28 Jun

A/ La Guerra Larga (1868-1878) y la Guerra Chiquita (1879)

Tras la batalla de Ayacucho (1824), a España solo le quedaban como colonias Cuba, Puerto Rico y Filipinas. De las tres, Cuba era la más rica, ya que se trataba de la primera productora mundial de azúcar, que se explotaba en grandes plantaciones mediante el trabajo de esclavos. Aunque había habido promesas de mejorar la situación política de la isla, lo cierto es que seguía gobernada de una manera despótica por un capitán general que solía favorecer a los grandes propietarios. Por otra parte, la metrópoli cargaba de impuestos a las exportaciones sin consultar a los cubanos. El dinero que España sacaba de la isla se empleaba en asuntos ajenos a los intereses cubanos y no se empleaba en el desarrollo de las infraestructuras.

Aprovechando la Revolución Gloriosa de 1868, se produce en Cuba una insurrección popular liderada por Manuel Céspedes. Se trata de una sublevación popular contra la esclavitud de carácter autonomista, que comenzará con el “Grito de Yara” y que dará comienzo a la Guerra Larga o de los Diez Años (1868-1878). El gobierno de Madrid envía al general Martínez Campos, que vence a los independentistas y emprende negociaciones con los sectores más moderados. Tras comprometerse a conceder a los cubanos formas de participación política en la metrópoli y el indulto a los insurrectos, se firmará la Paz de Zanjón (1878), poniendo fin a esta primera guerra de Cuba.

Esta paz provocó la aparición de dos grupos enfrentados en la colonia: la oligarquía latifundista (esclavista) favorecida por España, que no quería ningún tipo de reforma, y la burguesía criolla, más perjudicada por las medidas de la metrópoli y que será la que tienda hacia el independentismo. El final de la “Guerra Larga” fue solo un paréntesis. El incumplimiento de los acuerdos por España provocará el estallido de la “Guerra Chiquita” (1879), pero este nuevo levantamiento no tuvo suficiente apoyo de la sociedad cubana y pudo ser rápidamente sofocado por el general Polavieja.

B/ La Guerra de Independencia cubana (1895-1898)

El problema cubano volvió a estallar en la insurrección de 1895 impulsado por 3 factores:

  • El incumplimiento por parte de España de lo pactado en la Paz de Zanjón.
  • La incapacidad de la metrópoli de absorber la producción de azúcar y otros productos cubanos.
  • El incipiente imperialismo norteamericano que, como las nuevas potencias europeas, está buscando nuevos mercados y territorios.

José Julián Martí había fundado en 1892 el Partido Revolucionario Cubano, de carácter independentista. Tras el “Grito de Baire” (24 de febrero de 1895), comienza una guerra que acabará en 1898 con la independencia de Cuba y Puerto Rico.

C/ La Crisis del 98

La pérdida del imperio colonial dio lugar a la llamada “Crisis del 98”, que supondrá el inicio de la descomposición del sistema de la Restauración.

En primer lugar, esta tuvo un coste humano directo de al menos unos 120.000 muertos, la mitad de ellos soldados españoles, la mayor parte de ellos a causa de enfermedades infecciosas como la fiebre amarilla y la tisis. Esto produjo un divorcio entre la sociedad civil, el ejército y los partidos dinásticos: el desprestigio del ejército y la aparición de un sentimiento antimilitarista tenían que ver con que la mayoría de los muertos y los heridos procedían de las clases populares por el sistema de quintas, pero, por otro lado, surgirá un resentimiento de los militares hacia los políticos, a quienes culpan de la derrota, y hacia el movimiento obrero, que promovió acciones contra la guerra.

Además, aunque a largo plazo supuso la pérdida de los ingresos procedentes de las colonias y de un mercado para la industria española, lo cierto es que en un primer momento el final de la guerra no resultó dramático para la economía española. Muchos capitales se repatriaron a España y el final del esfuerzo bélico permitió cierto saneamiento de la hacienda estatal.

El desastre y la falta de reacción del sistema iban a provocar una sensación generalizada de fracaso y pesimismo, extendiéndose un sentimiento de inferioridad que, sin embargo, daría lugar a importantes propuestas de cambio, nuevas corrientes de pensamiento que buscan las causas de la crisis y proponen soluciones al margen de los partidos dinásticos: el Krausismo y el Regeneracionismo. El primero considera que hay que modernizar España de la mano de la ciencia y de la razón, criticando a la monarquía porque creen que la sociedad puede autogobernarse, y al sistema canovista porque no es representativo de la sociedad, e incluso llegan a defender la propiedad comunal. El Regeneracionismo quiere levantar el país cambiando el sistema político y la corrupción, pero no el económico, por lo que centran su crítica en la economía rural, no la industrial, por atrasada. Esto supuso el posicionamiento político de los intelectuales españoles, destacando nombres como los de Ortega y Gasset, Giner de los Ríos y, sobre todo, Joaquín Costa.

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