03 Mar
La Guerra Civil Española (1936), el establecimiento de la Dictadura
franquista (1939), y el largo exilio de muchos intelectuales cortan la evolución
natural de la cultura, el arte y la literatura, y los sumen en un aislamiento
vigilado por una férrea censura política e ideológica. Tras los primeros años de
postguerra, años de poesía arraigada y desarraigada (1940), solo una
tendencia anterior a la guerra, la literatura social, se manifiesta hacia 1950; sin
embargo, hasta 1968 no se recuperó la Vanguardia y el experimentalismo –
salvo el mínimo ensayo del Postismo-. Una vez desaparecida la dictadura en
1975, los escritores optan por evitar la literatura social y olvidan el
experimentalismo, recuperando la tradición sin desaprovechar los recursos
técnicos recientes.
LA DÉCADA DE LOS 40
La mayor parte de los poetas que antes de la Guerra figuraban como
los maestros de nuestro siglo o aquellos que desarrollaban una gran parte de
su producción poética se verán obligados a abandonar el país tras la contienda.
La nómina de los poetas exiliados coincide con la de los mejores poetas
del Siglo XX. Fuera de España se desarrollan las obras de poetas
pertenecientes a diversas generaciones: la generación del 14 con Juan Ramón
Jiménez, León Felipe y los miembros del grupo poético del 27.
En general, se pasa de unos planteamientos exaltados, de una
concepción lúdica del arte (procedente de las vanguardias) a un sentimiento de
angustia, unido a la serenidad y la nostalgia. Tras el aire combativo de los
primeros momentos del exilio se presenta la amargura de la imposibilidad del
cambio. Por ello, algunos de los temas fundamentales son: la reiterada
preocupación por España, el recuerdo de la guerra, la exaltación de aquellos
valores que implican la esencia de lo español, la recuperación del pasado, la
nostalgia y la angustia ante la situación histórica y vital, el lamento por los
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amigos muertos, el amor como medio de supervivencia, la religión como
refugio. Y esto expresado en un lenguaje poético que, alejado del formalismo
esteticista de las vanguardias en las que muchos de ellos militaron, ahora se va
acercando cada vez más a la sencillez de la lengua cotidiana.
Dentro de la literatura posterior a la Guerra Civil, quizá sea la poesía el
ámbito en el que hay mayor diversidad y riqueza artística. Ello probablemente
se explique porque los censores pensaran que la poesía no era un género de
amplio consumo, pues su difusión no trascendía del círculo de minoritarias
revistas literarias o de las reducidísimas tiradas de poemarios.
Dejando aparte a los poetas del exilio (entre ellos la mayoría del 27,
José Moreno Villa, Juan José Domenchina, Concha Méndez, Ernestina de
Champourcín, León Felipe, Pedro Garfias, Juan Gil-Albert…), en los años 40,
entre los poetas que no marchan al exilio, encontramos dos posturas
calificadas por Dámaso Alonso como poesía arraigada y poesía
desarraigada; si bien, no son las únicas del momento. Por otra parte, destaca
en esta época la creación de tres revistas: Escorial, Garcilaso y Espadaña,
vinculadas a esas tendencias.
Poesía arraigada
Atendiendo a la poesía arraigada, se caracteriza por ser una poesía
técnicamente muy bien construida y temáticamente alejada de la problemática
existencial y social del momento. Se agrupa en torno a las revistas: Escorial
– revista de Falange que pronto se apartó de la simple propaganda para
centrarse en el canto a lo cotidiano, familia y Dios incluidos– y Garcilaso,
creada con la intención de dar una visión imperial, caballeresca y amorosa de
la vida. Dámaso Alonso dirá que los poetas arraigados son los que están
conformes con este mundo: Leopoldo Panero, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo,
Luis Felipe Vivanco, José García Nieto… García Nieto será el más fiel
representante de la estética garcilasista, con gran influjo petrarquista y una
visión muy embellecedora del paisaje. Sin embargo, no todos los autores están
tan marcados ideológicamente; así, José Mª Valverde o Carlos Bousoño no
parecen estar tan influidos.
