30 Ago

La Lírica y el Teatro Posteriores a 1936

Durante la dictadura franquista (1939-1975), la cultura estuvo condicionada por la pérdida de las élites intelectuales, la represión, la restricción de las libertades, la censura y la autocensura.

Miguel Hernández y la Poesía de Posguerra

Los tres hitos fundamentales en la obra de Miguel Hernández, coetáneo de los poetas de los años cuarenta, son El rayo que no cesa, Viento del pueblo, y Cancionero y romancero de ausencias. Años después, Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, ambas de 1944, suponen el arranque de la poesía de posguerra, en la que se reconocen dos tendencias:

  • La poesía desarraigada, con una visión pesimista y angustiada, cultivada por Blas de Otero (Ángel fieramente humano), José Hierro (Tierra sin nosotros) y Gabriel Celaya (Tranquilamente hablando).
  • La poesía arraigada, con poetas como Luis Rosales (La casa encendida) o Leopoldo Panero, que presentan una vivencia armónica del mundo y de la vida y cuyos temas son el amor, la religión y el paisaje.

La Poesía Social y del Medio Siglo

La poesía social fue la corriente dominante durante los años cincuenta. Con un tono cercano al himno, se concibe la poesía como un instrumento de transformación social. Podemos citar a Gabriel Celaya (Cantos iberos), Blas de Otero (Pido la paz y la palabra) y José Hierro (Cuanto sé de mí).

La obra de autores como Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma (Las personas del verbo) y Ángel González (Palabra sobre palabra) se incluye dentro de la poesía del medio siglo. Se caracteriza por el autobiografismo, la amplitud temática, el lenguaje conversacional e intimista, y la ironía.

Los Novísimos y la Poesía de la Experiencia

Reciben el nombre de novísimos los poetas incluidos en la antología de José M. Castellet (Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, entre otros). La poesía novísima se caracteriza por el culturalismo, el escapismo, el esteticismo y decadentismo (venecianismo), el barroquismo y la influencia de las vanguardias. Destaca Arde el mar, de Pere Gimferrer (1966).

En los años ochenta y noventa se reconocen dos tendencias en la lírica:

  • La poesía de la experiencia, con autores como Luis García Montero o Felipe Benítez Reyes, propone una poesía de ambientación urbana y contemporánea, con elementos narrativos y tono conversacional.
  • La poesía del silencio, con autores como Antonio Gamoneda, renuncian a lo sentimental para plantear la reflexión metalingüística. Se considera mentor de esta corriente a José Ángel Valente.

El Teatro de Posguerra: Evasión y Compromiso

Respecto al teatro, en los años cuarenta destacan los géneros de carácter evasivo:

  • La comedia burguesa, con Joaquín Calvo Sotelo o Edgar Neville (El baile).
  • La comedia del disparate, cultivada por Miguel Mihura (Tres sombreros de copa) y Enrique Jardiel Poncela.

Los máximos representantes del teatro en el exilio son Rafael Alberti (El adefesio), Max Aub (San Juan) y Alejandro Casona (La dama del alba).

Los años cincuenta se caracterizan por un teatro comprometido con la realidad social y política del país, que oscila entre dos polos:

  • El posibilismo de Antonio Buero Vallejo, autor de Historia de una escalera, que escribe tragedias con personajes históricos que sirven para reflexionar sobre el presente, con efectos de inmersión (La Fundación).
  • El teatro de agitación política y social de Alfonso Sastre, cuyos dramas (Escuadra hacia la muerte) denuncian injusticias sociales y la situación política de España.

El Teatro Experimental y las Nuevas Tendencias

Los autores fundamentales del teatro experimental de los años 60 y 70 se ven influidos por el surrealismo, el teatro del absurdo y el teatro de la crueldad y son Fernando Arrabal (El cementerio de automóviles) y Francisco Nieva (Pelo de tormenta).

El teatro desde 1976 está condicionado por dos factores: el apoyo institucional y la pérdida de importancia del dramaturgo y del texto dramático. Los grupos de teatro independientes, como Els Joglars, se inclinan por la creación colectiva y la importancia de los signos no verbales. En el teatro de los años ochenta y noventa conviven autores de, al menos, dos generaciones, que abordan temas de la sociedad contemporánea (drogas, terrorismo, xenofobia…), la Guerra Civil, o los conflictos psicológicos, en obras que pretenden recuperar la conexión con el público. Destacan José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro) o la obra Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez.

El Teatro Actual: La Generación Bradomín y Más Allá

En los últimos años han estrenado sus obras los autores de la generación Bradomín, que desarrollan dos tendencias:

  • La experimentación radical (Angélica Liddell y Rodrigo García).
  • Un teatro de la palabra, representado por Juan Mayorga (El chico de la última fila).

A los anteriores hay que añadir una nueva promoción de dramaturgos, como Alfredo Sanzol.

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