02 Nov

La pareja enamorada

Piramo y Thisbe, uno el más hermoso de los jóvenes, la otra, preferida a las niñas que el Oriente tuvo, habitaron casas contiguas. El amor creció con el tiempo; también se hubieran unido por derecho las antorchas nupciales, pero los padres lo prohibieron. Lo que no pudieron prohibir, ambos ardían igualmente con sus corazones cautivos. Todo cómplice está ausente; con gestos y señales se hablan. Cuanto más se oculta, más abrasa un fuego oculto. Se había abierto con una leve rendija, la cual había surgido en otro tiempo, cuando se hiciera la pared común a una y otra cosa. Este defecto no conocido para nadie a través de muchos siglos. ¿Qué no siente el amor? Los primeros amantes visteis y hicisteis el recorrido de la voz, seguras caricias a través de aquel. Solían atravesar con mínimo murmullo.

Los encuentros secretos

A menudo, cuando estaban por aquí Thisbe, por allí Piramo, y un soplo había sido exhalado de sus bocas sucesivamente. Envidiosa decía la pared: ¿Por qué obstaculizas a los amantes? ¿Cuánto era que permitieras que nosotros seamos unidos con todo el cuerpo? O, si esto es demasiado, ¿ya te abrieras para darnos besos? No somos ingratos: nosotros reconocemos deber a ti, que haya sido dado paso a las palabras hacia los oídos amigos. Hablando en vano tales cosas desde distinto lugar. Bajo la noche dijeron adiós y cada uno de ellos dio desde su parte besos que no llegaron a la parte contraria. La aurora siguiente había ahuyentado los fuegos nocturnos, y el sol había secado las hierbas cubiertas de escarcha con sus rayos. Se reunieron hacia el lugar acostumbrado. Entonces, con un pequeño murmullo, quejándose antes de muchas cosas, deciden que en la noche silenciosa intenten engañar a los vigilantes y salir de las puertas. Y cuando hayan salido de su casa, abandonen también los techos de la ciudad. Se reúnan hacia el sepulcro de Nino y se escondan bajo la sombra del árbol: había allí un árbol muy fecundo con frutos blanquecinos, un alto moral, cercano a una helada fuente.

La huida

Thisbe salió astuta a través de las tinieblas, girando el quicio y engañó a los suyos. Cubierta en cuanto al rostro, llegó hacia la tumba y se sentó bajo el árbol mencionado. El amor la hacía audaz. He aquí que viene una leona manchada en cuanto a sus fauces espumeantes por la reciente muerte de unos bueyes, para quitarse la sed en el agua de una fuente próxima; la cual la Babilonia Thisbe vio de lejos hacia el resplandor de la luna y huye con paso temeroso hacia la oscura cueva. Y mientras huye, dejó abandonado el velo que resbaló de su espalda. Cuando la leona cruel sació su sed con abundante agua, mientras vuelve a la selva, desgarró con su boca ensangrentada el ligero velo encontrado por casualidad sin ella misma. Piramo, saliendo más tarde, vio seguras huellas de la fiera en el elevado polvo y palideció en todo su rostro. Pero cuando encontró también el velo teñido con sangre, dijo: «Una única noche perderá a los dos amantes, pero es propio de un cobarde desear la muerte». Los velos de Thisbe levanta y los lleva consigo hacia la sombra del árbol pactado, y cuando dio lágrimas, dio besos al vestido conocido. «Recibe ahora», dijo, «también el soplo de nuestra sangre»; y con el que había sido ceñido, hundió el hierro hacia sus entrañas. No hay demora, muriendo lo sacó de la herida que bullía. Cuando yació tumbado en la tierra, la sangre brota altamente. Los frutos arbóreos con el rocío de la herida se convierten hacia un negro aspecto; la raíz rociada con la sangre tiñe con color púrpura las moras que cuelgan.

El triste reencuentro

He aquí que, aun no abandonado el miedo, para que no pase inadvertido el amante. Ella vuelve y busca al joven con sus ojos y su alma, y aunque conoce el lugar y la forma en el árbol visto, así el color del gruto la hace insegura. Mientras duda, ve que unos miembros temblorosos tocan el sangriento suelo; lleva el pie hacia atrás, llevando su rostro más pálido que una flauta. Se estremece, semejante al mar, el cual tiembla cuando su superficie es rozada por una exigua brisa. Pero después que, demorada, conoció a sus amores, y desgarrándose los cabellos y abrazando el cuerpo amado, reparó las heridas con lágrimas y el llanto con sangre. Mezcló y estampando besos en su helado rostro, gritó: «Piramo, ¿qué motivo te arrancó de mí?» Piramo, responde tu queridísima Thisbe. Te llama; presta oído y levanta el rostro yacente. Hacia el nombre de Thisbe, Piramo levantó los ojos pesados por la muerte y, vista aquella, los cerró. La cual, después que conoció su vestido y en la espada vio el marfil vacío, dijo: «Tu mano y el amor te perdió, infeliz. Y yo tengo en esto solo una mano fuerte, y es amor: este hará fuerzas en la herida. Perseguiré al que ha muerto y seré llamada causa y compañera desgraciadísima de tu muerte».

La súplica

Oh, muy desgraciados mis padres y los de aquel, que, a los que un seguro amor, a los que la última hora unió, no neguéis ser enterrados en el mismo túmulo. Y tú, árbol que ahora cubres con las ramas el miserable cuerpo de uno solo, guarda los signos de la muerte y ten siempre frutos negros y apropiados para el dolor, recuerdos de la sangre. Dijo y, preparada la espada bajo lo profundo de su pecho, se dejó caer sobre el hierro, el cual todavía estaba tibio de la sangre. Sin embargo, las ofrendas conmovieron a los dioses, conmovieron a los padres; pues el color negro está en el fruto cuando madura, y lo que queda en las piras, descansa en una sola urna.

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