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Poesía desarraigada
“Para otros, -decía Dámaso Alonso- el mundo nos es un caos y una
angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí,
otros estamos muy lejos de toda armónía y de toda serenidad.” Serán los
representantes de la poesía desarraigada. El año
1944 es fundamental para la
1944 es fundamental para la
poesía, pues se publican dos libros esenciales, Hijos de la ira, de Dámaso
Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, y aparece el primer
número de la revista Espadaña, que pretende encarnar la reacción contra la
poesía conformista de Escorial y Garcilaso. Espadaña, que contaba con
autores como Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, José Hierro, Gabriel
Celaya y Blas de Otero, quiso rehumanizar la poesía española, iniciando un
proceso que desembocaría años después en la poesía social. Dentro de esta
tendencia desarraigada de la poesía muchos autores se ocuparon del tema de
Dios, pero su actitud fue diferente a la de los poetas arraigados. Blas de Otero
ha sido, quizás, el más significativo de los poetas desarraigados, pero pronto
abandonará su preocupación por el silencio de Dios y la angustia del individuo
para adentrarse en una poesía de contenido más comprometido y social, pues
defiende el poder de la palabra y, por tanto, de la poesía.
Por otra parte, otros dos grupos aparecen en esta época: el del entorno
de la revista Postismo –abreviatura de postsurrealismo, el último “ismo”-
movimiento de vanguardia (1945) fundado por Carlos Edmundo de Ory, que
reivindica la imaginación y lo lúdico; y finalmente, el Grupo Cántico, creado en
torno a la revista Cántico (1947) inclinado por una poesía de carácter
culturalista y barroca, de tendencia intimista. Pablo García Baena es su mejor
representante.
LA DÉCADA DE LOS 50. LA POESÍA SOCIAL
Durante los años 50 surge la poesía social. “La poesía es un arma
cargada de futuro”, dirá Celaya en el poema de Cantos íberos que sirve como
manifiesto de esta corriente. La poesía española pasará de la preocupación
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existencial por los problemas del individuo a una preocupación por los
problemas de la colectividad. Es lo que se denomina poesía social: denuncia,
Realismo, lenguaje para “la inmensa mayoría”.
Durante esta década continúan su labor poética muchos de los poetas
de Espadaña. Su poesía se caracteriza ahora por el lenguaje sencillo y
coloquial, una mayor preocupación por los contenidos que por la estética, cierto
carácter narrativo e incluso una tendencia hacia el prosaísmo. Se concibe la
poesía como una herramienta que debe ayudar a la toma de conciencia social
de los destinatarios y, en consecuencia, ha de colaborar a la transformación de
la realidad. Se reivindica, en oposición a la poesía selecta dirigida a minorías,
una literatura cuyo destinatario sea la inmensa mayoría, expresión con la que
Blas de Otero se enfrenta al conocido lema de Juan Ramón Jiménez “A la
inmensa minoría”.
Los más destacados de los poetas sociales de los cincuenta son: Blas
de Otero (Pido la paz y la palabra), Gabriel Celaya (Las cartas boca
arriba, Cantos íberos) y José Hierro (Cuanto sé de mí, Quinta del 42).
El tema de España se convierte en una constante: Que trata de
España (Blas de Otero), Cantos Íberos (G. Celaya); España, pasión de
vida (Eugenio de Nora), Canto a España (José Hierro), Dios sobre
España (Carlos Bousoño). Los poetas sociales tienen numerosos puntos de
contacto con la poesía publicada en la revista Caballo verde para la poesía,
que Neruda fundó antes de la Guerra Civil.
LA POESÍA DE LA DÉCADA DE LOS 60
En la década posterior, la década de los 60, la llamada Generación del
50, Generación del medio siglo o Grupo poético del 50 está constituida por
poetas nacidos entre 1925 y la Guerra Civil:
Ángel González, José Manuel
Ángel González, José Manuel
Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Ángel
Valente, Claudio Rodríguez, Carlos Barral, Félix Grande y Francisco Brines,
entre otros. Son los llamados “niños de la guerra”, poetas nacidos en el
periodo de 1924 a 1936.
