01 Mar
banca –organismo privado que otorgaba préstamos, invertía dinero o se orientaba al ahorro– y las exitosas operaciones de la Bolsa –mercado de compraventa de acciones o participaciones de una sociedad–. La sociedad anónima, compañía formada por múltiples inversores que aportaban una suma para su constitución, se convirtió en la unidad básica de producción.
Cartel: grupo de empresas independientes que negocian entre sí precios, producción y mercados.
Trust: uníón de empresas de un mismo sector económico.
Holding: empresa financiera que posee otras empresas que se dedican a diversas actividades.
Los transportes experimentaron un avance espectacular:
El ferrocarril conectó cada vez más territorios. Entre 1850 y 1914, en Europa se construyeron más de 400 000 km de red ferroviaria. En Estados Unidos, el tren transcontinental enlazó la costa atlántica con el Pacífico y se convirtió en el medio de colonización del Oeste americano.
Veloces barcos con casco de acero facilitaron la expansión del comercio mundial de productos agrícolas, ganaderos e industriales. La navegación marítima incorporó la propulsión por hélices; más tarde, los motores de vapor sustituyeron a la antigua navegación a vela.
El automóvil con motor de gasolina, aplicado por Benz en 1886 a este transporte, incorporó mejoras y avances progresivos (neumáticos, marchas…) hasta generalizarse en el siglo xx.
Esta época también inauguró la era de la aviación.
La reorganización del trabajo contribuyó al aumento de la productividad industrial. En Estados Unidos, a finales del Siglo XIX, F. W. Taylor desarrolló un nuevo método de organización del trabajo. Este método, denominado taylorismo, asignaba a cada obrero una única tarea en la elaboración de un producto industrial, imponiendo así la división del trabajo como modelo productivo. Décadas después, Henry Ford aplicó este principio a la cadena de montaje de sus fábricas de automóviles.
El capitalismo se adaptó a las necesidades de la industrialización. Creó bancos que guardaban el dinero de los ahorradores y daban créditos a las empresas industriales y ferroviarias. Destacaron familias de banqueros como los Péreiré y los Rothschild.
Las empresas tendieron a una creciente concentración empresarial, con la creación de carteles, trust y holdings. Estas fusiones de empresas tenían como objetivo evitar la competencia entre vendedores, para controlar de forma exclusiva el mercado. Grandes empresarios monopolizaron así diversos sectores económicos: Rockefeller (Estados Unidos), el petróleo; Krupp (Alemania), el armamento; Nobel (Suecia), los explosivos, etc.
La industrialización de Asía
Japón llevó a cabo una intensa modernización, con el asesoramiento de técnicos europeos y norteamericanos, a partir de 1868. El Estado acaparó de manera casi total las inversiones en la industria textil, siderúrgica y las construcciones naval y ferroviaria. Este proceso fue una modificación tan radical que rompíó el sistema feudal preexistente y transformó el país por completo. Desde la década de 1880, el Estado permitíó la compra de las compañías públicas por parte de poderosos capitalistas privados, lo cual generó una creciente concentración financiera e industrial –que ha llegado hasta nuestros días– similar a los trust, que se denominaron zaibatsus.
Durante las siguientes décadas, Japón dominó gran parte del sudeste asíático, apoyado en una elaborada combinación de tradición militarista, tecnología armamentística y penetración en los mercados extranjeros vecinos. Así, el Imperio del Sol Naciente emprendíó las conquistas de Corea y China, e inició de esta manera la carrera por la hegemonía del Pacífico, porque, al carecer de recursos naturales y de abundantes materias primas, asumíó que ese era el único modo de poder acceder al carbón y al hierro que necesitaba.
Sin embargo, la industrialización japonesa demostraría ser un caso aislado hasta después de la Segunda Guerra Mundial, puesto que la mayoría de territorios asíáticos eran en aquel momento objeto de colonización (India, Birmania, Indochina, Indonesia) o de la ocupación de muchos de sus puertos por potencias extranjeras, como sucedía en China.
La industrialización en Estados Unidos
A finales del Siglo XIX, Estados Unidos se convirtió en la primera potencia industrial del mundo. La industrialización fue allí muy intensa debida a la importante inmigración de europeos, la rápida implantación del ferrocarril y la presencia de grandes inventores. Así, por ejemplo, la cosechadora mecánica de McCormick vino a solucionar la escasez de mano de obra en el norte de Estados Unidos. La mayor parte de las innovaciones en la organización del trabajo y de las empresas capitalistas propias de esta época serían estadounidenses.
La sociedad de clases
La sociedad de clases es la forma de estratificación social propia de la época liberal e industrial. Las revoluciones liberales sentaron las bases legales para la igualdad jurídica de los ciudadanos, eliminando los estamentos que habían caracterizado el Antiguo Régimen. Sin embargo, la industrialización contribuyó a la desigualdad económica entre los individuos, de modo que la riqueza se convirtió en el nuevo criterio de división social. La sociedad se organizó en tres clases: una reducida clase rica y acomodada; una variada, aunque escasa, clase media, y una gran clase trabajadora empobrecida.
Las clases ricas
Estaban formadas por la nobleza del Antiguo Régimen y por la alta burguésía. Esta última también era muy rica, ya que integraba a banqueros, grandes industriales y comerciantes, especuladores y dueños de compañías de transportes, enriquecidos gracias a la industrialización.
Los avances técnicos y científicos fomentaron las profesiones liberales entre la burguésía media: profesores, abogados, economistas, ingenieros, médicos, etc. Esta clase también incluía funcionarios, empleados de bancos, empresas y oficinas, y la pequeña burguésía de comerciantes y artesanos.
