07 Oct
Capitulo XXV
Las visitas de Trampeta al gobernador cada vez eran más frecuentes. De ellas podía dar cuenta su mula, la cuál, a fuerza de tanto viaje, cada vez estaba más flaca. En una de esas visitas Trampeta pidió al gobernador fondos para poder comprar votos ya que, en caso contrario, la posibilidad de salir vencedores en las urnas cada vez se alejaba más de ellos. El gobernador le reprochaba que él, en su día, dijo que sus contrincantes no tenían dinero para invertir en esas elecciones y que el marqués de Ulloa, a pesar de sus rentas, siempre andaba a la quinta pregunta. Éste le dijo que así era, en efecto y que aunque había pedido dinero a su suegro, el de Santiago de Compostela, padre de su esposa, éste no se le había podido dar al no tenerlo. Trampeta dijo al gobernador que era el segundo suegro quien le prestaba miles de duros. En un principio el gobernador quedó perplejo pero luego el cacique le récordó que se refería a Primitivo. El gobernador, recordando ya los chismes que tiempo atrás Trampeta le había contado, sabía que el montero mayor de los Pazos de Ulloa era padre de Sabel, la mujer que estaba enredada con el marqués y del cual tenía un hijo. No obstante preguntó al cacique de dónde sacaba este criado el dinero. Trampeta le contesto que quitándoselo al señor, engañándole en la administración de los Pazos, las cosechas, etc. Ante la pregunta de por qué quería prestárselo, Trampeta le dijo que así se aseguraba capital y amo. El gobernador creyó entenderle y dijo que así, si el marqués salía elegido diputado, Primitivo tendría más influencia en el país y sería más poderoso.
Trampeta miró asombrado al gobernador al escuchar tan gran simpleza. Contestó diciendo que en realidad el marqués no serviría en nada a los de su partido y, por el contrario, el zorro de Primitivo siempre conseguiría lo que quisiese tanto si estaba a su lado o al de Barbacana, sin necesidad de que don
Pedro fuese diputado. Más aún, añadía, hasta poco antes era partidario suyo. El gobernador preguntó por qué se había cambiado de bando. Trampeta le contestó diciendo que porque sabía que el clero y los señoríos (Los Limiosos, los Méndez, etc.) siempre permanecen. Finalmente el cacique, apretando los puños exclamó que mientras no acabasen con Barbacana nada se podría hacer en Cebre y por supuesto diciendo siempre la consabida coletilla de “como usted me enseña”, refiriéndose al gobernador.
El gobernador lo que quería realmente saber es si sufrirían una deshonrosa derrota. Trampeta le contestó que, llegado el momento, alguna treta se le ocurriría, puesto que ni el diablo discurría tanto como él, y que en su cabeza algo daba vueltas pero que hasta que no llegase el momento oportuno la idea no saldría.
Mientras, en Cebre, el Arcipreste y Barbacana se reunían en el despacho del abogado. El arcipreste tenía gran afición por las contiendas electorales aunque él ya, por su edad, no formase parte activa en ellas.
En Cebre se hablaba de política hasta por los codos, estando al tanto de todo lo que ocurría en Madrid y de paso, enmendando la plana a los gobernantes y estadistas, por lo que se podía oír de continuo, poniéndose en la piel de esos políticos, frases como: “Yo, Presidente del Consejo de Ministros, arreglo eso de una plumada”, o “Yo que Prim, no me arredro por tan poco”; e incluso algún otro decía: “Pónganme a mí donde está el Papa, y verán como lo resuelvo mucho mejor en un periquete”.
Al salir de casa de Barbacana el Arcipreste se encontró con don Eugenio, el abad de Naya, marchando juntos a los Pazos. En el camino el Arcipreste hablaba de lo convencido que estaba de que ganarían las elecciones; por su parte el abad de Naya no lo tenía tan claro pues el gobierno, según decía, tenía mucho poder, pudiendo coaccionar a los votantes por medio de la Guardia civil. Además don Eugenio decía que en la villa de Cebre, dominada por Trampeta, estaban indignados con don Pedro Moscoso a causa del concubinato que éste manténía con Sabel y de la bastardía de su hijo. Esa conducta amoral no era la que ellos querían que su representante político manteniese. Por su parte el Arcipreste lanzaba gritos llamándoles fariseos e hipócritas, lo cual provocaba la risa del abad de Naya. El Arcipreste decía que eso ocurría desde hacia siete años y nunca hasta ahora había importado.
Aún contó más don Eugenio al Arcipreste, provocando la sorpresa y el enfado de éste al escuchar semejantes calumnias. Al parecer alguien de los Pazos había dicho que la señorita Nucha y el capellán manténían relaciones ilícitas. Y aún más, el abad de Naya añadía que el mismísimo Barbacoa había dicho que Primitivo le haría una perrería gorda en la elección. El Arcipreste exclamaba que eso pasaba ya de la raya y que no quería oír nada más.
