03 Mar

El Reinado de Fernando VII (1814-1833): Absolutismo, Liberalismo e Independencia Americana

5.3 El Retorno de Fernando VII y las Fases de su Reinado

Tras el Motín de Aranjuez en 1808, Fernando VII es proclamado rey, pero debido a la ocupación francesa y las Abdicaciones de Bayona, no es hasta 1814 cuando inicia su reinado efectivo. Este reinado se divide en tres fases:

Primer Período Absolutista (1814-1820)

Este período se caracterizó por ser absolutista. Se deroga toda la legislación de 1812 mediante el Decreto de Valencia en 1814, ejerciendo una enorme represión contra los liberales. Esta vuelta al absolutismo supuso técnicamente un golpe de Estado al que nadie supo oponerse, y no solo se produjo por interés del monarca, sino por fuertes presiones absolutistas que hicieron pronunciamientos como «el de los Persas» o el de Elío. Otras medidas tomadas fueron la expulsión y detención de pro-constitucionales, o la disolución de la regencia. El ejército no resultó muy afectado, por lo que en este surge un liberalismo muy activo. En esta fase se produce también el problema de la independencia de América, la crisis de Hacienda y la lacra de la camarilla real (personas cercanas al rey que influían en su gobierno).

Ante esta situación, los liberales pasan a conspirar a través de los pronunciamientos, muchos de ellos dirigidos por militares como Lacy, Espoz y Mina, Richard, Porlier. El de Riego en Sevilla triunfó en 1820 y provocó el paso al Trienio Liberal.

El Trienio Liberal (1820-1823)

Esta nueva fase liberal permitió la recuperación de la Constitución de 1812 y con ella se normaliza el régimen liberal y el regreso de los represaliados. Se toman entonces numerosas medidas como la amnistía de los represaliados, un estado laico, la abolición de la Inquisición, la desamortización de manos muertas (iglesia y nobleza), la reforma de tierras comunales (fue un fracaso porque acabó beneficiando a los terratenientes en detrimento de los pequeños propietarios y campesinos), o el código penal y el de educación entre otras medidas acordadas en la legislación gaditana. También aparecen sociedades políticas liberales como la Fontana de Oro, y se popularizan frases y cancioncillas como «*Trágala Fernando*» o el *Himno de Riego*.

La brevedad del trienio ocurre por distintas causas como la oposición de parte del ejército, la nobleza, la iglesia, los absolutistas… además Fernando VII utilizó el veto suspensivo para boicotear a las cortes. Por ello se producen enormes tensiones políticas, los propios liberales se dividen en moderados o doceañistas (defienden el protagonismo monárquico, como M. De la Rosa) y exaltados o veinteañistas (defendían que el rey solo tuviera poder ejecutivo, como E. San Miguel). También los absolutistas conspiran en lugares como Cataluña, Galicia, o País Vasco (sublevación de la guardia real de 1822, regencia de Urgel, guerrillas…). Finalmente el trienio cae debido a la intervención de las tropas de la Santa Alianza (alianza de países absolutistas, que luchará a favor del absolutismo, los Cien Mil Hijos de San Luis). Por ello se vuelve al absolutismo.

La Década Ominosa (1823-1833)

La tercera y última fase se trata de una vuelta al absolutismo, llamado por los liberales «década ominosa». Esta vez el absolutismo se suaviza ligeramente pero se produce un descontento creciente, pues los liberales rechazan el sistema (se exilian o protagonizan pronunciamientos) y los absolutistas lo consideran poco duro. Estos últimos piden la vuelta al Antiguo Régimen con demás efectos asociados, y protagonizan revueltas como la de los *malcontents* o *agraviados* (Cataluña 1827). Pasan a llamarse carlistas, cuando se apoyan en el hermano del rey Carlos María Isidro (heredero). Durante esta fase se aplicaron reformas como la creación del consejo de ministros, la apertura de presupuestos generales, y medidas de liberalización económica (ej. Bolsa, Banco de San Fernando).

A la altura de 1830 se plantea un problema sucesorio, pues hasta el nacimiento de la futura Isabel II, el heredero era Carlos Isidro, pero la derogación de la Ley Sálica puso a Isabel en la línea sucesoria, lo que fue el inicio de la cuestión Carlista en España. La I Guerra Carlista ocurrió en 1833, y en ella se enfrentaron los carlistas (absolutistas) y los isabelinos (liberales).

La Emancipación de las Colonias Españolas

El otro gran problema del reinado de Fernando VII es la emancipación de las colonias españolas. Para entenderla, debemos conocer su composición social. Encontramos a los blancos (20%) entre los que están los españoles y los criollos (sin acceso a cargos políticos, lo que genera su activo papel en la independencia). Luego encontramos a la población de color (mestizos, indios, negros que por lo general son pasivos al levantamiento). Las causas de la independencia fueron diversas: la influencia de las revoluciones francesa y estadounidense, el impedimento de cargos políticos a los criollos, la iniciativa de aprovechar la debilidad española (recién salida de la guerra contra Francia), el rechazo a la política española, y, muy importante, el apoyo exterior de otras potencias al levantamiento (Francia, Inglaterra, USA, por intereses comerciales).

Este proceso se divide en tres fases:

  1. Comienzos (1810-1814): Se dan revueltas independentistas y hechos separatistas (pronunciamiento de Buenos Aires, Grito de Dolores y cura Hidalgo en México, o las victorias de los generales Bolívar y San Martín). Paraguay es el primer país que se independiza y el levantamiento por lo general triunfa.
  2. Reacción Española (1815-1816): Ocurre con el regreso de Fernando VII a España. Este envía al general Morillo y se recupera todo menos la región del Plata.
  3. Triunfo de la Independencia (desde 1816 en adelante): Los diversos países van logrando su independencia progresivamente (Argentina 1816, Chile 1818, Colombia, Venezuela y Ecuador en 1820, a los que su libertador Bolívar intenta unir en «la Gran Colombia» pero su proyecto fracasa, América Central en 1821…). Destacan batallas con victoria de los países sudamericanos, como Carabobo o Ayacucho.

Ante esta situación, España solo conserva Cuba y algunas islas y no reconoce la independencia de las colonias hasta finales del s. XIX. Por último, las consecuencias de esta emancipación son muy dispares: Para España representó una gran pérdida, convirtiéndose en una potencia de segundo orden, y para los nuevos estados supuso enfrentamientos entre ellos, fracaso de proyectos unitarios, dependencias neocolonialistas con las grandes potencias europeas y EEUU, la sucesión de dictadores hasta nuestros días, o amplias desigualdades sociales. Estos problemas todavía lastran hoy día a estos países (les iba mejor con España).

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