Loscampesinos seguían siendo mayoritarios en relación al total de la población. Vivían en condiciones de pobreza extrema y la industrialización no los benefició. Por el contrario, el aumento de la población y la mecanización agraria acrecentó el paro en el campo, empujando a millones de agricultores europeos al éxodo rural y a la emigración transoceánica. La gran mayoría de ellos acabarían trabajando como obreros industriales en las ciudades, en pleno auge urbano.
En las ciudades, la Revolución Industrial transformó gradualmente la estructura laboral, por lo que el taller y la fábrica convivieron durante los siglos xviii y xix. En consecuencia, la clase trabajadora urbana no era homogénea.
Al inicio de la industrialización, los artesanos eran la clase urbana mayoritaria. Trabajaban en talleres dedicados a la fabricación de tejidos, calzado, muebles, etc. Muchos de ellos se arruinaron porque sus productos resultaban más caros que los que se producían en serie en las fábricas, por lo que el número de artesanos descendíó paulatinamente.
Al mismo tiempo, el número de obreros industriales crecíó al desarrollarse la industrialización. También denominada proletaria, la clase obrera la formaban hombres, mujeres y niños que trabajaban en fábricas con máquinas que no requerían habilidad ni fuerza. No controlaban ya el proceso de elaboración de un producto, a causa de la división del trabajo, por lo que eran fácilmente sustituibles. Sus jornadas eran muy largas y los salarios, muy bajos.
Junto a artesanos y obreros, entre las clases trabajadoras figuraban los empleados más humildes del sector terciario, como criados, dependientes, etc.
El marxismo
El socialismo marxista toma su nombre del filósofo alemán Karl Marx (1818-1883).
Marx vivíó exiliado en diversas ciudades europeas, entre ellas, en Londres. Allí pudo conocer de cerca el proceso de industrialización y las profundas desigualdades sociales que generaba. En su obra más célebre, El manifiesto comunista (1848), Marx y su colaborador, Friedrich Engels (1820-1895), defendieron que la lucha revolucionaria del proletariado contra la burguésía desembocaría en el triunfo de la clase obrera y en la instalación de una sociedad comunista, sin Estado, clases sociales, ni propiedad privada.
Entre la clase obrera la ideología marxista alcanzó una enorme influencia, que se prolongó hasta el siglo xx. Sus bases fueron:
El materialismo histórico. Se basa en la posesión de los medios de producción. Quienes carecen de ellos solo poseen su fuerza de trabajo y son explotados.
La lucha de clases. Todas las sociedades se dividen en clases económicamente desiguales: los opresores y los oprimidos. La relación entre ambas es conflictiva y los trabajadores luchan contra esa explotación por medio de la revolución.
El cambio social. Mediante la lucha revolucionaria de los obreros, la clase opresora –la burguésía– desaparecerá. Se inaugurará así una «dictadura del proletariado», en la que la clase obrera dirigirá el Estado y será propietaria de los medios de producción.
Fue desarrollada por pensadores como el aristócrata ruso Mijaíl Bakunin (1814-1876), que defendía una sociedad sin ningún tipo de autoridad política, económica o religiosa, organizada en comunas gestionadas por los propios trabajadores. El anarquismo era contrario a la acción política parlamentaria y otorgaba mucho protagonismo al campesinado en la lucha contra el capitalismo. Su participación política se basaba en la acción directa mediante huelgas, movilizaciones y, llegado el caso, actos violentos y de sabotaje. Tuvo una implantación menor que el marxismo, salvo en países como Italia o España.
La organización obrera
El proletariado tardó décadas en tomar conciencia de clase. Las condiciones extremas de trabajo no dejaban tiempo a los obreros para organizar una mínima resistencia ante los abusos impuestos por la organización de la producción industrial. Gracias a líderes y pensadores, que fueron capaces de difundir las ideologías socialistas en términos fácilmente comprensibles, y a la asunción por parte de los Estados de estos hechos como irremediables, se llegaron a formar sindicatos, partidos y organizaciones obreras internacionales.
Los primeros sindicatos eran asociaciones de ayuda mutua. Las cuotas que los trabajadores pagaban al sindicato se utilizaban para apoyar a quienes padecían situaciones de paro, enfermedad o viudedad. Más tarde se crearon sindicatos que empezaron a utilizar la huelga para arrancar a los empresarios mejoras laborales. En Inglaterra, los primeros sindicatos, los TradeUnions, datan de la década de 1820. En otros países europeos, este proceso no comenzaría hasta la segunda mitad del siglo xix, por el retraso de la industrialización y por la represión de las revoluciones obreras en 1848.
En la década de 1860 se inició el internacionalismo proletario. En 1864 se fundó en Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), después denominada Primera Internacional. Los ideólogos más importantes de la época, Marx y Bakunin, fueron sus dirigentes, aunque estaban enfrentados por sus distintos puntos de vista sobre la participación del proletariado en la vida política. Las divergencias entre marxistas y anarquistas fueron tales que la Internacional se disolvíó en 1876, afectada también por la gran represión que siguió a la participación obrera en la Comuna de París, en 1871.
La década de los setenta del Siglo XIX trajo consigo la formación de partidos socialistas en diversos países de Europa. Eran partidos obreros que se federaron en 1889 y fundaron la Segunda Internacional. En ella se enfrentaron los defensores de la revolución marxista contra los revisionistas, que defendían la reforma gradual del capitalismo.
El ludismo
Al inicio de la industrialización, en muchos países europeos surgieron las primeras movilizaciones obreras. El ludismo consistíó en acciones violentas para destruir las máquinas y evitar que estas sustituyeran el trabajo humano. El nombre de este movimiento proviene del legendario Ned Ludd, que supuestamente, desde 1810, organizó en Inglaterra varios actos de destrucción de maquinaria.
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