27 Nov
San Agustín
La filosofía griega y el cristianismo constituyen los dos pilares fundamentales sobre los que se construye la civilización occidental. El cristianismo introduce el monoteísmo, el creacionismo y la omnipotencia divina, así como la idea de la verdad como revelación infalible. Inicialmente, existió un rechazo a la filosofía por parte de los primeros cristianos; sin embargo, pronto sintieron la necesidad de defender su doctrina de las críticas de los filósofos, recurriendo a las mismas armas de la argumentación racional. También sintieron la necesidad de ampliar las doctrinas aceptadas por la fe.
Agustín de Hipona (354 d.C. – 430 d.C.), nacido en el norte de África, estudió en Cartago, Roma y Milán. En su juventud, admiró a Cicerón, luego se convirtió al maniqueísmo, posteriormente cayó en el escepticismo y, finalmente, se convirtió al cristianismo, llegando a ser uno de los Padres de la Iglesia. En su pensamiento, se observa la influencia de Platón y Plotino.
San Agustín propone descubrir a Dios a través de la introspección, mirando dentro de nuestra alma. Ofrece, además, otras pruebas racionales de la existencia de Dios que confirman la fe. De la esencia divina, Agustín destaca tres atributos cognoscibles por la razón humana: ser, verdad y bien.
Agustín aborda el problema de la creación de manera similar a Platón, argumentando que las ideas, modelos utilizados por Dios para crear la realidad, residen en la mente divina. La creación, según Agustín, es atemporal, ya que Dios existe fuera del tiempo. Dios creó toda la realidad en un acto único y desde el principio, dando existencia a algunas cosas y potencia para existir a otras.
El problema del origen del mal preocupó a San Agustín durante toda su vida. Si Dios es infinitamente bueno, no puede ser la causa del mal. El mal, según Agustín, no es un ser en sí mismo, sino una privación del ser, una carencia. Distingue tres tipos de mal: el mal metafísico, derivado de la imperfección e inferioridad humanas; el mal moral, causado por el pecado, resultado de la voluntad humana que elige el mal; y el mal físico, consecuencia del pecado original.
En su obra La Ciudad de Dios (410 d.C.), San Agustín describe la ciudad terrenal y la ciudad de Dios, donde habitan aquellos que aman a Dios. La historia de la humanidad, según su concepción lineal, culmina con la salvación de la ciudad de Dios y la condena de aquellos que no creen en Él.
Descartes
El Renacimiento marcó un cambio de paradigma en el pensamiento científico, derribando el modelo aristotélico. Copérnico situó al Sol en el centro del sistema solar, Kepler trazó las órbitas elípticas de los planetas y formuló las leyes del movimiento planetario, y Galileo demostró que la realidad natural podía expresarse mediante el lenguaje matemático. En el siglo XVII, Galileo y Francis Bacon desarrollaron métodos científicos para el estudio y dominio de la naturaleza.
René Descartes (1596-1650), nacido en La Haye, Francia, estudió en el colegio jesuita de La Flèche, recibiendo una formación clásica. Sin embargo, desde joven, Descartes expresó su insatisfacción con la educación tradicional, que consideraba excesivamente centrada en el pasado y ajena a la nueva ciencia. Se licenció en Derecho y se alistó en el ejército de Mauricio de Nassau durante la Guerra de los Treinta Años. Combatió en Breda, donde conoció a Isaac Beeckman. Un año más tarde, cambió de bando y se unió al ejército católico de Baviera. Posteriormente, abandonó la carrera militar y se dedicó al estudio en Holanda, donde gozaba de mayor libertad intelectual. Escribió un tratado de física que no publicó debido a la condena de Galileo. Más tarde, escribió el Discurso del método, introducción a tres escritos sobre óptica, meteorología y geometría. Finalmente, se incorporó como instructor en la corte de la reina Cristina de Suecia, donde murió de pulmonía en 1650.
Descartes parte de la crítica a la filosofía de su tiempo, plagada de dudas y disputas. Admiró las matemáticas por su capacidad de presentar verdades con certeza, basadas en axiomas. El racionalismo cartesiano considera las matemáticas como un saber modélico e intenta renovar la filosofía imitando su método, basado en la simplicidad de los principios y la deducción en los razonamientos. La crisis de la filosofía, según Descartes, afecta a todo el saber, que es un sistema unitario comparable a un árbol cuyas raíces son la metafísica. El objetivo de Descartes era sanear las raíces del árbol del saber, construyendo un método basado en las matemáticas. Este método consta de cuatro reglas:
- Regla de la evidencia: Admitir como verdadero solo aquello que se conoce con claridad y distinción.
