18 Nov

El Vitalismo de Nietzsche

El vitalismo es uno de los aspectos capitales de la filosofía de Nietzsche, considerando su filosofía como vitalista ya que considera la vida humana como el elemento central de sus reflexiones y concepto clave para sus explicaciones. En esta filosofía, la vida humana es entendida como naturaleza bruta, vitalidad, corporeidad, impulso, instinto, irracionalidad, desmesura; pero, sobre todo, es considerada como el valor absoluto.

En su evolución filosófica, contrapone a Dioniso (símbolo de la vida y ruptura de las limitaciones) y Apolo (dios de la mesura, del límite), ambos sintetizados en la tragedia griega, en la que el elemento principal es la vida, Dioniso, mientras que lo apolíneo es la forma bella en que se presenta.

Posteriormente, la aparición de Sócrates rompe el equilibrio de la cultura griega y es, para Nietzsche, el hombre que busca el conocimiento como valor primordial, eliminando al hombre trágico. Así, el diálogo platónico sustituye la tragedia griega.

En la etapa final, en Así habló Zaratustra, Dioniso es sustituido por Zaratustra que es presentado por Nietzsche como inmoralista, porque reconociendo su error de haber creado la moral, se sitúa más allá del bien y el mal. “La autosuperación de la moral por veracidad, la autosuperación del moralista en su antítesis –en mí– es lo que significa en mi boca el nombre Zaratustra”. Zaratustra que se convierte en el símbolo nuevo del vitalismo.

Este vitalismo radical se concreta en los conceptos fundamentales de la filosofía de Nietzsche.

Nietzsche trabajó en una obra que no llegó a concluir en la que buscó exponer su filosofía y cuyo nombre sería “Voluntad de poder”.

Para Nietzsche lo único que existe –la realidad– es el devenir continuo, resultado de un conjunto de fuerzas ciegas que pugnan por imponerse unas sobre otras, de lo que Nietzsche llama voluntad de poder. El mundo, el hombre, la vida son voluntad de poder, voluntad de ser más, de superarse. Más que una facultad humana, es el conjunto de pulsiones y fuerzas que se dirigen hacia el poder.

En el capítulo “De la superación de sí mismo”, Nietzsche argumenta que tanto el hombre como toda la realidad y el cosmos son voluntad de poder, que es la fuerza vital. En el hombre, vivir es querer ser más, es la búsqueda constante de superación, es voluntad de crear. Y no solo el hombre sino todo el cosmos tiene en la voluntad de poder su núcleo, su realidad última.

Por otra parte, también se observa que de forma contraria a la visión griega del hombre como un ser consciente y libre, cuya principal propiedad es la racionalidad, Nietzsche lo ve como una fuerza instintiva, dominada por la voluntad de poder.

Nietzsche afirma lo dionisíaco, la voluntad, el sentimiento, la vida como pulsión irracional, sin finalidad, sin orden, sin Dios. Esto le lleva a negar todos los valores tradicionales y anunciar una nueva realidad que cuestiona si lo que se considera «bueno» puede ser en realidad perjudicial. En su obra, el dragón simboliza los valores y por eso hay que destronarlo. De esa negación de los valores y la afirmación de otros nuevos surge el superhombre, un nuevo hombre que afirma su voluntad de poder, su “yo quiero” y que está más allá del bien y del mal, que supera la vieja moral.

Un punto central de la transvaloración de Nietzsche es la crítica a la religión, concretada en la necesidad de reconocer que Dios ha muerto. Argumenta que todas las morales, incluso la pura ética filosófica, exigen la existencia de Dios como condición necesaria. Por eso, para destruir la moral es necesario destruir a Dios, pues si Dios no existe, ya no hay ningún ser superior que nos pueda imponer sus leyes, sus límites, su orden y el hombre ya no tiene que dar cuenta a nadie por lo que puede alcanzar la condición de superhombre.

La muerte de Dios, según Nietzsche, provoca el hundimiento de todo el orden objetivo de los valores absolutos, de toda moral y ética universal, lo que para él es una ganancia, pues la moral occidental es puramente nihilista, ya que han establecido dos mundos: el auténtico (el cielo cristiano) y el degradado (el terrenal). Lo que supone esto, es que el mundo celestial niega el mundo terrenal, la auténtica existencia. El reconocimiento de este nihilismo supone el comienzo de la transvaloración y la llegada al superhombre.

El Mito de la Caverna de Platón

1. Los prisioneros y las sombras

Los prisioneros de la caverna simbolizan la naturaleza humana antes de recibir la educación. Para Platón el hombre es principalmente su alma que, por naturaleza, pertenece al mundo inteligible, pero accidentalmente, en este mundo sensible, se encuentra como encarcelada en el cuerpo. Como consecuencia de esa unión, el alma está atada por las pasiones y limitada al conocimiento de las cosas sensibles, sometidas a cambio continuo, que solo pueden ser objeto de opinión.

