09 Dic

3-AGENTES PROTAGONISTAS DE LA INTERVENCIÓN SOCIAL

Las dificultades para acotar los contornos que definen la pobreza en las diversas etapas históricas se traslada a los agentes que protagonizan toda intervención en materia socioasistencial. En primera instancia podrían quedar acotados a la Iglesia y al Estado con todas sus ramificaciones (instituciones, personalidades, establecimientos, etc.) Esta afirmación resulta reduccionista, aunque muy útil desde el punto de vista analítico. Más ajustado a la realidad seria afirmar que el principal agente de toda intervención social es la familia, en cualquiera de sus modalidades.

La familia no sólo nos sitúa ante la privacidad de la atención sino también ante la construcción de interacciones sociales que apuntan al altruismo. Un altruismo que se presentará cada vez más y mejor organizado según nos acercamos al presente. En este sentido no siempre ha sido sencillo establecer agentes concretos que actúan sobre las diversas formas de pobrezas. El protagonismo ha recaído en actores múltiples que han compartido la función de suministrar ayuda al “otro” individual o colectivo. Tales actores se agrupan, básicamente, en tres:
asistido, donante y mediador.
La persona asistida es aquella nombrada como vagabunda, pordiosera, pobre, maleante, mendiga, loca, enferma, transeúnte, marginada, delincuente o prostituta. Queda reconocida desde el momento en que se la nombra, pero quedan situaciones que carecen de un nombre, de una concreción, que facilita la detección y posterior satisfacción de necesidades. En todos los casos, se espera que la persona o grupo asistido sea sumiso y muestre subordinación hacia los otros dos actores, en particular hacia quien ejerce de mediador. La figura mediadora ha de dar cuenta de sus actuaciones a quienes ejercen de donantes como a las personas asistidas que esperan ver cubiertas sus necesidades. El tercer actor, el donante, establece la cuantía y modalidad de las acciones de ayuda, los sujetos perceptores de las mismas y la finalidad y objetivos que justifican su decisión. Al igual que los actores anteriores, busca obtener algún tipo de compensación, provecho, personal o social. Puede esperar desde el perdón de sus faltas, el reconocimiento personal o social, mayor control sobre los beneficiarios de su donación hasta orden y paz social. La interacción y la interdependencia de los tres actores colaborará en la configuración de unos sistemas de protección social que pasarán por diferentes etapas hasta quedar bastante definidos con el Estado de Bienestar. Los actores de la intervención social conducen nuestra mirada a los tres sectores que han canalizado las diversas actuaciones sociales: las administraciones públicas, la iglesia y otras iniciativas privadas. A estos sectores se ha sumado en las últimas décadas la iniciativa social o Tercer Sector, reagrupándose así la iniciativa privada dentro del segundo sector. Hacia el S. XX, los principales agentes que se fueron perfilando en el tratamiento de diversas situaciones carenciales pueden quedar reducidos a tres en España: – Estado – Ayuntamientos e – Iglesia. Su creciente protagonismo convivió con formas se solidaridad familiar, comunitaria o de grupo no organizadas, pero de importante impacto para el desarrollo tanto individual como social. La solución de los problemas sociales, los desajustes sociales o las enfermedades se han encontrado, con una iniciativa particular tan influyente que retrasó el desarrollo de propuestas secularizadoras y emanadas de las administraciones públicas. Este proceso se expresa y concreta desde la ayuda mutua, enraizada en la sociedad y nacida de las exigencias de la cooperación para vencer necesidades de una vida precaria, se pasa a una serie de servicios asistenciales de caridad, beneficencia, filantropía y bienestar institucional.La caridad particular representa la principal manifestación de la actuación social feudal. En la sociedad estamental de la Edad Media, la caridad reforzaba el prestigio y la autoridad de la nobleza, el clero y la corona, así como era el camino para la salvación del alma. Ni la monarquía feudal ni el Estado moderno llevaron a cabo una redistribución social de los impuestos recaudados a sus súbditos, tan solo ciertas distribuciones de recursos en momentos de crisis de subsistencia. Se produjeron algunos avances en la diversificación y, a la vez, concreción de los agentes centrales de la intervención social. Uno de ellos fue la introducción de principios y valores como el trabajo, la producción, la vecindad y la utilidad. Un segundo avance se centró en la lucha contra la dispersión de la asistencia en hospitales, cofradías, obras pías o gremios, entre otros, y que llevó a que corregidores y párrocos “ilustrados” asumieran la gestión de los recursos asistenciales por medio, de las Juntas de Caridad. es así como se inicia, la transferencia del encargo asistencial de la Iglesia a los ayuntamientos. En el S. XIX la Iglesia seguirá controlando el espacio religioso y el benéfico-asistencia.La crisis profunda en la que entraron instituciones centrales como los hospitales, hospicios o misericordias como consecuencia de las guerras civiles, las epidemias, las crisis de subsistencia y la inestabilidad política, facilitó la política municipal de los socorros a domicilio. La Ley de Beneficencia de 1849 intentó impulsar las diputaciones provinciales con la finalidad de ir conformando un sistema asistencial menos privado, mejor organizado y menos religioso. En la práctica, la beneficencia municipal seguirá siendo coprotagonista de segundo orden en materia asistencial. La estructura de poder desplegada durante la Restauración, reinando Alfonso XII y Alfonso XIII, necesitaba de la Iglesia. Igualmente, ésta necesitaba del Estado para alcanzar la recatolización de una España que parecía haber perdido hacia tiempo el centralismo alcanzado en Trento. Se sirvió para ello del despliegue de sus funciones pastorales, educativas y asistenciales. El catolicismo social llegó con retraso a España por las reticencias que levantaba entre diversos sectores liberales y entre los ultraconservadores, pero en la década de los 80 encontrará respaldo con la publicación de la encíclica De Rerum Novarum y el despertar de una sociedad civil que se organizará en asociaciones confesionales antiliberales. Se va a reproducir esa estrecha relación entre Estado e Iglesia durante el gobierno de Franco. Durante las primeras décadas del S. XX se gesta el inicio de la enseñanza formal del trabajo social y la formación teórico-práctica de quienes aspiran a ser sus profesionales. En España, la iniciativa de la asistencia social y de su profesionalización la han llevado, con retraso respecto a otros países europeos y norteamericanos, el catolicismo social y ciertos profesionales como los médicos. En suma, el origen del trabajo social se halla en los orígenes de unas políticas sociales contemporáneas que han intentado lograr la estabilidad política y, con ella, la económica, el aumento de la fuerza de trabajo y una socialización que reproduzca los valores y los rasgos distintivos de la burguesía.

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