13 Abr
MARCHÁN FIZ, Simón- La autonomía de la estética en la Ilustración. En: la estética en la cultura moderna.
A mediados del siglo XVIII la Estética se vuelve la disciplina filosófica de moda. Esto sucede en Alemania, en Inglaterra y en Francia La nueva disciplina alcanza gran popularidad a través de canales de opinión pública (revistas, Salones, etc.), una de las conquistas de la Ilustración.
No se supone que con anterioridad a este periodo no existiera la estética. Ésta, referida a saberes sobre la belleza, el arte o sus manifestaciones, data de una historia milenaria. Sin embargo, el siglo de la Ilustración es decisivo no sólo porque elabora y pone en juego categorías nuevas, sino, por la manera inédita de articular las nuevas y las viejas hasta darles un estatuto teórico nunca logrado. Así conquista su autonomía volvíéndose la disciplina ilustrada por antonomasia [por excelencia], y no es casual que su despertar y consolidación –de 1700 a 1830- coincida con la primera fase de la construcción de lo moderno.
La Ilustración refiere a un fenómeno que da lugar a cambios profundos entre la Revolución inglesa de 1688 y la francesa de 1789. Se puede entender en dos sentidos: ligada a la educación, la formación y el desarrollo plural de cada persona y del género humano en su conjunto; o en su acepción más estricta, identificada a la razón humana. Promueve un proceso emancipación global del hombre, paralelo a la conciencia que éste obtiene de ser un sujeto autónomo, autosuficiente. “La estética, en su nacimiento y consolidación disciplinar, se ve plenamente comprometida con estos procesos”.
Al igual que la Estética, las disciplinas de diversos ámbitos del saber se ven sacudidas, aceleradas, desplazando los esquemas clásicos por la sucesión temporal, lo estático por lo dinámico, socavando el clasicismo imperante y suscitando el progreso. Se remueve lo más afianzado, se critican los modelos e instancias divinas y se proclama la autosuficiente a la naturaleza.
El arte comienza a liberarse de sus funciones tradicionales y es redescubierto como arte estético y absoluto, así la alianza con el arte autónomo depara a la estética un destino inseparable de la propia historia de la modernidad.
La Estética en el proceso de emancipación del hombre
El nacimiento de la estética gira en torno a dos guías propias del hombre ilustrado: la Razón y la experiencia, que se bastan a sí mismas sin necesidad de justificación. Su compromiso con la emancipación humana se lleva a cabo por el nuevo sujeto burgués y el filósofo; el primero actúa como condición y el segundo como promotor.
El burgués aparece como producto social de la Ilustración, un nuevo sujeto autónomo cuyo objetivo irrenunciable es la utopía de la emancipación humana, de la que la Estética y el arte con algunas de sus manifestaciones. La emancipación no se concibe sin el protagonismo y ascenso de esta nueva clase, cuya “mentalidad burguesa autosuficiente” englobaba, resumiendo, aspectos como: ser dueño de sí mismo, propiedad privada, libertad política, independencia económica, independencia moral e intelectual.
El filósofo, ante la necesidad de “ampliar las zonas iluminadas”, es la figura portadora de la antorcha, el promotor de esa emancipación, en una conquista de la Razón cuyo objetivo es progresar hacia la felicidad perfecta del hombre, eliminar los conflictos en pos de la armónía. La Razón, que goza de libertad para hacerlo, fija objetivos válidos para todos los hombres-obviando conflictos reales-; en ella se refleja la utopía del mundo ilustrado, un mundo organizado en consonancia con la razón, incluso donde prima el placer, como en lo estético y en el arte, la sensibilidad se armoniza con la razón.
Tal vez, esta implicación con la utopía clarifique las preocupaciones de la estética por la formación y perfeccionamiento del gusto, cuya cumbre se alcanzará en la educación estética del hombre, propugnada por Schiller a finales de siglo. Como se decía, la estética ambiciona “un estado de felicidad en el cual la cabeza y el corazón se reconcilien en una paz sublime e inalterable”. Esta utopía inicial no abandonará a la estética en nuestra modernidad.
