05 Ene
Analiza las diferentes corrientes ideológicas del movimiento obrero y campesino español, así como su evolución durante el último cuarto del siglo XIX.
El movimiento obrero comenzó en España en los años 40 del siglo XIX con las asociaciones de ayuda mutua, pero su desarrollo tuvo lugar a partir de 1868, amparado en la libertad de asociación establecida en la Constitución de 1869. Serrano prohibió las asociaciones obreras en 1874, que, desde entonces, entraron en la clandestinidad.
Las condiciones de vida de la clase obrera en los inicios de la Restauración seguían siendo muy duras. Durante el Sexenio se habían realizado algunas reformas legales para mejorar condiciones sanitarias de los obreros, y laborales de mujeres y niños, pero no se llegaron a aplicar. La situación era tan brutal que las Cortes crearon, en 1883, una Comisión de Reformas Sociales que realizó informes que sacaban a la luz una situación desoladora. Estos informes no se tradujeron en una mejora de la situación por la oposición de terratenientes y propietarios de fábricas, todos ellos grandes garantes del sistema de la Restauración. En la clandestinidad, y con la censura de prensa, el movimiento obrero se redujo al mínimo. Además, ANARQUISTAS fundaron la FRTE: Federación de Trabajadores de la Región Española. Sus principales focos estaban en el campo andaluz, Cataluña, Aragón y Valencia. Los anarquistas rechazaban toda acción política por la vía parlamentaria y tenían distintas estrategias, como el anarcosindicalismo (con mayor peso en Cataluña) o el recurso a las acciones terroristas. El SOCIALISMO español nació en la Asociación de Tipógrafos, fundada por Pablo Iglesias, y se organizó en 1879 como Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Sus aspiraciones eran la emancipación de la clase trabajadora, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la posesión del poder político por parte de la clase trabajadora. La mayor implantación del socialismo se dio en Madrid, Asturias y el País Vasco. En 1888 se creaba la UGT, Unión General de Trabajadores, brazo sindical del socialismo español. En 1886 sale a la luz el rotativo El Socialista, verdadero órgano difusor de su ideología. En 1889 se fundó la Segunda Internacional en la que predominaba la corriente marxista y el PSOE se integró en ella.
Especifica las consecuencias para España de la crisis del 98 en los ámbitos económico, político e ideológico.
En 1895 se produjo la insurrección nacionalista que dio lugar a la última guerra cubana, en la que podemos distinguir dos fases: -Entre 1895 y 1898 se desarrolló la guerra entre el ejército español y los grupos independentistas nativos. -En 1898, a partir de la explosión del acorazado estadounidense Maine, anclado en el puerto de La Habana, se produjo la intervención directa de Estados Unidos en el conflicto, lo que llevó al enfrenamiento hispano-norteamericano que terminó con la Paz de París (1898) en la que España reconocía la derrota y liquidaba su imperio colonial: Cuba se independizó, Filipinas y Puerto Rico se convertían en protectorados estadounidenses. Las CONSECUENCIAS fueron de diverso tipo: consecuencias económicas: Se perdieron los mercados coloniales, hecho muy negativo para la economía española porque las mercancías que se extraían principalmente de esos mercados (azúcar, cacao, café) tuvieron que comprarse en el futuro a precios internacionales. La industria catalana se vio realmente afectada, al perder los mercados preferentes con las colonias y la obtención a precios muy baratos de las materias primas exportadas de las colonias. Al perder los mercados de ultramar, la industria textil catalana se vio obligada a comprar materias primas a los países europeos, lo cual incrementó el coste de los productos procedentes de la industria catalana. Finalmente, la pérdida de las colonias favoreció el viraje hacia el proteccionismo económico. Consecuencias ideológicas: La identidad nacional entró en crisis tras la pérdida de las últimas colonias, acontecimiento que evidenció los graves problemas que atravesaba España y su decadencia, apartándola más aun de la primera plana como potencia internacional. Como respuesta a los problemas de España nació el Regeneracionismo, una corriente de pensamiento plasmada en la Generación del 98 consecuencias políticas: El sistema de la Restauración entró gravemente en crisis tras el 98, arreciaron las críticas hacia los políticos, los militares, y hacia la corrupción del sistema. El Regeneracionismo influyó en políticos dentro del propio sistema de la Restauración, proponiendo una regeneración parcial del sistema pero sin plantearse su abandono. A comienzos de 1899 se formó un gobierno con clara voluntad regeneracionista dirigido por el conservador Francisco Silvela. Sin embargo el empuje regeneracionista duró poco tiempo y Silvela presentó su renuncia antes de finalizar el año 1900. De esta forma el turno dinástico continuó a pesar de la crisis.
