28 Oct

A finales del siglo XIX, los gustos estéticos se ven modificados y se rechaza los postulados del anterior Realismo y Naturalismo, por eso se recupera principios del Romanticismo como la originalidad o la libertad creadora. La situación de crisis en la cultura occidental a finales del Siglo XIX, agravada en el caso español por el desastre del 98, provocó un cambio en el rumbo artístico. El movimiento literario correspondiente a este período es conocido como Modernismo, un movimiento panhispánico de autores y obras muy distintos. 

El Modernismo se inspira en dos movimientos del Siglo XIX: el Parnasianismo (tendencia formalista, partidaria del arte por el arte) y el Simbolismo (tendencia intimista, que pretende encontrar la realidad que se esconde tras las apariencias mediante símbolos). Los temas del Modernismo son la soledad, el escapismo (en el tiempo –Edad Media– o en el espacio –mundo oriental–), el cosmopolitismo, el amor y el erotismo. Formalmente, la nueva estética se caracteriza por el afán de innovación (muy notable en el terreno de la métrica), la originalidad, y la búsqueda de la perfección formal.  

Rubén Darío es el principal representante del Modernismo. El poeta nicaragüense evoluciona desde una estética parnasiana en Azul o Prosas profanas hacia temas más graves y trascendentes en Cantos de vida y esperanza. Entre los autores modernistas, en España destacan Francisco Villaespesa, Manuel Machado (quizá única representación de un Modernismo canónico) y Valle-Inclán. 

Por otra parte, se reservó el término de Generación del 98 para los autores que, si bien estaban dentro del mismo clima de fin de siglo al que hemos llamado Modernismo, adoptaron una actitud de reflexión y de crítica ante la situación política, social y económica de España; pretendían con sus obras concienciar a sus conciudadanos e influir en la realidad social española. Un lugar destacado en la poesía ocupa Antonio Machado, en cuya obra poética se observa una evolución desde el Modernismo de los primeros libros (Soledades, galerías y otros poemas), pasando por la etapa noventayochista (Campos de Castilla), hacia una depuración formal en busca de la palabra sencilla y verdadera (Nuevas canciones).

El Novecentismo, ya en la segunda década del XX, definíó sus rasgos estéticos en la defensa del Racionalismo, el rigor intelectual y la claridad expositiva; el antirromanticismo, se rechaza lo sentimental y lo pasional y se prefiere lo clásico y las actitudes equilibradas y serenas; defensa del arte puro; aristocratismo intelectual, concebido para minorías selectas (para la “inmensa minoría”). Juan Ramón Jiménez, premio Nobel en 1956, es el máximo representante de la lírica en esta etapa. Su poesía es, en palabras del propio poeta, una poesía en sucesión, una obra en marcha. Él mismo establecía, en sus últimos años, tres etapas en su producción: una etapa sensitiva (Arias tristes, Jardines lejanos, Platero y yo), una época intelectual (Diario de un poeta recién casado) y la etapa última o verdadera (En el otro costado y Dios deseado y deseante). 

Paralelamente, el Vanguardismo nace como un movimiento efímero y rupturista que tendrá en torno a 1920 sus primeras manifestaciones, cuyo máximo representante y creador es Ramón Gómez de la Serna, creador de sus famosas greguerías, pequeñas composiciones que consistían en la uníón de la metáfora y el humor. Por otra parte, hay que reséñar la importancia que desempeñó la obra teórica de Ortega y Gasset, con libros como La deshumanización del arte y la creación de la Revista de Occidente. 

Los “ismos” vanguardistas se suceden a un ritmo muy rápido: expresionismo, Futurismo, Cubismo, dadaísmo… Sin embargo, son el creacionismo, el ultraísmo y el Surrealismo las vanguardias que más importancia tuvieron en nuestro país. La primera, a través del poeta chileno Vicente Huidobro, con un afán de no imitar la realidad, sino crearla; la segunda, de la mano de Rafael Cansinos Assens, supuso una ruptura definitiva con el lenguaje, la incorporación del mundo contemporáneo y urbano y la sorpresa; por último, el Surrealismo, que entró en España con fuerza influyendo sobre autores como Rafael Alberti (Sobre los ángeles) o Lorca (Poeta en Nueva York), defiende la necesidad de alumbrar un hombre nuevo, pues la cultura occidental ha mutilado al hombre con la razón, por eso exaltan la imaginación, el deseo, la infancia o el sueño.  
 