Retomando, si bien la Estética se afirma a medida que se desvelan las flaquezas del orden clásico, éste mantiene vigencias hasta el siglo siguiente y se filtra en la modernidad como nostalgia de una unidad, equilibrio u orden perdidos. La autonomía de la estética, antes de ligarse a la filosofía, se observa en la querelle, que incide sobre la teoría estética al separar las artes del >.
La persistencia de la belleza como fenómeno objetivo, que identifica lo bello con lo verdadero y la perfección, y la subordinación del arte a las matemáticas tiñen la época y a su pensamiento estético. En cualquier caso, las categorías del periodo similares a las clasicistas de orden, unidad, proporción, simetría, etc. Ya no se subordinan a apriorismos fijados de antemano, como en la mentalidad clásico, sino, más bien, a datos extraídos de la experiencia perceptiva. Es decir, las > pasaron por los sentidos y luego alcanzaron, gracias a la razón, su carácter abstracto e intemporal.
La condensación de los principios estéticos en la relación, la imitación u otros, confirma la preferencia ilustrada por unificar y encuadrar la variedad de los objetos bellos en ciertas reglas de aplicación universal, surgidas de la Razón y sostenidas en la hipótesis de la > que presupone, según Diderot, que todos los pueblos poseen más o menos experiencia de lo bello en virtud de su pertinencia a la naturaleza humana como sustrato común.
De igual modo, la Ilustración proclama a la fisiología humana el punto de partida para el conocimiento de la naturaleza exterior, ya que con el ser humano se desvela el ser y la verdad de aquella. La fisiología, denominada entonces “historia natural del alma”, es considerada una referencia para la fundación de diferentes disciplinas; la estética, como se deduce de su trato con la percepción y la sensibilidad, se asienta también sobre ese fundamento, y en ella el número y la proporción pierden terreno ante la sensación, la percepción, el sentimiento, términos para definir la nueva disciplina.
Los placeres de la imaginación y los poderes del genio
El Clasicismo del Seiscientos quedaba atrapado en una estética de la imitación que veía satisfechas sus ambiciones de perfección en la Antigüedad. En la querelle, el partido de los
> trata de salir de ese círculo cerrado, no tanto porque ya disponga de una noción alternativa de la perfección como debido a que contempla el arte antiguo manteniendo distancias respecto a la perfección y en virtud de que no valora las creaciones teniendo en cuenta sólo lo imitativo, sino también el principio de la Inventio. La estética de la Ilustración gira en torno a esta inversión.
Según esta visión, el arte no debería tener solamente la función de proporcionar placer, sino también la de desencadenar emociones psíquicas. Aunque aún imite, ya no persigue la perfección de la imitación de los antiguos o la realidad, sino la perfección del efecto, suscitando el afecto. Ya no importa la naturaleza bella, sino, sobre todo, aquella que nos impresiona y despierta el interés.
En el contexto del afecto, merece una especial atención la teoría de la sensibilidad –que florece en Inglaterra a principios del siglo en el clima de la filosofía moral-, desde la cual se entiende también la aparición de una categoría central en la estética inglesa como es lo ‘sublime’, que se aplica a los fenómenos grandiosos de la naturaleza y, por analogía, a ciertas obras artísticas. “Las diversas teorías expresivas o sublimes de la estética culminan en una intensificación del efecto. Y dado que el lenguaje del corazón es el mismo en todos los países, la apelación a la sensibilidad participa de la universalidad ilustrada”.
El principio imitativo es también cuestionado desde otros frentes. “La exquisitez con que se procuran salvaguardar las reglas clasicistas no impide la irrupción de ciertas categorías desintegradoras, a saber, la artificialidad en ciertos lenguajes artísticos y el capricho, adscrito a la imaginación.”
Las jerarquías imitativas se ven sacudidas por las exigencias de una observación comprometida con el sentimiento, con los medios expresivos de cada arte, una observación inspirada a través de nuestro órganos y en sincronía con nuestra constitución biológica. “Si hasta ahora primaba lo verdadero sobre lo bello, la naturaleza exterior sobre el arte, el signo natural sobre el artificial, etc., los papeles se invierten. El signo artificial controla, en suma, la arbitrariedad apenas descubierta”.