Identifica los factores del lento crecimiento demográfico español en el siglo XIX
En España el crecimiento demográfico, pese a ser importante, no fue tan espectacular como en la mayoría de países industrializados. Se pasó de 10,5 millones en 1797 a 18,6 millones en 1900, es decir, no llegó a duplicar su población en 100 años. Durante la primera mitad del siglo XIX la población española siguió́ creciendo a un ritmo similar al europeo – occidental, a pesar de la Guerra de la Independencia, la emancipación americana y de algunos periodos de hambre y de epidemias. Durante la segunda mitad del siglo XIX se recortó el crecimiento anual acumulativo, por las oleadas migratorias hacia América y a las todavía fuertes mortalidades, como la de cólera de 1885. A mediados del XIX la mortalidad todavía se situaba en torno al 30‰, mientras que en los países industrializados de Europa Occidental comenzó a descender a consecuencia de las mejoras alimentarias, higiénicas y sanitarias. Al finalizar la centuria España continuaba con una tasa del 29‰, la segunda más elevada de Europa por detrás de Rusia, y la esperanza media de vida no llegaba a los 35 años. Las tasas de natalidad españolas empezaron a descender en la última década del siglo XIX hasta situarse en una posición intermedia (35‰) entre los países de Europa Occidental y los de Europa Oriental. Aunque seguían altas, resultaba insuficiente ante la alta mortalidad, sobre todo infantil, para permitir un fuerte crecimiento demográfico. Las razones de la alta natalidad son: socioeconómicas (pobreza), culturales, religiosas, difícil acceso a métodos anticonceptivos, etc…
Las causas que explicarían este moderado crecimiento demográfico, la alta mortalidad y la baja esperanza de vida serían varias:
- Las continuas guerras que mantuvo España dentro y fuera de sus fronteras.
- Crisis de subsistencia, por malas cosechas, atraso técnico de la agricultura, una red de comercio interior ineficaz por un transporte deficiente…
- Las epidemias, que azotaron a la población española del siglo XIX en oleadas como la fiebre amarilla o el cólera; enfermedades todas ellas relacionadas con la higiene y la ingesta de alimentos contaminados.
- Enfermedades endémicas, como la viruela, el sarampión, la escarlatina o la difteria. La tuberculosis pasó a ser la enfermedad de los hacinamientos urbanos de fines de siglo y afectó fundamentalmente al proletariado.
- Pésimas condiciones sanitarias, agravadas por el aislamiento de muchas zonas y por la escasez de profesionales de la medicina, con la formación y los medios adecuados.
- Subdesarrollo económico y técnico que imposibilitó el aumento de la producción.
- Bajo nivel de vida, con una alimentación escasa, pobre vestimenta y deficiencias en la vivienda.
- Elevada mortalidad infantil, agravada por prácticas médicas del embarazo y el parto, la ausencia de vacunas y el impacto demoledor de enfermedades contagiosas, como la tosferina, la viruela, el sarampión, el tifus o la tuberculosis.
- Emigración: Entre 1882 – 1899 emigraron un millón de españoles, y el ritmo se aceleró en las dos primeras décadas del siglo XX. La constitución de 1869 reconoció el derecho a emigrar, aunque con una fianza que fue suprimida en 1873. Las razones de las limitaciones y prohibiciones residían en la consideración de la población como un recurso del país, que en el caso de disminuir afectaría a su poder en el escenario internacional. También hubo emigraciones políticas, de liberales, carlistas o republicanos.
