del teatro de Buero Vallejo consiste en que sus obras no dan respuesta a estas cuestiones universales, sino que dejan los interrogantes abiertos para suscitar la reflexión de los espectadores. Otros de sus títulos destacables son El tragaluz (1967) y La Fundación (1974). Dos importantes dramaturgos de esta época fueron también Alfonso Sastre y Lauro Olmo.
Desde finales de los años sesenta, la censura comenzó a ser más permisiva, lo que dio lugar a la composición de obras más innovadoras en cuanto a los temas y técnicas escenográficas. La obra del dramaturgo Fernando Arrabal fue revolucionaria para la escena española, puesto que evoluciona hacia el teatro pánico, una nueva clase de dramaturgia rompedora y libre que se rebela contra la sinrazón del mundo y persigue la provocación. Entre sus obras podemos destacar Pic-nic (1952) y El triciclo (1953). El autor Francisco Nieva refleja en sus obras el tema de la imposibilidad del desarrollo pleno del ser humano como consecuencia de la represión social y espiritual, que aborda rompiendo con los esquemas realistas. Algunos de sus títulos son La carroza de plomo candente (1972) y Sombra y quimera de Larra (1976).
En conclusión, el teatro español desde la Guerra Civil hasta 1975 experimenta una notable evolución, que a finales de los sesenta y principios de los setenta anuncia las relevantes innovaciones temáticas y técnicas que van a darse plenamente con la llegada de la democracia.
La Guerra Civil y la dictadura afectan al devenir de la narrativa española, que en la posguerra está muy marcada por el duro contexto político y social. No obstante, la novela experimenta un especial resurgimiento y se muestra como el género más apropiado para mostrar la terrible situación en la que el país ha quedado sumido.
En la década de los cuarenta, aunque algunos autores afines al régimen cultivan una novela idealista, la tendencia más importante es sin duda el Realismo existencial. Se trata de novelas pesimistas que reflejan la miseria moral y material del país tras la guerra, y la frustración de unos personajes que se muestran desarraigados y desilusionados. Sobresale la novela La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, duro relato de la vida desgraciada de un campesino extremeño, que emplea la técnica del tremendismo, es decir, un Realismo centrado en los aspectos más truculentos de la realidad, que influyó en escritores posteriores. Destaca también Nada (1944), de Carmen Laforet, que relata el desengaño de una joven que se traslada a Barcelona, donde se encuentra con un ambiente moral degradado. Además, en esta década comienzan a publicar sus primeras obras otras tres grandes personalidades de la novela española de la segunda mitad de siglo: Miguel Delibes (La sombra del ciprés es alargada), Ana María Matute (Los Abel) y Gonzalo Torrente Ballester (Javier Mariño).
En la década de los cincuenta la tendencia predominante es la conocida como Realismo social, que denuncia con dureza la injusticia, la pobreza y la desigualdad de clases. El protagonista ahora es la colectividad o individuos que representan determinadas clases sociales: obreros, campesinos, burgueses, habitantes de los suburbios… La colmena (1951), de Cela, es la precursora de esta novela social y en ella se plasma la vida mediocre de múltiples personajes de la sociedad madrileña. Otra obra representativa es El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio. Además de los mencionados, algunos de los narradores más interesantes de esta época son Miguel Delibes, Ignacio Aldecoa, Juan Goytisolo o Carmen Martín Gaite.
Desde los años sesenta y hasta 1975 aproximadamente, aunque no se abandona completamente la crítica social, prima la experimentación. El argumento pierde importancia, surgen nuevas formas de puntuación y tipografía, y se emplean nuevas técnicas como el perspectivismo y el monólogo interior. El personaje suele estar en conflicto consigo mismo buscando su identidad o en lucha con el medio social que trata de destruirlo. A esta renovación contribuye tanto la difusión en esos años de la obra de autores europeos y norteamericanos (Marcel Proust, James Joyce, Franz Kafka…) como el éxito de la narrativa hispanoamericana conocido como el boom. A estos nuevos cambios se incorporan escritores ya consagrados en la década precedente. La novela esencial que inaugura este nuevo ciclo es Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos. Otras novelas representativas de esta tendencia son, entre otras, La saga/fuga de J.B., de Torrente Ballester; Si te dicen que caí, de Juan Marsé, y Señas de identidad, de Juan Goytisolo.
Mención aparte merecen las obras de Cela y Delibes que, a lo largo de sus dilatadas carreras literarias de más de medio siglo, experimentan y escriben novelas heterogéneas y de enorme relevancia. Respecto a Cela, además de las ya mencionadas, destacan San Camilo, 1936 (1939) y Mazurca para dos muertos (1983). En el caso de Delibes, cabe citar, entre otras, El camino (1950), que fue una de las novelas más significativas del Realismo social de los 50; Cinco horas con Mario (1966) o Los santos inocentes (1981).
En definitiva, desde la posguerra hasta 1975 la narrativa española experimenta una notable evolución gracias al magisterio de relevantes escritores. Con la llegada de la democracia, la novela será el género más vendido y no será fácil distinguir corrientes o escuelas definidas, sino que la narrativa se presentará como un panorama heterogéneo de tendencias y autores.
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