08 Dic
Robinson García, L.C.
El hombre religioso es consciente de que el mundo no es homogéneo y, por esa razón, tiene cambios, cosas diferentes. Para el hombre religioso existen cosas sagradas con estructura y orden, y cosas no consagradas, profanas, que, por lo tanto, carecen de orden y estructura. Esta heterogeneidad es la que le dio el mismo origen, ya que cualquier revelación de lo sagrado, es decir, una hierofanía, es ya una ruptura en aquello ordinario y, a la vez, revela un punto fijo, un centro desde donde pueda efectuarse cualquier orientación.
La revelación de lo sagrado posee un valor existencial en la vida del hombre, pues para todo debe tener una orientación, un centro, y el hombre muchas veces ha querido ocupar ese centro del mundo.
En el ámbito profano sucede lo contrario: el espacio es homogéneo, sin rupturas, neutro. Por esta razón, el espacio geométrico puede ser señalado en cualquier dirección, pero no tiene una diferencia cualitativa en sus diversas partes de la masa. Y es precisamente el espacio sagrado el objeto de investigación que más nos interesa, es decir, el modo de vivir del hombre no religioso que trata de vivir una vida al margen de la divinidad, pero, en realidad, por más lejos que llegue en la desacralización de su vida, seguirán existiendo en la misma vestigios de religiosidad que lo llevan a valorar el mundo y lo que le rodea de una manera distinta.
El hombre que se considera no religioso quita del centro lo sagrado o la revelación y se pone él mismo, teniendo sus lugares sagrados dentro de su universo interior, que cuidará celosamente.
Ejemplos de la No Homogeneidad del Espacio Sagrado
Como muestra de la no homogeneidad del espacio sagrado puede servir de ejemplo una iglesia, la cual, para el hombre que se considera religioso, su puerta representa un límite entre el mundo profano y el mundo sagrado. La escalera que lleva al hombre al encuentro con Dios, por eso, al entrar en la iglesia, su modo de estar, sus palabras, sus gestos son distintos, pues sabe que se encuentra ante un espacio sagrado. De hecho, para el hombre que se considera no religioso, tiene una experiencia parecida al entrar en una iglesia y, aunque no se enteren totalmente de la realidad que los envuelve, advierten que hay algo que no es lo mismo que la calle, que es un lugar extraño que merece respeto y, por tanto, guardan silencio, o simplemente se admiran al ver el ejemplo de los demás.
Muchas veces, para delimitar el espacio sagrado, no hace falta una teofanía o hierofanía, basta tan solo con un signo que saque al hombre de la relatividad y de la duda y se pueda interpretar como el querer de Dios. Por ejemplo, en muchos lugares se utilizan los animales para que muestren el espacio sagrado donde construir el pueblo o el templo, pues, según esto, el hombre no puede buscar por sí mismo estos signos, sino que debe ayudarse de instrumentos exteriores.
La importancia del espacio sagrado para el hombre religioso se debe a que es considerado como una muralla que separa una realidad temporal de una realidad trascendental, pues allí es donde el hombre religioso se encuentra con Dios y sacia su deseo de vivir dentro del margen de lo sagrado.
Diferenciación entre «Mundo» y «Otro Mundo»
En los estados actuales, se diferencia la realidad del mundo entre: “mundo”, es decir, el cosmos ordenado, habitado; y “otro mundo”, es decir, el caos, lugar no habitado, sin orden, que se extiende más allá de sus fronteras. Y precisamente se llama así porque es considerado un lugar consagrado por los dioses o por el mismo hombre, porque rompe con la homogeneidad del mismo, como se puede ver en el ritual veda.
En las sociedades arcaicas se puede contemplar cómo el hombre consideraba caos a aquello que todavía no había sido consagrado y, por esa razón, tampoco lo consideraban mundo. De hecho, los conquistadores del continente americano, cuando llegaban a un territorio nuevo, lo primero que hacían era poner la cruz de Cristo y conquistar ese territorio en nombre de él, como dice san Pablo: “en él son recreadas todas las cosas”.
La Cosmización y el Centro del Mundo
Se puede decir que el habitar y consagrar un lugar es igual que “crearlo”, pues, en cierto modo, es semejante a las obras de los dioses. Para la realización de esta cosmización es necesario tener un punto central, como en los tiempos antiguos era utilizado el “poste”. De aquí que todas las demás creaturas sean imagen del creador (llamada repetición ritual de la cosmogonía), y la cosmogonía es aquello que da verdadera validez a la cosmización de un terreno. Ese lugar central representa la escalera que une el cielo y la tierra, el hombre y la divinidad. Por tanto, la destrucción de dicho poste acarrearía para los miembros de aquella tribu la destrucción. La cosmización de un territorio nuevo implica, por ejemplo, para los nómadas australianos, una decisión trascendental, pues significa establecerse en un lugar fijo ahuyentando el caos a través del orden y la cosmización. La presencia de un centro organizador es visible en las construcciones de los templos. Por ejemplo, en el cristianismo es utilizada la cruz latina porque es el tipo de cruz en la que Cristo murió.