Describe la evolución de la industria textil catalana, la siderurgia y la minería a lo largo del siglo XIX.
El triunfo tardío del liberalismo en España provocó que también fuese tardío el proceso de industrialización. Por otro lado, la reforma agraria llevada a cabo con las desamortizaciones y decretos aprobados por los gobiernos progresistas, no alcanzaron los objetivos deseados, en cuanto a ampliación del número de propietarios y a cambiar la estructura latifundista de la propiedad, especialmente en la mitad sur peninsular. La falta de una burguesía fuerte, salvo en Cataluña y Vizcaya, y el escaso interés inversor, junto con la persistencia de una sociedad mayoritariamente agraria, la escasez de materias primas y de fuentes de energía, de medios de transporte, la escasez de población y el bajo nivel cultural frenaron de forma considerable el proceso industrializador durante el siglo XIX.
Los sectores clave de la Revolución industrial británica, el textil algodonero, productor de bienes de consumo, y el siderúrgico productor de bienes de equipo, también se desarrollaron en España, aunque solo en algunas regiones.
El sector textil algodonero, tuvo su área de expansión en Cataluña, donde existía, antes del siglo XIX, una importante actividad comercial y una cultura manufacturera y artesanal basada en la lana. El siglo XIX el algodón sustituye a la lana como materia prima de esta industria, y el sector despega imparable, gracias a la fuerte inversión del empresariado catalán en nuevas máquinas, y a la protección arancelaria que recibe por parte de los gobiernos de Madrid, lo que le permite acceder al mercado nacional y a los territorios de ultramar como Cuba y Puerto Rico, sin la competencia de los productos de otros países. La industria de la lana continuó, pero con una menor producción, y centrada, al igual que la del algodón, en Sabadell y Tarrasa, perfectamente comunicadas por ferrocarril con el puerto de Barcelona. A finales de siglo, con la pérdida de cuba, Puerto Rico y Filipinas, y la liberalización aduanera, el sector se vio afectado, lo que provocó la protesta de la burguesía catalana y fue semilla del fortalecimiento del nacionalismo catalán.
La industria siderúrgica se estableció en España junto a las minas de hierro, y lo más cerca posible de las de carbón, fuente de energía indispensable en los altos hornos. Sin embargo, este sector necesita fuertes inversiones en medios de producción y un carbón de calidad (con alto poder calorífico), cosa difícil en la mayor parte de las minas españolas. Además, se necesita un mercado importante para poder dar salida a sus productos. Todos estos factores provocaron el desplazamiento histórico de los altos hornos por distintas zonas de la geografía española.
A mediados del siglo XIX se crearon fábricas en Málaga (altos hornos en Marbella), muy lejos de las minas de carbón mineral, lo que provocó su lenta decadencia cuando se crearon las primeras empresas en Asturias primero y en Vizcaya después. En Asturias, se desarrollaron en el núcleo Mieres-La Felguera (1850-1870), en torno a las numerosas minas carbón. En Vizcaya, se produjo el intercambio de hierro bilbaíno por carbón británico (Gales) de mejor calidad (antracita), lo que, unido a la fuerte financiación de la banca vizcaína, permitió el desarrollo de grandes empresas. La familia Ybarra fundó Altos Hornos y Fábricas, S. A., en 1882, y a principios del siglo XX, se formó la sociedad altos Hornos de Vizcaya. Desde estas fábricas se desarrolló la moderna producción de acero de gran calidad, al introducir innovaciones técnicas como el convertido Bessemer. El País Vasco se convirtió en el pionero de las nuevas formas de industrialización de fin de siglo: concentración empresarial, capitalismo financiero y gran banca industrial, todo ello, bajo el paraguas proteccionista del Estado.
En cuanto a la minería, a pesar de una larga tradición histórica de explotación de los yacimientos de cobre, mercurio, plomo o hierro, no será hasta bien entrado el siglo XIX cuando su desarrollo le permita convertirse en un sector estratégico fundamental para el comercio, ya que buena parte de la producción se dedicaba a la exportación. Esto fue debido a que la mayor parte del capital que explotaba estas minas era capital extranjero, lo que convirtió a España en exportadora de materias primas que le habrían venido muy bien para su propio desarrollo industrial.