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Son poetas con actitudes estilísticas muy diferentes que comparten una
visión semejante de la realidad y unas actitudes éticas comunes con la poesía
social: la preocupación por el hombre, el inconformismo, la denuncia, la
injusticia (frecuente en Ángel Valente), el compromiso…, sin perder de vista los
temas eternos de la poesía como el dolor, el amor, el tiempo y la muerte.
En general, el cambio viene dado porque empieza a hablarse de poesía
como experiencia o conocimiento, frente a la poesía como comunicación de la
década anterior. Ello explica que sea habitual la presencia de lo íntimo, el gusto
por el recuerdo, la expresión de la subjetividad; en suma, la poetización de la
experiencia personal: la infancia y la adolescencia; la conciencia de la
transitoriedad humana; el amor, que reaparece dando cauce a la intimidad e
incluso al erotismo; y la amistad.
En cuanto al estilo, hay una gran atención al lenguaje y los autores se
alejan tanto del prosaísmo de algunos poetas sociales como del tono áspero de
la poesía desarraigada, así como del esteticismo formalista de los poetas
garcilasistas. Descubren las posibilidades artísticas del lenguaje cotidiano y
alejan a la poesía del sentimentalismo exagerado y de la vaciedad retórica. El
lenguaje conversacional y coloquial adquiere la categoría de lenguaje artístico.
En cuanto a la métrica, predomina el verso libre, aunque no falta el uso
esporádico de estrofas clásicas.
Por otro lado, es relevante en la lírica de estos autores su apertura
intelectual a muy variadas influencias. Se advierte, en algunos casos, la huella,
hasta entonces desconocida en la literatura española, de poetas como T. S.
Eliot, Ezra Pound y Constantino Cavafis. Pero lo más significativo es que los
modelos literarios de estos poetas son variados. Es reconocible la presencia de
la lírica latina, de la poesía inglesa contemporánea, del Barroco español, de los
poetas del 27 (Aleixandre y Cernuda a la cabeza); sin ignorar a los
hispanoamericanos (Vallejo y Neruda) y a Antonio Machado o Hernández.
Destaca la obra de Jaime Gil de Biedma recogida bajo el nombre de Las
personas del verbo; Ángel González, con Tratado de urbanismo; Claudio
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Rodríguez con Don de la ebriedad; José Ángel Valente, con A modo de
esperanza.
LA POESÍA A PARTIR DE 1970
Para terminar este periodo, los Novísimos son un grupo poético que
surge hacia finales de los años 60. Se les llama también Generación del 68,
aunque el título de Novísimos se lo debemos a José Mª Castellet, que antologó
poemas de estos autores y tituló el libro así: Nueve novísimos poetas
españoles, en el año 1970. Aquí incluiríamos a Leopoldo María Panero, Ana Mª
Moix, Manuel Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Antonio
Colinas y Luis Alberto de Cuenca, entre otros. Estos poetas se dejan influir por
las vanguardias del Siglo XX, en especial, el Surrealismo, tomando como
puentes a Aleixandre y el Postismo. Son culturalistas y exhibicionistas desde el
punto de vista cultural. Gustan de experimentar lingüísticamente, mediante un
lenguaje rico y Barroco; a veces usan la escritura automática, en plan
surrealista… Piensan que la poesía es un arte minoritario.
Las notas más destacadas de estos poetas son: el sesgo marcadamente
culturalista de sus poemas, que rayan a veces en el exhibicionismo cultural,
con bellos vocablos y deliciosos clichés crean un ambiente artísitico refinado y
sutil (escenarios italianos, como Venecia); aparece frecuentemente en sus
versos la nueva sociedad de consumo (referencias al cine, la tv, la radio, el
deporte, la canción, los tebeos…); la reflexión metapoética. Dicho de otra
forma, comparten referencias como: el mar, el mundo clásico, el
cosmopolitismo, la sacralización de la literatura, el exotismo, el interés por la
cultura…
Destaca el poemario Arde el mar (Premio Nacional de Poesía en 1966)
de Pere Gimferrer.
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