La transición del Siglo XIX al XX se caracteriza en Europa por una honda crisis espiritual, se produce un rechazo a la sociedad y el arte burgueses, lo que se añade a la conciencia del atraso económico, científico y cultural. En España, a esto se suma la derrota en Cuba frente a Estados Unidos. Por ello, en los primeros años del Siglo XX se produce el regeneracionismo que pretende encontrar una solución a los “males de la patria”. En ese ambiente, una serie de autores y autoras (Ganivet, Unamuno, Azorín, Maeztu, Machado y Valle-Inclán, y mujeres como Carmen de Burgos “Colombine”, Consuelo Álvarez “Violeta” y Concha Espina), la denominada Generación del 98, manifiestan, junto a angustia existencial y su protesta y afán de reformas, las costumbres decadentes de la sociedad española y un deseo de modernidad y europeización.  

Las carácterísticas literarias más importantes de sus obras narrativas y en prosa en cuanto a temática son: la preocupación social, reflejada en su interés por el llamado “problema de España”, con una intención crítica e influjo regeneracionista, y una visión centrada en Castilla como símbolo de España; y las inquietudes religiosas y existenciales, así como el conflicto fe-razón, el paso del tiempo, la lucha por la vida… Hay, por tanto, una renovación de la novela, que supera el modelo realista y naturalista, por lo que adopta un antirretoricismo, método impresionista, lenguaje sobrio y asequible, sencillez y claridad, etc. 
Todos los miembros del grupo, salvo Antonio Machado, escriben novelas: 
➢ Unamuno (Niebla, San Manuel Bueno, mártir) trata temas como la tradición, la intrahistoria, la conciencia trágica de la existencia y el conflicto entre fe y razón. Sus “nivolas” se caracterizan por la sobriedad narrativa, la importancia del diálogo y la ausencia de trama o hilo argumental. 
➢ Baroja (El árbol de la ciencia, Zalacaín el aventurero) es el novelista por excelencia del grupo, cuyas novelas son una mezcla entre el pesimismo existencial más radical y el vitalismo individualista de algunos de sus personajes. En sus novelas desarrolla generalmente un esquema de aprendizaje vital de los protagonistas. 
➢ Azorín (La voluntad) tiene un estilo minucioso, lento, casi impresionista. Sus novelas presentan un desarrollo fragmentado, con gran abundancia de descripciones y un cierto tono lírico; la trama argumental es mínima. 
➢ Valle-Inclán presenta también en el género narrativo la misma evolución de su obra dramáticas: una etapa de Modernismo inicial (Sonatas), una fase de transición y la definitiva etapa esperpéntica, con el ciclo de novelas de “El ruedo ibérico”, entre las que destaca Tirano Banderas. 
➢ Carmen de Burgos destaca más como periodista que como novelista, su pensamiento va dirigido hacia una postura regeneracionista (La misión social de la mujer, Puñal de claveles). 
➢ Concha Espina comienza su andadura en el periodismo también y en la narrativa más tarde, cuya novela está impregnada de lirismo y rigor estético (Altar mayor). 

Hacia 1914 se percibe el agotamiento de la Generación del 98, y un nuevo grupo toma el relevo: la Generación del 14 o Novecentismo. El Novecentismo se caracteriza ante todo por su intelectualismo: hay que desterrar lo sentimental de la literatura. Los miembros del grupo tienen una importante actividad política, basada en ideales europeístas y progresistas. En el grupo novecentista destacan en especial los ensayistas Gregorio Marañón, Manuel Azaña, Ortega y Gasset…, si bien hay importantes novelistas como Gabriel Miró (El obispo leproso), en cuyas novelas prevalece la forma sobre el contenido, o Ramón Pérez de Ayala (A.M.D.G., Belarmino y Apolonio), caracterizado por su intelectualismo y su estilo academicista. 

En la década de los 20, en superposición con el Novecentismo, se produce la entrada y desarrollo de las vanguardias en España. Aunque su campo de expresión será preferentemente la poesía, existen ejemplos   de narrativa vanguardista: Benjamín Jarnés, Rosa Chacel, Ramón Gómez la Serna… Finalmente, en los años 30 se produce, en todos los géneros literarios, una rehumanización de la literatura como respuesta a las circunstancias históricas. Se escribe entonces una novela comprometida, de carácter social e incluso abiertamente político, cuyo representante más destacado es Ramón J. Sender y Luisa Carnés. 


