30 May
Ravel (1875-1937)
Como persona y como músico, Ravel no se parece ni a Debussy ni a Satie. Con una sólida formación musical, ingresó en el Conservatorio y estudió con Gabriel Fauré. Sus primeras obras ya mostraban los rasgos personales de su estilo compositivo.
A pesar del apoyo de Fauré, Ravel no logró ganar el prestigioso Premio de Roma, lo que aumentó su popularidad y provocó un escándalo que llevó a Fauré a convertirse en director del Conservatorio. Ravel no se unió a ningún grupo en particular y vivió exclusivamente de sus clases y composiciones. Su postura artística, alejada de la bohemia, se podría denominar “artesanal”, ya que su arte no se cargaba de profundas significaciones ni alusiones a otras artes. Su concepción no era ni simbolista ni impresionista.
Se le considera un músico serio, neoclasicista, representante de la música pura, en contraste con el romanticismo decadente de Debussy. Sin embargo, compartía con Debussy la evocación de atmósferas, el uso de escalas y recursos exóticos (especialmente el españolismo), y la evocación de la antigüedad a través del uso del clavicémbalo.
Influencias españolas en la obra de Ravel
Obras como Habanera (1895), posteriormente orquestada e incluida en la Rapsodia española (1907), la ópera breve La hora española ambientada en Toledo y el famosísimo Bolero (1928) evidencian la influencia española en su música. También se le compara con Juegos de agua (1901) de Debussy en este aspecto.
Es común durante esta primera época, tras el desaire del Premio de Roma, la evocación del ambiente español acompañada de una actitud soñadora que bien puede denominarse impresionista (resonancias de pedal, preciosismos armónicos). La imagen españolista se plasma en el ritmo acentuado, simétrico y armonizado, como se aprecia en El Bolero, con su arrollador sinfonismo y la obsesiva repetición de la melodía con el gigantesco crescendo orquestal que se apoya en un ritmo recurrente.
Evolución hacia un estilo personal
A partir de 1907, comienza a definirse una concepción más personal, ajena al impresionismo y decididamente modernista. Esta segunda época se inicia tras la ejecución de Historias naturales, donde escoge textos en prosa para poner música a un bestiario irónico, resolviéndolo en un recitado antipoético. Esta ironía le caracterizará en ese aspecto antirromántico dominado por Stravinsky en 1911 y Satie.
Ravel realizó una importante contribución al ambiente parisino de antes y después de la Primera Guerra Mundial. En los Tres poemas con textos de Mallarmé (1913), se deja ver la colaboración de Stravinsky y la influencia de Schoenberg tras el estreno de Pierrot Lunaire. En esta obra, Ravel hace vibrar sonoridades ásperas en el registro agudo del piano, utiliza pedales armónicos, superpone tonalidades y emplea una declamación abstracta. La voz apenas canta y casi parece declamada.
Otras obras importantes de este período son Don Quijote a Dulcinea y Pavana para una infanta difunta (1899). Esta última, compuesta mientras Ravel aún estaba en el Conservatorio, fue orquestada en 1910. A pesar de que Ravel odiaba esta obra por su sencillez, se hizo muy popular porque era fácil de tocar. En ella se aprecia un clasicismo estético, con melodías más claras y armonías cromáticas, sin recurrir a escalas de tonos enteros, lo que lo diferencia de Debussy.
Satie (1866-1925)
Erik Satie fue un compositor cuestionado en su época, pero cuyas ideas no sólo abrieron nuevos terrenos en el campo de la armonía y del ritmo, sino que introdujeron nuevas formas de pensar sobre el valor y el propósito de la música del siglo XX. Creador de obras musicales independientes, simples e irónicas, Satie fue un precursor en distintos ámbitos. Debussy lo veía como un descubridor de nuevas armonías, mientras que Cage lo consideraba el pionero de la música sin intención.
Formación y primeras obras
A pesar de su talento innato, Satie se sentía inseguro sobre su valía como músico y, casi a los cuarenta años (1905), se inscribió en la Schola Cantorum para recibir lecciones de contrapunto, fuga y orquestación con Vincent d’Indy y Albert Roussel. Allí permaneció hasta 1908 y, al parecer, el resultado fue mucho más provechoso que el de su paso por el Conservatorio de París durante su juventud (1879-1886).
