29 May
EL HIJO PRODIGO
En aquel tiempo, se acercaban a Jesú s todos los publicanos y los pecadores para oí rle. Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: É ste acoge a los pecadores y come con ellos.Jesú s les dijo esta pará bola: Un hombre tení a dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre:
«Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.» Y é l les repartíó la hacienda.Pocos dí as despué s el hijo menor lo reuníó todo y se marchó a un paí s lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.« Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel paí s, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel paí s, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comí an los puercos, pero nadie se las daba.
Y entrando en sí mismo, dijo: «¡ Cuá ntos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!Me levantaré , iré a mi padre y le diré : Padre, pequé contra el cielo y ante ti.Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trá tame como a uno de tus jornaleros.»
Y, levantá ndose, partíó hacia su padre. « Estando é l todaví a lejos, le vio su padre y, conmovido, corríó , se echó a su cuello y le besó efusivamente.El hijo le dijo: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.»
Pero el padre dijo a sus siervos: «Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies.Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mí o estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado». Y comenzaron la fiesta.Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la mú sica y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.El le dijo: «Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.»El se irritó y no querí a entrar. Salíó su padre, y le suplicaba.Pero é l replicó a su padre: «Hace tantos añ os que te sirvo, y jamá s dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con rostitutas, has matado para é l el novillo cebado!»Pero é l le dijo: «Hijo, tú siempre está s conmigo, y todo lo mí o es tuyo; pero convéní a celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.»
EL RICO Epulón Y EL POBRE Lázaro
En aquel tiempo, Jesú s dijo a los fariseos: Habí a un hombre rico que vestí a de pú rpura y lino, y celebraba todos los dí as esplé ndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lá zaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caí a de la mesa del rico… Pero hasta los perros vení an y le lamí an las llagas. Sucedíó , pues, que murió el pobre y fue llevado por los á ngeles al seno de Abraham. Murió tambié n el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lá zaro en su seno. Y, gritando, dijo: «Padre Abraham, ten compasió n de mí y enví a a Lá zaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama.»Pero Abraham le dijo: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lá zaro, al contrario, sus males; ahora, pues, é l es aquí consolado y tú atormentado. Y ademá s, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros.» Replicó : «Con todo, te ruego, padre, que le enví es a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan tambié n ellos a este lugar de tormento. «Le dijo Abraham: «Tienen a Moisé s y a los profetas; que les oigan.» É l dijo: «No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirá n.» Le contestó : «Si no oyen a Moisé s y a los profetas, tampoco se convencerá n, aunque un muerto resucite.»
EL FARISEO Y EL PUBLICANO
En aquel tiempo, dijo Jesú s esta pará bola por algunos que se tení an por justos y despreciaban a los demá s: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: «¡ Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demá s hombres, rapaces, injustos, adú lteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.» En cambio el publicano, mantenié ndose a distancia, no se atreví a ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡ Oh Dios! ¡ Ten compasió n de mí , que soy pecador!» Os digo que é ste bajó a su casa justificado y aqué l no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
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