12 Feb
Vida y Obra de Gustav Mahler
Gustav Mahler (1860-1911), crecido en la admiración por Wagner, inicialmente intentó componer ópera sin éxito. Sin embargo, construyó una brillante carrera como compositor de sinfonías y lieder orquestales. Paralelamente, fue un director de orquesta eminente, liderando numerosos teatros de ópera, incluyendo la Ópera de Viena (1897-1907) y la Ópera de Nueva York (1909-1911).
Sus obras, compuestas principalmente durante los veranos, entre sus intensas temporadas como director, incluyen nueve sinfonías completas (una décima quedó inconclusa y fue reconstruida posteriormente) y cinco ciclos de canciones para solistas y orquesta. Destaca Das Lied von der Erde (La canción de la tierra), compuesta en 1908. Exceptuando sus tres últimas sinfonías y La canción de la tierra, todas sus sinfonías fueron objeto de frecuentes revisiones, y es probable que las últimas también lo hubieran sido de haber vivido Mahler más tiempo.
Las Sinfonías de Mahler: Un Universo Sonoro
Las sinfonías de Mahler son obras paradigmáticas del posromanticismo: extensas, formalmente complejas, de carácter programático y concebidas para grandes orquestas. La Segunda Sinfonía, estrenada en 1895, requiere, además de una gran sección de cuerdas, diecisiete instrumentos de viento madera, veinticinco de metal, seis timbales y otros instrumentos de percusión, cuatro o más arpas y un órgano, además de una soprano y una contralto solistas y un gran coro. La Octava Sinfonía (1906-1907), conocida como la «Sinfonía de los mil», exige una formación aún mayor de instrumentistas y cantantes.
Pero las dimensiones de la orquesta no lo son todo. Mahler es uno de los compositores más audaces y meticulosos en el tratamiento de las combinaciones instrumentales, comparable, quizás, solo con Berlioz. Su genio natural para la orquestación se vio potenciado por su constante actividad como director, lo que le permitió perfeccionar los detalles de la instrumentación a partir de su experiencia práctica. Ejemplos de sus logrados efectos orquestales, desde los más delicados hasta los más abrumadoramente grandiosos, abundan en todas sus sinfonías.
La instrumentación de Mahler, así como sus detalladas indicaciones de fraseo, tempo y dinámica, y su ocasional uso de instrumentos singulares (como las mandolinas en la Séptima y Octava sinfonías y La canción de la tierra, y los cascabeles en la Cuarta), no son meros alardes de ingenio, sino que forman parte intrínseca de su lenguaje musical.
Aunque el contenido programático habitualmente no figura explícitamente, casi siempre está presente en las sinfonías de Mahler. La Segunda se conoce como la Sinfonía «Resurrección», e introduce voces para la culminación final de la obra, como hiciera Beethoven con la Novena. La Tercera sinfonía también requiere la intervención vocal: un solo de contralto sobre un texto de Also sprach Zarathustra de Nietzsche y un solo de soprano con coro de niños y mujeres sobre una canción de Des Knaben Wunderhorn. La Cuarta sinfonía es más corta que la Tercera, más ligeramente orquestada, casi convencional en la forma y, sobre todo, más accesible. La Octava sinfonía consta de dos inmensos movimientos corales con los textos del himno Veni Creator Spiritus y de la escena final de la segunda parte del Fausto de Goethe.
En casi todas sus sinfonías, Mahler transfiere libremente motivos de un movimiento a otro, como hizo en la Cuarta, aunque nunca hasta el punto de insinuar un esquema cíclico. Mahler debe a Bruckner la predilección por los temas corales, su inclinación por motivos basados en los intervalos de cuarta y quinta, sus introducciones y los movimientos Adagio de las sinfonías Tercera y Quinta. Las tres sinfonías centrales (Quinta, Sexta y Séptima) se acercan mucho a las formas clásicas, pero a una escala colosal, con destacados rasgos descriptivos y agudos contrastes de atmósferas y estilos.
La Fusión entre Sinfonía y Lied
Es imposible disociar al sinfonista Mahler del compositor de canciones. Temas de sus tempranos Lieder eines fahrenden Gesellen (Canciones de un caminante) aparecen en los movimientos inicial y final de su Primera sinfonía. A la Segunda, Tercera y Cuarta se incorporan melodías del ciclo de doce canciones sobre poemas populares de la antología de principios del siglo XIX Des Knaben Wunderhorn (El cuerno mágico del niño), e introduce textos de algunas de las canciones en los movimientos vocales.
Los Lieder con Orquesta: Un Nuevo Lenguaje
En sus Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos), un ciclo de canciones para voz solista y orquesta sobre poesías de Friedrich Rückert, Mahler anticipa el cambio estilístico que se hace evidente en sus dos últimas sinfonías y en La canción de la tierra. Las texturas típicamente plenas y multitudinarias de las obras anteriores se ven sustituidas por un lenguaje más austero. Por ejemplo, en la primera canción del ciclo, «Nun will die Sonn’ so hell aufgeh’n» (Ahora el sol saldrá de nuevo), se logra un sonido transparente, similar a la música de cámara, que, con su económico empleo de instrumentos, permite que se trasluzca su delicado contrapunto. La armonía cromática postwagneriana, reducida aquí a lo estrictamente esencial, adquiere una frescura y una claridad inusuales.
La canción de la tierra se basa en un ciclo de seis poemas traducidos del chino por Hans Bethge, bajo el título La flauta china. Los textos alternan entre un frenético aferrarse al efímero torbellino de la vida, semejante a un sueño, y una resignada tristeza ante el inminente alejamiento de todas sus alegrías y bellezas. Así como Mahler acudió a la voz humana en sus sinfonías para completar su pensamiento musical, de igual modo acude aquí a la orquesta para sustentar y complementar al tenor y la contralto solistas con todos sus recursos, tanto en el acompañamiento como en los extensos interludios de transición entre los números. La atmósfera exótica de las palabras se ve sutilmente sugerida por detalles de colorido instrumental y por el uso de la escala pentatónica.
El Legado de un Compositor de Transición
La canción de la tierra es, merecidamente, la obra más conocida de Mahler, la que compendia todos los rasgos de su genio. Nunca Mahler definió y equilibró con tanta perfección esa peculiar dualidad de sentimientos, esa ambivalencia del placer extasiado con un entorno de presagios letales, que parece caracterizar no solo al propio compositor, sino también a la atmósfera otoñal del Romanticismo tardío.
Mahler fue un compositor de transición. En él recayó la herencia de toda la tradición romántica (Berlioz, Liszt y Wagner), y en particular, de su vertiente vienesa (Beethoven, Schubert, Brahms y Bruckner). Experimentador incansable, de intereses eclécticos, expandió la sinfonía, la sinfonía-oratorio y el lied orquestal hasta su punto de disolución final; anticipándose a una nueva era, se convirtió en influencia primordial para los compositores vieneses ulteriores: Schönberg, Berg y Webern, entre otros.
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