Compara la revolución industrial española con la de los países más avanzados de Europa.
La Revolución Industrial se produjo en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando una serie de cambios de gran importancia comenzaron a transformar la economía, la sociedad y, en definitiva, el mundo del Antiguo Régimen. La revolución agrícola es clave para esta primera Revolución Industrial, pues una serie de cambios en las técnicas de cultivo (cambios en la estructura de la propiedad, supresión de los barbechos, nuevos cultivos…) durante la primera mitad del siglo XVIII rentabilizaron la agricultura. Una serie de empresarios agrícolas, como Townshend (sistema Norfolk), se incorporaron a esta corriente innovadora. Posteriormente se fueron introduciendo innovaciones técnicas (máquina de vapor de Watt, telar mecánico de Cartwright…) y financieras, que permitieron el gran despegue industrial británico
En España la agricultura no se transformó en el siglo XIX. Con las desamortizaciones cambió el régimen de propiedad, pero no su forma de explotación ni sus rendimientos. Pese a todo, la agricultura aumentó su producción, ahora bien, dicho aumento se consiguió fundamentalmente gracias a la roturación de nuevas tierras, más que a la introducción de nuevas técnicas de cultivo o de la nueva maquinaria que introducían los países más avanzados de Europa. Fue este estancamiento agrario español una de las causas del atraso económico y de su escasa industrialización en el siglo XIX. Fue clave también la revolución demográfica, que en España se tradujo en un crecimiento sostenido pero moderado en comparación con Gran Bretaña, que en el mismo periodo casi cuadriplicó su población.
Otra diferencia radica en el comercio y su evolución. Mientras que Gran Bretaña o Alemania experimentaron una revolución de los transportes que le permitió aumentar de forma progresiva el comercio interior (aumentando los mercados locales y consolidando un mercado nacional) y el comercio exterior (con las colonias extraeuropeas) que le permitió exportar sus productos industriales. Sin embargo, en España la economía quedó desarticulada, ya que no disponía de una buena red de transportes que facilitase el comercio entre zonas deficitarias en un producto y zonas excedentarias en dicho producto. Por ejemplo, la Submeseta Norte era excedentaria en cereales, pero deficitaria en productos hortofrutícolas. Tampoco hallaron mercado los productos industriales, que, debido a su baja productividad y costes elevados, fue poco competitivo y amenazado por los productos extranjeros. La balanza comercial se mantuvo deficitaria, con una estructura de un país poco desarrollado: se exportaban a Europa materias primas y productos semielaborados, y se importaban productos industriales. Gran Bretaña y Francia fueron los principales clientes y abastecedores. Por ello los industriales españoles presionaron a los distintos gobiernos para que aplicase medidas proteccionistas que encareciesen los productos extranjeros. Estas se pusieron de manifiesto en distintos aranceles proteccionistas, que habrían de culminar en el llamado Arancel Cánovas (1891).
El último punto de diferencia fue el avance técnico. En Gran Bretaña se desarrolló en su máximo esplendor la máquina de vapor, que se aplicó a la maquinaria industrial (lanzadera volante de Kay, hiladora Jenny…) y a los transportes (barco de vapor, ferrocarril). En España ni la mecanización industrial ni el ferrocarril comenzaron su andadura hasta mediados del siglo XIX, y lo harían con peculiaridades que lastraron su desarrollo. Con respecto a la siderurgia, los dos grandes errores fueron situar las industrias junto a las minas de hierro y no junto a las de carbón y el segundo fue aplicar las técnicas inglesas, más avanzadas, pero mucho más costosas.
El siglo XIX supuso el siglo del fracaso de la industrialización en España. La economía de base agraria predominó hasta mediados de siglo. La industrialización se inició en la Península, por tanto, con medio siglo de retraso con respecto a Europa occidental. Desde entonces junto con Rusia e Italia, España formó parte del grupo de rezagados frente a los países de la Europa noroccidental y Estados Unidos.
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