La doctrina clásica del Siglo XVII no negaba la actividad de la imaginación, aunque su contribución era de escaso valor dado que la razón y el sentido común proporcionaban reglas y dirigían al genio. Los modernos atribuyen a la imaginación un papel decisivo.
La defensa de ésta última pronto va acompañada de la del genio, protagonista de la autonomía a cargo del sujeto ilustrado. La doctrina clásica sometía al genio a un sistema de reglas –respaldadas por la tradición, la razón o el sentido común- gracias a las cuales alcanzaba la perfección. La querelle se interroga sobre lo que puede ser aprendido y la inspiración, ese don > o natural que acompaña al genio.
La universalidad del gusto en el género humano
La reflexión sobre el gusto como facultad del alma se había iniciado en España e Italia, muchos ilustrados reconocen allí su ‘paternidad’. Su inclusión en la Enciclopedia lo institucionaliza entre los saberes del siglo, a la vez que las monografías de los ingleses le confieren un estatuto teórico que potencia la autonomía de la estética en Inglaterra. Los dos pilares sobre los que se asienta la fundación de la Estética en la Ilustración inglesa fueron: la universalidad del gusto y el desinterés estético.
A mediados del Siglo XVIII, las aportaciones de D. Hume o E. Burke muestran dos constataciones paradójicas: por un lado, las grandes diferencias en las apreciaciones del gusto, y por el otro, la sospecha/seguridad de que existen principios universales tan legítimos como los de la razón. El dilema entre la gran variedad de gustos y su universalidad teórica es resuelto por Hume en la ‘pirueta mental’ que llama universalidad fáctica, esto es: la belleza no es una cualidad de las cosas, sino que >;
“el segundo momento es indisociable del anterior, la diversidad no impide que sea reconocida en todos los hombres ni afecta a las causas instauran un postulado relativista para la universalidad de la estética, es decir, el reconocimiento de que, según las capacidades de cada persona, existen grandes diferencias en la recepción o en la creación”. La universalidad ahora reclamada es fáctica, fruto de la experiencia. “La experiencia y la observación, en cuanto principios que sostienen el patrón y la universalidad del gusto, se reencuentran con el referente ilustrado: la naturaleza humana las imágenes analógicas de los órganos y las facultades, es decir, con la teoría de la analogía con nuestro organismo”. La universalidad estética se inscribe, sin dudas, en el fenómeno del descubrimiento del hombre, así, lo que es válido para un individuo no puede dejar de serlo para los demás. Sobre la producción artística ya no decide únicamente el mecenas o príncipe, sino la competencia de un público.
El desinterés estético y el > álisis>
Si la Ilustración francesa se apoya en la >, la inglesa, que comparte la ideología social del Liberalismo, recurre también al análisis de las riquezas que incluye categorías como la moneda, la riqueza, el mercado, la utilidad, el interés. Respecto a la formación de la estética conviene retener las dos últimas, estas categorías tiñen el modo de entender la realidad. El desinterés estético acrisola un segmento disciplinar que cruza la estética inglesa y se filtra en la modernidad a través de Kant, en este desinterés se deja ver el estatuto ambivalente de la estética ilustrada, dispuesta a colisionar con ciertas concepciones o intereses dominantes.
Ambas se convierten en el soporte sobre el cual se nuclea la explicación de la sociedad burguesa; la naturaleza humana se metamorfosea en la naturaleza racional del financiero o comerciante.
El desinterés estético, aparte de que es un principio fundante de la disciplina estética, puede interpretarse como un reto a la ideología burguesa de la posesión. “El espectador estético no se aproxima a los objetos con otro propósito bastardo que no sea el verse recompensado en el acto mismo de su percepción. La contemplación estética, pues, se interpone y antepone al deseo de poseer, de la posesión o de usar el objeto, de la utilidad, aunque tampoco lo excluya. Este es el primer episodio de una contemplación estética > que ya entretiene al espectador en la propia forma de los objetos contemplados y prolonga el acto de percepción sobre los mismos”. El desinterés estético se consolida como categoría estética con F. Hutcheson, Burke o Alison, hasta convertirse en uno de los tópicos del Empirismo inglés. La belleza queda separada con nitidez de la utilidad o la posesión.
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