En el mito de la caverna, las sombras, que los prisioneros ven reflejadas en la pared que tienen frente a sí, son copias de los objetos que pasan a través de un camino que hay a su espalda y que se proyectan en dicha pared gracias a la luz de un fuego que arde entre la entrada de la cavernosa vivienda y los prisioneros. Dichas sombras simbolizan el grado ínfimo de opinión (eikasía), que es el tipo de conocimiento que poseen las personas que no han recibido ninguna educación y que, por tanto, no poseen ni la pístis ni la ciencia. Esas personas ni siquiera tienen un conocimiento directo del mundo sensible y cambiante, sino copias de la realidad; con ello, Platón parece que se refiere a las personas que creen conocer la realidad, pero en el fondo conocen las interpretaciones de la realidad, las opiniones comunes sobre la polis o también al tipo de conocimiento que tiene quien toma un aparente acto virtuoso por uno verdaderamente virtuoso o una ley injusta como si fuera una auténtica ley.

2. Ascenso al mundo de arriba y contemplación del sol

El ascenso al mundo de arriba del mito de la caverna simboliza, en general, el proceso educativo y, de modo especial, la educación del filósofo destinado a gobernar. Las diversas etapas de la paideia están en conexión con los grados de conocimiento, también simbolizados en ese proceso; especialmente los dos grados de ciencia (epistéme): el conocimiento discursivo (diánoia), sobre objetos matemáticos; y la inteligencia (nóesis), sobre las ideas o formas del mundo inteligible y del Bien. El proceso completo debe ser recorrido por el filósofo-gobernante.

El sol simboliza la idea de Bien, que es la meta última de la educación del filósofo. A partir de su contemplación se concluyen tres cosas: 1) que ella es causa de todo lo recto y bello que hay en este mundo; 2) que es causa de conocimiento y verdad; y 3) que necesariamente ha de conocerla quien quiera comportarse rectamente en su vida privada o pública.

3. Regreso a la caverna y tinieblas

Regreso a la caverna simboliza la función que Platón asigna al filósofo en la polis y la responsabilidad que respecto a la polis por todo lo que ha recibido de ella. Su función es gobernar la polis y dirigirla hacia el bien. Es responsabilidad y debe hacerlo por justicia, aunque le cueste y no le agrade esa tarea, porque para esa finalidad recibió toda su formación y se la debe a la polis.

Las tinieblas que le envuelven al regresar a la caverna simbolizan que la dificultad de esa tarea es doble, tanto por lo costoso que es aplicar la ciencia a la resolución de los problemas concretos de la polis, como de la resistencia que los otros ciudadanos presentan a ser gobernados y dirigidos hacia el bien: no comprenden al filósofo, lo encuentran ridículo y, si pudieran, lo matarían.

Platón: Vida y Obra

Platón nace en Atenas en el año 428 a.C., con gobierno democrático, en plena Guerra del Peloponeso y en el seno de una familia

aristocrática ateniense. Con apenas 20 años y una gran vocación política, entra en contacto con Sócrates, que marca decisivamente su vocación filosófica. A la muerte de su maestro (399), desengañado de las prácticas políticas atenienses, decide dedicarse a investigar cómo es posible un Estado justo. Ante el peligro de ser perseguido, realiza largos viajes que le ponen en comunicación con otros importantes centros filosóficos. Intenta aplicar su concepción del Estado ideal en Siracusa, con el tirano Dionisio, pero cae en desgracia y este lo hace vender como esclavo. Rescatado por un amigo, regresa a Atenas en 387. Allí funda la Academia (primera universidad conocida) y se dedica a la enseñanza y a componer obras de filosofía. 

Permaneció en Atenas el resto de su vida (salvo otros dos viajes que hizo a Siracusa, a intentar la aplicación de su proyecto ideal de Estado), donde murió en el 347. 

Su producción filosófica es muy abundante y está escrita en forma de diálogo. Es un brillante escritor que domina a la perfección el arte poético, simbolizando, a veces, con mitos muy sugerentes su profundo pensamiento. 

Es el primer filósofo que, al afrontar los problemas, trata de organizar las soluciones en un sistema filosófico completo y coherente, en el que cada respuesta encuentra su lugar oportuno dentro del conjunto.

Podemos considerar a Platón como el gran fundador y el padre de la filosofía que ha llegado a nuestros días. Su pensamiento ha ejercido una poderosísima influencia en la historia de la filosofía.

Así, su discípulo Aristóteles recoge su concepción de las Ideas como realidad universal y no material (aunque las reduce al ser la forma de las sustancias), pero Aristóteles piensa que no están separadas del mundo sensible sino inmersas en él. También toma de Platón su concepción de la ciencia como un saber de lo universal y necesario. Aunque también sostuvo un dualismo antropológico como su maestro, Aristóteles consideró que la unión cuerpo-alma es sustancial (son indisolubles) y que, por tanto, no existe la supervivencia del alma tras la muerte, no hay inmortalidad individual. En cuestiones éticas, Aristóteles se opondrá al intelectualismo moral platónico, afirmando que una cosa es saber qué es lo bueno y otra es hacerlo.

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