11 Oct
Tras la Guerra Civil se produjo un estancamiento en la novela y se inició una etapa que rompió estéticamente con las corrientes narrativas anteriores. Además, varios autores relevantes tuvieron que exiliarse: Max Aub, Francisco Ayala o Ramón J. Sender, entre otros.
La novela de los 40
En los años 40 predominaron tres orientaciones narrativas:
- El realismo tradicional
- El realismo existencial
- El “tremendismo”
De manera marginal, encontramos también una narrativa con elementos fantásticos y humorísticos.
El realismo tradicional
La mayoría de las obras de la década de los 40 se inscriben dentro del realismo tradicional. Se trata de una narrativa ajustada a las técnicas realistas decimonónicas en la que destaca, entre otros, Ignacio Agustí con Mariona Rebull.
El realismo existencial y el tremendismo
La novela existencial muestra el sinsentido y el vacío de la vida, la incertidumbre del destino humano y la incomunicación. Los personajes se muestran desorientados, oprimidos o, incluso, violentos. Se suele incluir en esta línea novelesca el llamado “tremendismo”, que inaugura Camilo José Cela en 1942 con La familia de Pascual Duarte. Esta corriente profundiza en los aspectos más brutales y sórdidos de la naturaleza humana. Los escenarios suelen ser espacios rurales habitados por seres marginados y violentos. La obra de Cela presenta la autobiografía ficticia de un condenado a muerte que justifica su conducta por las desgracias padecidas y por un destino marcado por la fatalidad, viéndose impulsado a actuar con una violencia desenfrenada.
Pero la novela que mejor representó la narrativa existencial fue Nada, de Carmen Laforet, que narra la historia de una muchacha que va a estudiar a Barcelona, donde vive con sus familiares en un ambiente de incomunicación, mezquindad e ilusiones fracasadas. Destacamos también a Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada.
La narrativa fantástica
La narrativa con elementos fantásticos tiene un espacio muy pequeño en los años 40, pero podemos señalar a Álvaro Cunqueiro y a Wenceslao Fernández Flórez (El bosque animado).
La novela de los 50
En la década de los 50 asistimos a un renacimiento del género narrativo en el que participan autores que ya habían publicado en los años 40, como Cela, Delibes o Torrente Ballester. Sobresale La colmena, de Camilo José Cela (1951), que nos acerca a la realidad cotidiana del Madrid de la posguerra a través de las vidas de más de trescientos personajes marcados por la miseria y la desilusión que se articulan como un personaje colectivo en un texto fragmentario que muestra episodios fugaces de esas vidas. Destacan también la trilogía Los gozos y las sombras, de Torrente Ballester, retrato realista de la sociedad gallega de antes de la guerra, y El camino, de Miguel Delibes.
La generación del medio siglo
Pero el hecho decisivo en los años 50 es la aparición de narradores jóvenes integrantes de la llamada generación del medio siglo, los cuales defienden la función social de la literatura. Por ello sus temas se centran en problemas contemporáneos: el vacío y el egoísmo de la burguesía, las duras condiciones de la vida en el campo, la explotación del proletariado… Utilizan una técnica objetivista, de modo que el narrador cuenta solo lo que se ofrece a la vista de cualquier observador, dejando que los personajes y los hechos hablen por sí mismos, y no realiza valoraciones subjetivas, ni penetra en los pensamientos de los personajes. Otros rasgos significativos son:
- El empleo de un protagonista colectivo, generalmente un grupo social.
- La concentración del tiempo y el espacio narrativo.
- La estructura fragmentaria.
- El predominio del diálogo.
- Un lenguaje sencillo, en muchas ocasiones coloquial.
Neorrealismo y realismo social
Más allá de estos rasgos comunes, existen diferencias en la novela social de los escritores de esta generación, por lo que se distinguen dos líneas narrativas: la neorrealista y la del realismo social. La primera muestra una denuncia más atenuada que deja espacio para la expresión del sufrimiento y la soledad del hombre, y se advierte una mayor preocupación por la forma. La obra más destacada de esta tendencia es El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio. Junto a él aparecen otros narradores: Carmen Martín Gaite (Entre visillos) Ignacio Aldecoa (El fulgor y la sangre) y Ana María Matute (Los hijos muertos), entre otros. El realismo social supuso una intensificación de la vertiente neorrealista: sus temas atañen normalmente al mundo obrero o al burgués, mostrando un marcado carácter combativo con un talante más político. Entre sus cultivadores encontramos a Juan Goytisolo, considerado uno de los novelistas más destacados de esta generación (Fiestas); Juan García Hortelano (Nuevas amistades) y Luis Goytisolo (Las afueras).
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