- Regla del análisis: Dividir cada problema en sus partes más simples.
- Regla de la síntesis: Conducir el pensamiento de lo más simple a lo más complejo.
- Regla de la enumeración: Revisar todo el proceso para asegurar que no se ha omitido ningún paso ni se ha cometido ningún error.
La duda metódica es consecuencia de la regla de la evidencia. Se trata de una duda radical que cuestiona todo lo que es dudable, con el propósito de encontrar una verdad indudable, una base absoluta para el conocimiento. Descartes duda de la veracidad de los sentidos, argumentando que a veces nos engañan y que el sueño es indistinguible de la vigilia. También duda de las verdades intelectuales de las matemáticas, planteando dos objeciones: la posibilidad de errores en el razonamiento y la hipótesis del genio maligno, un Dios que nos ha creado imperfectos, con facultades racionales que nos conducen al error. Esta hipótesis, la más radical, afecta a la totalidad del ser humano. La duda metódica cuestiona tanto el mundo físico como la verdad de las ciencias.
A través de la duda, Descartes llega al cogito: ni siquiera el genio maligno puede hacerme dudar de que existo mientras pienso. Mi existencia como ser pensante es una realidad indudable, una verdad absoluta: «Pienso, luego existo».
Descartes se reconoce como un ser pensante, pero ignora si tiene cuerpo o si existe el mundo. En este estado de duda, se encuentra solo, habiendo perdido el mundo. Para recuperarlo, analiza las ideas que encuentra en su interior, clasificándolas en tres tipos: adventicias (ideas que parecen provenir del exterior), facticias (ideas construidas por el ser humano) e innatas (ideas presentes en la mente desde el nacimiento).
Las ideas innatas, al no poder explicarse a partir de nuestras facultades limitadas, deben provenir de un ser más perfecto: Dios. La idea de un ser perfecto implica su existencia, así como su bondad y veracidad. Dios sería mentiroso si nos hiciera errar cuando creemos estar ante la verdad. Por lo tanto, podemos confiar en la verdad de las matemáticas y de todo aquello que concebimos clara y distintamente. Además, si Dios no es engañoso, los sentidos no pueden engañarnos hasta el punto de que todo sea un sueño; por lo tanto, los cuerpos existen. Descartes recupera el mundo perdido tras la duda metódica, pero este mundo recuperado es diferente: existe Dios, existen los hombres con sus almas pensantes, y existen los cuerpos, pero estos cuerpos carecen de las cualidades secundarias (color, sabor, etc.), que Descartes rechaza por ser subjetivas y no reales, pertenecientes al sujeto y no al objeto. Las propiedades objetivas son las cualidades primarias, propias de los objetos y susceptibles de tratamiento matemático: extensión, figura y movimiento.
Descartes distingue tres tipos de sustancias, definiendo sustancia como aquello que no necesita de otra cosa para existir: res cogitans (sustancia pensante), res infinita (sustancia infinita o Dios) y res extensa (cuerpos). El hombre es, ante todo, mente, aunque posee un cuerpo al que se vincula de forma particular a través de la glándula pineal. Descartes mantiene un dualismo antropológico, separando radicalmente cuerpo y mente. Niega que los animales tengan mente, considerándolos meramente cuerpos. En el ámbito de lo corporal, rigen el mecanicismo y el determinismo, pero, dado que el hombre posee mente, se puede salvar la libertad humana. La mente puede liberarse del determinismo. Descartes considera que toda la realidad es una máquina, excepto el hombre. Todos los movimientos y procesos son mecánicos y explicables matemáticamente.