Las primeras obras importantes de Satie fueron los ciclos de Sarabandas (1887), Gymnopedies (1888) y Gnossiennes (1890), donde sus aventuras armónicas incluyeron el redescubrimiento de antiguos modos eclesiásticos. Ello se debía en parte a su interés por el cristianismo medieval, lo que a su vez condujo a una asociación con el movimiento Rosacruz. De hecho, la mayoría de sus partituras escritas entre 1891 y 1895 fueron pensadas para ceremonias esotéricas imaginarias.
Satie en Montmartre
Durante esta época, Satie también trabajó como pianista en cafés de Montmartre, incluyendo el famoso Chat Noir. Parte de esta música informal fue incorporada a las Tres Piezas en Forma de Pera, que, según se dice, deben su nombre a una crítica realizada por Debussy respecto a su forma.
Colaboración con Cocteau y el ballet Parade
Satie no compuso demasiado hasta 1913, año en que comenzó a ser promovido por Viñes, Ravel y, desde 1915, por Jean Cocteau. Diaghilev le encargó un ballet, Parade, cuya partitura fue estructurada como una suite de pequeñas piezas para orquesta, en la que además emplea una máquina de escribir y una sirena.
Innovaciones musicales y legado
La mayoría de las composiciones de Satie estuvieron destinadas al piano y consistían en miniaturas que llevaban títulos absurdos y que poseían un estilo plano y repetitivo. Pero Satie continuó trabajando con novedosas armonías, como sucede en los Nocturnos (1919), y aventurándose en aspectos técnicos, como lo hizo con su partitura para una secuencia fílmica de su ballet Relache (1924), con la que anticipó a Antheil y a Cage al plantear la música según la duración de las secciones.
Satie también quiso extender su lenguaje hacia proyectos más ambiciosos como el drama sinfónico Sócrates (1918), cuya parte vocal sigue los modos del canto gregoriano acompañada por un modesto soporte instrumental. Además, introdujo el concepto de “Música de Mobiliario” para aquellas obras escritas como “música de fondo” y que, por ende, podían ser ignoradas (algo parecido a lo que en la actualidad se denomina como música ambiental).
El Grupo de los Seis
En los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, y gracias a Cocteau, Satie se convirtió en el modelo artístico de un grupo de jóvenes compositores: Les Six (El Grupo de los Seis). Este grupo, formado por Georges Auric (1899-1983), Louis Durey (1888-1979), Arthur Honegger (1892-1955), Darius Milhaud (1892-1974), Francis Poulenc (1899-1963) y Germaine Tailleferre (1892-1983) (única mujer del grupo), se rebelaba fundamentalmente contra el impresionismo y el wagnerismo. Estaban muy influidos por las ideas de Erik Satie y de Jean Cocteau, quien actuaba como una especie de mánager del grupo.
Aunque escribieron alguna obra colectivamente, cada uno derivó en un estilo propio y personal. En 1918, una serie de contratiempos internos provocaron la marcha de Erik Satie y la enemistad con el grupo, así como la relación profesional de éste con Jean Cocteau. Algunos achacaron la culpa a Arthur Honegger por su estilo romántico (que vulneraba las bases del grupo). A pesar de la ruptura, Durey se mantendría en contacto con Erik Satie al margen del grupo, hasta la muerte de Satie.
Relación con otros compositores
Otros compositores como Manuel de Falla o Maurice Ravel (sobre todo éste último), impresionistas, procuraban mantener distancia con el grupo, debido a los ideales antiimpresionistas. De todos modos, Tailleferre frecuentaría la casa de Ravel, pero sólo para recibir clases de orquestación, en una simple relación artística. No se volvieron a ver más después de 1930, rehusando dar explicaciones. Asimismo, Satie se enemistaba con el grupo, pero ganaba la amistad de Falla, Ravel y Stravinsky entre otros, y siguió manteniendo una relación artística con Tailleferre y Durey, a pesar de ganarse el odio especialmente de Darius Milhaud y Arthur Honegger.
En definitiva, tanto Ravel como Satie y el Grupo de los Seis representan una reacción contra el sentimentalismo romántico y el impresionismo predominante en la música francesa de finales del siglo XIX y principios del XX. A través de la búsqueda de un lenguaje propio, la incorporación de elementos de la música popular y la experimentación con nuevas formas y sonoridades, estos compositores contribuyeron a la renovación del panorama musical francés y sentaron las bases para el desarrollo de la música moderna.
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