Las visitas de Trampeta al gobernador cada vez eran más frecuentes. De ellas podía dar cuenta su mula, la cuál, a fuerza de tanto viaje, cada vez estaba más flaca. En una de esas visitas Trampeta pidió al gobernador fondos para poder comprar votos ya que, en caso contrario, la posibilidad de salir vencedores en las urnas cada vez se alejaba más de ellos. El gobernador le reprochaba que él, en su día, dijo que sus contrincantes no tenían dinero para invertir en esas elecciones y que el marqués de Ulloa, a pesar de sus rentas, siempre andaba a la quinta pregunta. Éste le dijo que así era, en efecto y que aunque había pedido dinero a su suegro, el de Santiago de Compostela, padre de su esposa, éste no se le había podido dar al no tenerlo. Trampeta dijo al gobernador que era el segundo suegro quien le prestaba miles de duros. En un principio el gobernador quedó perplejo pero luego el cacique le récordó que se refería a Primitivo. El gobernador, recordando ya los chismes que tiempo atrás Trampeta le había contado, sabía que el montero mayor de los Pazos de Ulloa era padre de Sabel, la mujer que estaba enredada con el marqués y del cual tenía un hijo. No obstante preguntó al cacique de dónde sacaba este criado el dinero. Trampeta le contesto que quitándoselo al señor, engañándole en la administración de los Pazos, las cosechas, etc. Ante la pregunta de por qué quería prestárselo, Trampeta le dijo que así se aseguraba capital y amo. El gobernador creyó entenderle y dijo que así, si el marqués salía elegido diputado, Primitivo tendría más influencia en el país y sería más poderoso.
Trampeta miró asombrado al gobernador al escuchar tan gran simpleza. Contestó diciendo que en realidad el marqués no serviría en nada a los de su partido y, por el contrario, el zorro de Primitivo siempre conseguiría lo que quisiese tanto si estaba a su lado o al de Barbacana, sin necesidad de que don
Pedro fuese diputado. Más aún, añadía, hasta poco antes era partidario suyo. El gobernador preguntó por qué se había cambiado de bando. Trampeta le contestó diciendo que porque sabía que el clero y los señoríos (Los Limiosos, los Méndez, etc.) siempre permanecen. Finalmente el cacique, apretando los puños exclamó que mientras no acabasen con Barbacana nada se podría hacer en Cebre y por supuesto diciendo siempre la consabida coletilla de “como usted me enseña”, refiriéndose al gobernador.
El gobernador lo que quería realmente saber es si sufrirían una deshonrosa derrota. Trampeta le contestó que, llegado el momento, alguna treta se le ocurriría, puesto que ni el diablo discurría tanto como él, y que en su cabeza algo daba vueltas pero que hasta que no llegase el momento oportuno la idea no saldría.
Mientras, en Cebre, el Arcipreste y Barbacana se reunían en el despacho del abogado. El arcipreste tenía gran afición por las contiendas electorales aunque él ya, por su edad, no formase parte activa en ellas.
En Cebre se hablaba de política hasta por los codos, estando al tanto de todo lo que ocurría en Madrid y de paso, enmendando la plana a los gobernantes y estadistas, por lo que se podía oír de continuo, poniéndose en la piel de esos políticos, frases como: “Yo, Presidente del Consejo de Ministros, arreglo eso de una plumada”, o “Yo que Prim, no me arredro por tan poco”; e incluso algún otro decía: “Pónganme a mí donde está el Papa, y verán como lo resuelvo mucho mejor en un periquete”.
Al salir de casa de Barbacana el Arcipreste se encontró con don Eugenio, el abad de Naya, marchando juntos a los Pazos. En el camino el Arcipreste hablaba de lo convencido que estaba de que ganarían las elecciones; por su parte el abad de Naya no lo tenía tan claro pues el gobierno, según decía, tenía mucho poder, pudiendo coaccionar a los votantes por medio de la Guardia civil. Además don Eugenio decía que en la villa de Cebre, dominada por Trampeta, estaban indignados con don Pedro Moscoso a causa del concubinato que éste manténía con Sabel y de la bastardía de su hijo. Esa conducta amoral no era la que ellos querían que su representante político manteniese. Por su parte el Arcipreste lanzaba gritos llamándoles fariseos e hipócritas, lo cual provocaba la risa del abad de Naya. El Arcipreste decía que eso ocurría desde hacia siete años y nunca hasta ahora había importado.
Aún contó más don Eugenio al Arcipreste, provocando la sorpresa y el enfado de éste al escuchar semejantes calumnias. Al parecer alguien de los Pazos había dicho que la señorita Nucha y el capellán manténían relaciones ilícitas. Y aún más, el abad de Naya añadía que el mismísimo Barbacoa había dicho que Primitivo le haría una perrería gorda en la elección. El Arcipreste exclamaba que eso pasaba ya de la raya y que no quería oír nada más.
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