Spinoza
Baruch Spinoza (1632-1677), nacido en Ámsterdam en el seno de una familia judía sefardí, se educó en la comunidad judía, donde existía cierta tolerancia. Esto le permitió acceder a las matemáticas, la filosofía de Descartes y la obra de Hobbes. Tras la muerte de su padre, Spinoza dejó de ocultar su descreimiento religioso y, dos años después, fue expulsado de la comunidad judía, siendo desterrado del gueto y viéndose obligado a abandonar el trabajo paterno. Se dedicó a pulir lentes y llevó una vida nómada, mudándose varias veces de casa. En 1660, comenzó a trabajar en su obra principal, la Ética, que terminó en 1675. En 1670, publicó el Tratado teológico-político, obra que causó gran controversia por su crítica a la religión. Las protestas generadas por esta publicación y la muerte del ministro Johan de Witt convencieron a Spinoza de no publicar más obras. En 1673, rechazó una cátedra de filosofía en la Universidad de Heidelberg por no tener garantizada la libertad de filosofar. Murió de tuberculosis en 1677. Sus amigos publicaron póstumamente sus obras inéditas.
Partiendo de la influencia de Descartes, Spinoza creó un sistema filosófico original que combina elementos judíos, escolásticos y estoicos. Mientras Descartes consideraba tres sustancias (pensamiento, extensión y Dios), Spinoza las reduce a una sola: la sustancia infinita, identificada con Dios o con la naturaleza, según su célebre expresión: «Deus sive Natura» (Dios o la Naturaleza).
Para Spinoza, la sustancia es la realidad, causa de sí misma y de todas las cosas. La sustancia es la naturaleza o Dios. Dios y el mundo son idénticos. Todos los objetos físicos, así como las ideas, son modos de Dios. Las cosas son «Natura Naturata» (naturaleza naturada), mientras que Dios es «Natura Naturans» (naturaleza naturante).
De esta manera, Spinoza elimina los problemas del dualismo cartesiano, pero a la vez plantea un nuevo problema para explicar la libertad humana. La distinción cartesiana de tres sustancias permitía salvar el pensamiento del determinismo mecanicista, que solo afectaba a la sustancia extensa (el mundo), pero no a la sustancia pensante (el entendimiento). Spinoza, en cambio, postula un determinismo riguroso, negando el libre albedrío, aunque deja un resquicio para una definición paradójica de libertad: la libertad humana se alcanza cuando el ser humano acepta el determinismo y se libera a través del conocimiento intelectual. Su pensamiento refleja la visión de un mundo gobernado por leyes, como la expuesta por Galileo. Spinoza busca las leyes que rigen la moral y la religión. En su Ética demostrada según el orden geométrico, describe al ser humano como una parte más de la naturaleza, sujeto a leyes universales. Afirma que los valores son formaciones humanas arbitrarias, determinadas por el conatus o deseo, un instinto de supervivencia o deseo de poder. Deseamos aquello que aumenta nuestro poder (conatus) y rechazamos lo que lo disminuye.
Consideramos bueno aquello que nos afecta positivamente y malo aquello que nos afecta negativamente. No deseamos algo porque sea bueno, sino que es bueno porque lo deseamos. Spinoza explica todos los sentimientos como variantes del conatus. Si algo aumenta nuestro poder, nos produce alegría; si lo disminuye, nos produce tristeza. Su afirmación de que el pecado no existe fue una postura extraordinaria en el siglo XVII. En última instancia, más allá de los actos individuales, lo que importa es la voluntad de Dios. En la Ética de Spinoza, no hay lugar para la queja, porque todo es perfecto.
La única satisfacción verdadera, que Spinoza llama beatitud, es el amor intelectual de Dios, que se logra adoptando la perspectiva divina, comprendiendo que todo sucede por una razón divina y aceptando los acontecimientos como han sucedido y sucederán eternamente, amando lo que sucede desde la óptica de la eternidad.
Spinoza es monista: cuerpo y alma son la misma realidad. El alma es la idea que el cuerpo tiene de sí mismo, y el cuerpo es el objeto de esa idea. Lo que sucede en uno sucede en el otro de forma paralela. El conatus es limitado por el conjunto de posibilidades. La distancia hasta ese límite es casi infinita, ya que desconocemos el verdadero potencial de un cuerpo. La razón es la guía que nos permite alcanzar el máximo potencial del cuerpo, la que resuelve los conflictos y nos proporciona una idea adecuada de lo que nos afecta. La razón controla las emociones.
Para Spinoza, el Estado es un cuerpo político, una agregación de individuos. El ciudadano adquiere más poder dentro de un grupo político que solo y aislado. Sin embargo, en los estados autoritarios, la capacidad de acción del individuo se ve mermada. Por eso, Spinoza defiende la democracia como el sistema más útil para el desarrollo del potencial individual.
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