La Hierofanía y la Comunicación entre Cielo, Tierra e Infierno
Como habíamos dicho antes, la hierofanía representa una ruptura en la homogeneidad del espacio sagrado, pero esta revelación de la hierofanía causa una abertura en dicho espacio que separa tres realidades: el cielo (la divinidad), la tierra (mundo real) y las profundidades (el infierno). La hierofanía o la revelación separa estas tres cosas a la vez que las comunica a través de esa columna o ese centro al que nos referíamos en el párrafo precedente. Es por eso que para los musulmanes la Kaaba es su columna o su centro; para los cristianos, el Gólgota… y por esa razón los templos y las iglesias, en definitiva, los espacios sagrados, son edificados o consagrados en lugares que expresen centralidad, como el centro de una ciudad…
El «Axis Mundi» y la Necesidad de Centro
De todo cuanto precede y que nos rodea, el centro es “nuestro mundo”, en el cual hay una ruptura de la homogeneidad. El hombre actual, al ser social, tiende a habitar lo más posible al centro. Es consciente de que su país está al centro de la tierra, la ciudad está en el centro, el templo está en el centro de la ciudad y su casa también debe estar en el centro de la ciudad. De aquí la necesidad del hombre de edificar su vida a imagen de ese centro, llamado axis mundi, que a él le ofrece protección y que es resultado de la ruptura de la homogeneidad. Llegan a tal punto que, por ejemplo, los Achilpas llevaban siempre el tótem con ellos para que el centro se mantuviera con ellos y, por tanto, nunca cayera sobre ellos la calamidad.
El Origen del Universo y el Centro Cósmico
Según el Rig Veda, el origen del universo tuvo su comienzo en un núcleo llamado centro, que es como el ombligo, desde donde poco a poco fue extendiéndose hasta formar el mundo que existe actualmente. Según la tradición hebraica, Dios es el ombligo a donde está unida toda la creación, como un embrión al ombligo de su madre. Por eso no es raro encontrar en culturas como la griega o la romana esta estructura de tener un centro desde el cual se extienden los cuatro horizontes siguientes.
El Cosmos y la Lucha contra el Caos
El mundo, al ser un orden cósmico, recibe ataques de fuera que quieren convertir dicho orden en caos. Ese enemigo que causa los ataques es llamado demonio, serpiente marina… pues los dioses tuvieron que pelear contra él y derrotarlo para poder crear el mundo desde los inicios de los tiempos. Por eso, toda destrucción de una ciudad que representa el centro antes mencionado equivale al caos, a las tinieblas, y es por eso que Dios debe estar defendiendo al cosmos de todos los ataques del dragón mítico (el diablo, la serpiente…) para poder mantener siempre el orden dentro del cosmos.
La Desacralización de la Morada
Cada vez más el valor de la habitación o de la morada se va desacralizando debido a la desacralización con el avance científico y químico que han secularizado hasta cierto punto la naturaleza. Tanto es así que se ha convertido en una “máquina de residir” que sólo le sirve al hombre para vivir y trabajar y, por tanto, se muda de morada con tanta frecuencia como se cambia de calcetines o de coche… o se puede abandonar el pueblo o provincia sin ningún inconveniente que el cambio de vecinos o de clima.
La Morada como «Imago Mundi» y el Sacrificio
En la cosmogonía, al ser la morada imago mundi, es situada simbólicamente en el centro del mundo y tiene un lugar importante el sacrificio, ya que muchos mitos cosmogónicos hacen referencia a la muerte de un gigante sobre cuyos miembros sirven de base para la construcción del nuevo “universo”, como en el caso de Marduk, que construyó el mundo desde los miembros de Tiamat, el monstruo marino primordial que él había vencido. De ahí que la morada cobre un sentido especial de sacralidad que poco a poco se pierde en la sociedad.
Los Múltiples Centros del Mundo
El hecho de que existan tantos centros del mundo no es ningún problema para la religión, pues no se trata de un lugar geométrico o material, es más bien un lugar existencial y sagrado que representa una estructura distinta y, por tanto, es la ruptura que permite la comunicación con lo trascendental. Por eso, muchos ubican esa ruptura en la chimenea de la casa y desde allí creen que lo trascendental, lo sacro, tiene contacto con la realidad humana.
El Templo como Lugar Santo por Excelencia
El templo, la basílica o la catedral es sumamente valorada. Por ejemplo, en las civilizaciones antiguas no solo representaba un lugar sacro, sino una representación o un modelo de lo trascendental, y esto es heredado por el judaísmo, pero recobra un nuevo valor: es la casa de los dioses, el lugar que santifica al mundo y lo contiene. En definitiva, es considerado como lugar santo por excelencia, pues son los mismos dioses quienes han mostrado ese lugar santo, sagrado, para que él lo reproduzca sobre la tierra. En el catolicismo, la basílica, la catedral o la iglesia en general ha adoptado este significado y por eso se les puede contemplar llenas de simbolismo, como la ubicación de la capilla o del altar, los gestos del sacerdote…
El Tiempo Sagrado y el Tiempo Profano
Al igual que el espacio, el tiempo sagrado no es homogéneo y tiene un límite. Es por eso que se hace distinción de dos tipos de tiempo: uno sagrado, que consta de fiestas, la mayoría de ellas periódicas, y los días profanos, que suelen ser la mayoría de los días del año. El hombre religioso se encuentra viviendo los dos tiempos, pero siempre espera con ansia los días sagrados.
