11 Feb

La Oposición al Sistema de la Restauración

Fuera del turno dinástico quedaron una serie de fuerzas políticas cuya representación parlamentaria apenas les permitía influir en las decisiones de gobierno, pero que tenían cierto respaldo social gracias a sus medios de propaganda y a su implantación en algunas zonas.

El Republicanismo

Tras el Sexenio Democrático, el republicanismo quedó reducido a figuras como Emilio Castelar, debilitado por su división en varios partidos (posibilistas, centralistas, progresistas). El más importante fue el Partido Republicano Federal, liderado por Pi y Margall, con el apoyo de una parte de las clases populares urbanas. El sufragio universal masculino estimuló la formación de alianzas electorales (como Unión Republicana) en 1893 y 1901, que agrupaban las distintas familias republicanas, aunque nunca llegaron a los cuarenta diputados. Para atraer el voto obrero, se acercaron cada vez más al P. S. O. E. de Pablo Iglesias.

El Carlismo

El carlismo entró en una grave crisis después de que algunos de sus dirigentes, como Ramón Cabrera, reconocieran a Alfonso XII. Además, la Constitución de 1876 descartaba la sucesión al trono de toda la rama carlista. Juan Vázquez de Mella reorganizó el partido y lo lanzó a la lucha política y electoral tras renunciar a la vuelta al Antiguo Régimen (Acta de Loredán). Su implantación en el País Vasco y Navarra siguió siendo bastante firme. Contaban con una prensa combativa y organizaron una nueva fuerza paramilitar, los requetés.

Otras Fuerzas Políticas

A ambos lados de los dos partidos dinásticos surgieron algunas fuerzas que compartían una parte de sus bases sociales, pero que no contaban con el apoyo de la red caciquil. A la derecha de los conservadores se movían grupos que pretendían reforzar la confesionalidad del Estado, como la Unión Católica de Alejandro Pidal o el Partido Católico Nacional, fundado por el excarlista Cándido Nocedal. A la izquierda de los liberales, personajes como Moret o Serrano lideraron partidos que mantenían la herencia democrática del 68, pero acabaron absorbidos por la maquinaria política de Sagasta.

Nacionalismos y Regionalismos

En el último cuarto del siglo XIX comenzó en España el ascenso de movimientos de carácter regionalista o nacionalista.

  • Nacionalismo catalán: Se basó en el importante crecimiento industrial de la región y en la irritación de la burguesía catalana contra los diferentes gobiernos del turno. La Renaixença impulsó la cultura y el uso del catalán. En el plano político, hubo un catalanismo de izquierdas (Almirall), pero burgueses y clases medias se sintieron más identificados con el programa de las Bases de Manresa, que pretendían obtener una autonomía. En 1901, Prat de la Riba y Cambó crearon la Lliga Regionalista.
  • Nacionalismo vasco: Su origen está en la reacción ante la pérdida de una parte de los fueros tras la derrota del carlismo. El gran propulsor fue el tradicionalista Sabino de Arana, que fundó el Partido Nacionalista Vasco (P. N. V.). El movimiento se caracterizaba por un gran sentimiento católico, pretendía impulsar la lengua y las costumbres vascas y defendía la pureza racial del pueblo vasco.
  • Fuera de Cataluña y el País Vasco, hubo también pequeñas fuerzas regionalistas en otros territorios como Galicia, pero su repercusión fue mucho menor.

La Crisis del 98

El Desastre del 98 fue el hecho más traumático de todo el periodo. En 1879 se había producido una nueva insurrección en Cuba, la llamada Guerra Chiquita, que fue derrotada. Los sucesivos gobiernos de EE. UU. y poderosos grupos de comunicación norteamericanos se volcaron entonces a favor del separatismo cubano, organizado en torno al Partido Revolucionario de José Martí. En 1895, el Grito de Baire dio inicio a otro levantamiento generalizado al que se unieron los rebeldes de la Guerra de los Diez Años. Poco después, estalló otro movimiento armado en Filipinas.

El general Martínez Campos no consiguió controlar la rebelión cubana, por lo que fue sustituido por Valeriano Weyler. Éste recuperó buena parte del territorio perdido e inició una represión a través de concentraciones de campesinos. En 1897, tras el asesinato de Cánovas, el nuevo gobierno de Sagasta decidió destituir a Weyler e inició una estrategia de conciliación, decretando la autonomía de Cuba. Sin embargo, los independentistas se negaron a poner fin a las hostilidades, principalmente porque contaban con el apoyo de EE. UU.

EE.UU. intervino en la guerra debido al incidente del acorazado Maine, que estalló en el puerto de La Habana en abril de 1898. EE. UU. culpó a España y envió un ultimátum. El gobierno español lo rechazó. Una escuadra mandada por el almirante Cervera partió hacia Cuba, pero fue rápidamente derrotada en la batalla de Santiago. Los norteamericanos derrotaron a otra escuadra española en Filipinas, en la batalla de Cavite. A finales de año se firmó la Paz de París, por la cual España concedía una precaria independencia a Cuba y entregaba Puerto Rico y Filipinas a los EE. UU.

Consecuencias del Desastre

El impacto de la derrota fue tremendo. Una parte de la sociedad se entregó a un pesimismo fatalista. Literatos y pensadores abrieron un debate sobre la situación de España que dio lugar a la llamada Generación del 98 (Unamuno, Baroja, Azorín). Los grupos más críticos promovieron el movimiento regeneracionista (Costa), que defendía una ruptura con el pasado. Entre las clases populares creció el sentimiento antimilitarista y los separatistas catalanes y vascos se sintieron reforzados. Como reacción, el Ejército se sintió atacado, devolvió las críticas hacia los políticos y comenzó a verse a sí mismo como la única institución capaz de defender la unidad de la nación. Sin embargo, las repercusiones económicas y políticas del 98 fueron escasas. Solo la industria catalana acusó seriamente la pérdida de las colonias y el sistema oligárquico se mantenía intacto cuando Alfonso XIII alcanzó la mayoría de edad en 1902.

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