El teatro español del Siglo XX, con las excepciones de contados dramaturgos, es bastante pobre, tanto en lo teatral como en lo dramático, de tal manera que no participa en las innovaciones del teatro europeo. En el período que nos ocupa hay dos modelos teatrales: uno que triunfa, teatro comercial, que goza del favor del público, y otro, el teatro renovador, que no alcanza éxito pese a su superior valor literario. 

A finales del Siglo XIX se producen varios intentos de acabar con el teatro melodramático ROMántico, que tenía su máximo representante en José Echegaray. Pese a este panorama, siguen ciertas tendencias con escasa renovación. En este teatro comercial y de éxito se incluyen tres tendencias: 

▪ El drama burgués, realista y suavemente crítico, que es continuador del Realismo del XIX, renovando algunos aspectos para adaptarse a los gustos del público burgués. Su principal representante es Jacinto Benavente (Los intereses creados, La Malquerida), con obras poco conflictivas y diálogos elegantes. 
▪ El teatro costumbrista, de raíz costumbrista y sin pretensiones críticas, cuyo propósito era entretener al público. Dentro de esta tendencia se encuadran los hermanos Álvarez Quintero, representantes del teatro regionalista andaluz irreal y tópico (El genio alegre); Carlos Arniches, autor madrileño y creador de la “tragedia grotesca” en un ambiente castizo y achulado (La señorita de Trevélez); y Pedro Muñoz Seca, inventor del “astracán”, parodia en verso que busca la comicidad con chistes vulgares y chabacanos (La venganza de don Mendo). 
▪ El drama en verso modernista, de ideología conservadora y tradicional, con continuas alusiones al glorioso pasado del Imperio español. Representan esta tendencia autores como Eduardo Marquina y Francisco Villaespesa y José María Pemán. 
Frente a este teatro de éxito se levantan otras tendencias más innovadoras e interesantes literariamente, pero que no triunfan -salvo excepciones- porque no se adaptan a los gustos del público. En líneas generales puede hablarse de dos experiencias teatrales: 
▪ El teatro del 98, con Unamuno utilizando el drama como instrumento para plasmar los problemas que le obsesionaban y Azorín, que desarrolla su labor como crítico teatral.  
▪ El teatro del 27, entre los que destaca Salinas, Alberti, Miguel Hernández, depura el teatro poético, incorpora las formas de vanguardia y busca acercar el teatro al pueblo. 

Algunos dramaturgos sobresalientes de este teatro renovador y marginado fueron: Jardiel Poncela y Miguel Mihura, renovadores del teatro humorístico; Alejandro Casona, que combina el humor y el lirismo en sus obras, aunque ya en el exilio escribe su obra más importante La dama del alba, en la que la dama representa la muerte que llega a una aldea; Max Aub fue pionero en la frustrada revolución escénica, con comedias que tratan la incapacidad del hombre para comprenderse, entender la realidad y comunicarse.  

Valle-Inclán es uno de los fundamentales de la escena mundial de la época. Su obra sigue una constante evolución hasta llegar a su gran creación: el esperpento (Luces de bohemia, Martes de carnaval), donde aparece una visión grotesca y deformada de la realidad, precisamente para descubrir sus aspectos más profundos; al mismo tiempo sintetiza elementos dispares: lo vulgar y lo literario, lo social y lo existencial…

García Lorca es el referente principal del teatro del 27. Su obra, plena de elementos líricos y surrealistas es variada, de la que se distinguen tres etapas: la etapa inicial se caracteriza por la experimentación formal y temática (El maleficio de la mariposa, Mariana Pineda o La zapatera prodigiosa); la etapa vanguardista, de carácter surrealista, incluye dos obras: El público y Así que pasen cinco años; por último, su etapa de plenitud comprende las obras escritas entre 1933 y 1936, Bodas de sangre y Yerma, que formarían parte de una probable “trilogía dramática de la tierra española” junto a la inédita e inacabada La sangre no tiene voz. A continuación, Doña Rosita la soltera, y por último La casa de Bernarda Alba, asociada a veces a las dos primeras como última de la trilogía, pero que se distancia por su dimensión política y social. 
 

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