Una diferencia esencial entre los dos tipos de tiempo es que el tiempo sagrado, por así decirlo, es reversible por su naturaleza, es decir, propiamente hablando, es un tiempo mítico primordial hecho presente y, de hecho, es considerado constituido por los dioses. En ellos se celebra una gesta o acontecimiento de algún dios que tuvo lugar en el pasado, pero que en la fiesta del día sagrado recobra, por así decirlo, el mismo valor que tuvo desde el inicio. Y aunque el hombre vive entre estos dos tiempos, es fácil reconocer al religioso del no religioso, ya que el primero se niega a vivir en el presente histórico y reaviva el pasado sagrado que le hace pensar en lo trascendental y en la eternidad.
Para el hombre no religioso, el tiempo no tiene ninguna variante, ninguna ruptura que le haga mirar hacia lo trascendental. Es un tiempo homogéneo que no tiene ningún significado y que terminará con la muerte, a la cual inevitablemente tendrá que llegar.
Para el hombre religioso, el tiempo sagrado implica una ruptura en el espacio, para el tiempo profano y dedicarse a celebrar el tiempo sagrado lleno de significado religioso, pues reviven los valores de aquellas de los dioses.
El Tiempo y el Templo: Una Unidad Indisoluble
El tiempo y el templo también juegan un rol muy importante en la religión. Es más, son considerados una unidad indisoluble, pues no sólo valoraban el espacio material sacro, sino también el espacio temporal. Es por eso que cada año nuevo que comenzaba significaba para ellos recobrar de nuevo la santidad que tenían desde que salieron de manos del creador. Además de que consideraban el año como tiempo de modo circular, es decir, el cosmos cada año nace y muere de nuevo y, con el cosmos, cada uno de los hombres. De hecho, actualmente, en el hombre moderno tiene casi el mismo significado, sólo que ya desacralizado, pues significa proyectos, cambio, propósitos, pero sin darle un sentido trascendental.
El Mito Cosmogónico y la Renovación del Tiempo
El mito cosmogónico relata la creación del mundo. Aquí es donde cobra sentido y valor el tiempo sagrado, pues al ser renovado el espacio es necesario renovar también el tiempo. Y el hombre religioso trata de entrar en estas celebraciones del tiempo sagrado en las que se reactualiza la cosmogonía, no sólo en los momentos de renovación, sino también cuando quiere que los dioses le alcancen un favor.
La Unión con los Dioses y la Perfección
El hombre religioso trata de estar unido estrechamente a los dioses y, por eso, trata de renovar sus enseñanzas y sus actos en todos los campos (social, personal, sexual, cultural…) y, por eso, acude a celebraciones periódicas para no olvidarlas y poder entrar en el tiempo divino.
De igual manera, el hombre religioso trata de perfeccionarse y esa unión con la divinidad lo llevará a mantener las tradiciones de sus antiguos y a darle una explicación a la realidad a través de los mitos, que cobran sentido, pues los consideran como revelación de los dioses a sus antepasados.
Los Mitos y la Aproximación a los Dioses
En los mitos se relata la creación hecha por los dioses, donde el cómo y el porqué ocupan un lugar importante, pues, como en el judaísmo, muestran que el mundo tiene un principio y un final, es decir, es trascendental, pues existe algo después de este mundo al cual todo hombre quiere llegar. De aquí el hecho de reactualizar los mitos, pues no es solo una repetición de actos, sino que encierran todo un sentido con el cual tratan de aproximarse a los dioses y participar de su ser de modo analógico, y expresa a su vez el deseo de santidad.
La Naturaleza como Imagen de la Divinidad
Para el hombre religioso, el cosmos refleja la imagen de la divinidad y el fruto del trabajo de los dioses. Por eso, el hombre contempla la naturaleza como imagen también de la divinidad.
Al contemplar la naturaleza aparece ya una dimensión religiosa. Por ejemplo, es común asociar el nombre de Dios con el cielo. No es que Dios sea el cielo, ni que el cielo sea Dios, sino que se revela en él y se expresa a través de otras estructuras cósmicas (lluvia, trueno, huracán, tormenta, terremoto, epidemia).
Aunque se abandone el culto a Dios, el cielo seguirá representando a la divinidad. Es por lo mismo que cuando el hombre se dirige a Dios o hace una súplica mira al cielo, que por su inmensidad le representa a la divinidad y le recuerda su postura de criatura.
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