09 Feb
6.2. El reinado de Isabel II (1833-1868): las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz. De la sociedad estamental a sociedad de clases.
Los intentos de dar productividad a las tierras de “manos muertas” en España ya se inician con Godoy. También José I y las Cortes de Cádiz hacen un intento de desamortizar tierras, así como el gobierno del Trienio Liberal, pero las desamortizaciones más importantes serán las de Mendizábal y Madoz.
La desamortización de Mendizábal fue también denominada eclesiástica, debido al importante volumen de bienes pertenecientes a la Iglesia a los que afectó. Con el objeto de poder financiar la guerra carlista, así como para respaldar las futuras peticiones de préstamos a instituciones extranjeras con las que financiar los proyectos de desarrollo liberales, era necesario disminuir la deuda pública existente. Estos fueron motivos suficientes que permitieron legitimar la publicación del Decreto desamortizador de 1836 impulsado por Mendizábal, a través del que se ponían en venta todos los bienes del clero regular. Al año siguiente, otra ley amplió los bienes afectados a los del clero secular. Como consecuencia de la desamortización se desarrolló en España una nueva clase propietaria, una burguésía agraria que identificaría sus intereses con el mantenimiento y la estabilidad del nuevo régimen liberal.
Por otra parte, la desamortización trajo consigo la ruptura de las relaciones diplomáticas con Roma. Como consecuencia del gran tamaño de los lotes sacados a subasta sólo los más pudientes pudieron participar en las compras. El campesinado no pudo obtener tierras.
Con la desamortización de Madoz, en 1855, se pusieron en venta los bienes eclesiásticos que no habían sido afectados en la etapa desamortizadora anterior, así como los bienes de los pueblos, los denominados bienes “de propios”, con cuyo arrendamiento se sufragaban los gastos de los concejos, y los “bienes comunales o baldíos”, que eran aprovechados libremente por los vecinos, constituyendo una parte bastante importante de las economías domésticas campesinas. Esta desamortización estuvo en gran medida destinada a sufragar las fuertes inversiones necesarias para la construcción de una red de ferrocarriles en España. El campesinado participó en mayor medida en las compras, al menos en las zonas centro y norte peninsular. En el sur, el gran tamaño de las fincas continuó impidiendo al pequeño campesino acceder a las subastas.
Los objetivos de las desamortizaciones se cumplieron solo a medias: se logró recaudar dinero y aumentar la superficie de cultivo, pero no propiciar el nacimiento de una burguésía agrícola activa, ya que los compradores de la tierra siguieron aspirando a emular el estilo de vida de la vieja nobleza.
Con la revolución liberal y la industrialización, aparecen nuevas leyes que imponen la igualdad jurídica, poniendo fin a los privilegios otorgados por el nacimiento o los títulos. En el nuevo sistema liberal todos los ciudadanos tenían los mismos derechos y eran iguales ante la ley, aunque se limitara el derecho de sufragio. A partir de ese momento, las diferencias sociales se establecen en base a la riqueza, y no al nacimiento. La nobleza pierde sus privilegios, y el clero muchas de sus propiedades, aunque no su influencia social.
La alta nobleza española, al introducirse en la sociedad liberal, no sólo no perdíó poder económico, sino que en algunos casos lo incrementó, adquiriendo nuevas propiedades con la desamortización. La pequeña nobleza, sin embargo, pierde su principal privilegio, la exención de impuestos. La nobleza mantuvo también su preeminencia social y logró que una parte de la burguésía intentara imitarla y ennoblecerse, emparentando con nobles arruinados o comprando títulos. También conservan influencia política, formando parte de las “camarillas” de la Corte de Isabel II.
El proceso de revolución liberal en España fue conformando una nueva burguésía ligada a los negocios, la banca y el comercio. Muchos hicieron fortuna con las inversiones en Bolsa y se sintieron atraídos por la inversión en tierras, adquiriendo propiedades desamortizadas y convirtiéndose en propietarios agrícolas rentistas. Sus orígenes eran diversos: Asturias, Cantabria, País Vasco, Valencia… aunque su residencia habitual solía ser Madrid. También surge una burguésía industrial en Cataluña, aunque muy escasa, lo cual dificultó el desarrollo de un modelo de sociedad más productivo y menos rentista.
Las clases medias agrupaban a medianos propietarios de tierras, pequeños fabricantes, profesiones liberales y empleados públicos. Su riqueza era menor que la de las clases dirigentes y dependían de la marcha de sus negocios. Procuraban imitar el estilo de vida de los grupos poderosos (formas de ocio, educación, etc.), aunque su capacidad económica era más limitada. El bienestar era un signo de categoría social, pero a veces debían llevar una vida austera para poder mantener un cierto estatus social y proporcionar estudios a sus hijos.
Las clases populares constituían la inmensa mayoría de la población, y abarcaban un amplio abanico: artesanos, trabajadores de servicio (empleados de limpieza, de alumbrado…), dependientes de comercio… que bordeaban el límite entre las clases populares y las clases medias. Además, estaban los campesinos, entre los que destacan los jornaleros asalariados, sometidos al poder de los grandes propietarios y los caciques. Era una población muy pobre y frecuentemente analfabeta, que iniciaría en muchos casos un proceso de emigración a las ciudades para convertirse en proletarios, es decir, en obreros industriales, o bien mineros. Su situación no era mucho mejor: larguísimas jornadas laborales, salarios bajos, explotación infantil, férrea disciplina y ninguna protección en caso de paro, accidente, enfermedad o vejez. Vivían en barrios hacinados, sin agua corriente ni medidas sanitarias, y eran muy vulnerables a todo tipo de epidemias.
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