11 Mar
David de Miguel Ángel
Esta estatua hecha de mármol del Renacimiento, exactamente del Cinquecento, representa a David como un joven atleta, desnudo y musculoso, con la mirada atenta y penetrante, fija en la distancia, a la espera de divisar a Goliat; en la mano derecha sostiene la piedra y con en la izquierda sujeta la honda. Son claramente apreciables los rasgos del rostro, el cabello rizado, la musculatura y el acabado de la piel, con las venas marcadas. A la perfección clásica en el modelado del cuerpo se unen estratégicos detalles que dan vitalidad y revelan un cuerpo sometido a gran tensión: la cabeza sobredimensionada; la mirada expectante; el vigor concentrado en su mano robusta, cuyo tamaño exagerado la hace más poderosa son recursos de su famosa ‘terribilitá’, que lo alejan de los cánones clásicos. Miguel Ángel sorteó la frontalidad al dar un leve giro a la cabeza que invita al observador a rodear la figura. Miguel Ángel representa al rey David como atleta, como un hombre en la plenitud de su vida. El artista eligió, como motivo para la obra, el momento previo al enfrentamiento de David con el gigante Goliat. La expectación se traduce en la mirada penetrante y se expresa también mediante la tensión corporal. El David fue encargado a Miguel Ángel por los canónigos de la catedral de Florencia. La escultura es fiel reflejo de la mentalidad existente en Florencia, ciudad en la que los planteamientos de la burguesía dedicada al comercio y la banca se encontraban ampliamente extendidos.
Miguel Ángel unos años antes ya había realizado la Piedad del Vaticano. En este sentido, el David precede a la realización de las obras de la tumba del Papa Julio II y, de manera especial, a la escultura de Moisés, en la que tales rasgos son aún más destacados.
La Escuela de Atenas
La Escuela de Atenas es un fresco de la perspectiva y de la expresión de los ideales artísticos del Renacimiento. La combinación de la humanidad de los sabios representados y la frialdad del espacio arquitectónico crea un efecto dinámico excepcional. La suavidad del dibujo y la armonía de colores reflejan la paz interior que el maestro quería comunicar con sus obras. La aparente sencillez de esta obra es fruto de un dibujo preciso y de un estudio detallado de las proporciones, actitudes y distribución de las figuras. La escena tiene lugar en un marco arquitectónico inspirado en los proyectos de Bramante para la basílica de San Pedro y en edificios clásicos romanos. Las líneas de perspectiva de la composición confluyen en los cuerpos de Platón y Aristóteles. Aunque el resto de personajes parecen estar distribuidos de forma anárquica, una mirada atenta permite observar que están distribuidos en grupos, los cuales tienen sus figuras principales y sus propias dinámicas y formas de relacionarse. La Escuela de Atenas representa el espíritu de la cultura del Renacimiento y celebra, por tanto, la búsqueda racional de la verdad. En el centro de la composición pasean Platón, consecuente con su filosofía idealista, alza la mano y sostiene el ‘Timeo’ y Aristóteles, filósofo del conocimiento sensible, lleva consigo su ‘Ética’ y señala con la mano hacia tierra, la realidad humana. En el grupo de la izquierda, Pitágoras, personificación de la aritmética y la música, lee rodeado por un grupo que le mira concentrado en sus explicaciones. Delante de él, un alumno sostiene una pizarra que muestra la Tetraktys, que representa la creación universal. Averroes, que lleva turbante. Filósofo y médico andaluz, maestro de filosofía y leyes islámicas, matemáticas y medicina. Epicuro, que también lee un libro sostenido por un niño. Heráclito. Con la cara del pintor Miguel Ángel. Esta figura no incluida en el boceto original fue añadida por Rafael. Diógenes el cínico. Aparece tumbado sobre los escalones, en un gesto muy representativo de su sobriedad. Perteneciente a la escuela cínica se regía por los principios de autonomía y desprecio de los usos de la sociedad. Sócrates. Situado a la derecha de Platón. Expresa sus ideas a Alejandro Magno, rey de Macedonia y discípulo de Aristóteles, a quien se distingue porque va armado. El profeta Zoroastro, representado con una esfera celeste. Ptolomeo, de espaldas al espectador, aguanta un globo terráqueo, símbolo de su teoría de que la Tierra es el centro del universo. Rafael, el propio pintor se autorretrató con birrete negro y mirando hacia el espectador.
Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa
Considerada obra maestra de Jan Van Eyck del gótico flamenco de óleo sobre tabla, representa a una pareja en el interior de una habitación. El espejo que cuelga en el fondo de la pared marca el eje de simetría de la composición, junto a la lámpara que cuelga del techo y el perro. El pintor hace confluir en él las diferentes líneas de fuga de la perspectiva remarcadas visualmente mediante las vigas del techo y las maderas del suelo, que otorgan una gran profundidad. El espejo refleja lo que está fuera del campo pictórico, el resto de la habitación y los personajes que asisten a la escena. La meditada construcción del espacio hace que el movimiento sea nulo, mostrando una imagen rígida, teatral y casi fotográfica. A ello también contribuye el predominio de la línea sobre el color, perfilando a la perfección los contornos de las figuras y los objetos, haciendo que estos adquieran una quietud y una solidez casi escultórica. En cuanto a colores, dominan el verde del vestido, el rojo de los muebles y el marrón de la túnica del mercader. El cuadro es un retrato de cuerpo entero que corresponde a Giovanni Arnolfini, un comerciante italiano que residía en Brujas, y su esposa Giovanna Cenami, hija de otro mercader del mismo origen, en el momento de contraer matrimonio. El caballero, en actitud seria y ricamente ataviado, coge la mano de la dama y hace el voto nupcial levantando el antebrazo. Otros símbolos vinculados al matrimonio son el perro (fidelidad), la borla, la talla de Santa Margarita y el dragón como protectora de los partos en la cabecera de la cama, el espejo (sin mancha) y el rosario que cuelga a su lado (pureza de la Virgen). Las frutas sobre la mesa que hay debajo de la ventana representan la fruta del pecado original, que será redimido con el matrimonio. Finalmente, la colocación del espejo en el fondo de la escena supone una verdadera innovación en el mundo de la pintura, pensándose que esta obra influyó decisivamente en otros cuadros que emplean el mismo recurso, como ocurre en Las Meninas de Velázquez.
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