23 Dic
Política
El estudio de la política agustiniano está estrechamente relacionado con su concepción y estudio de la Historia, novedoso por estos conceptos: el sujeto de la Historia es toda la Humanidad, y por la condición lineal de la Historia. San Agustín afirma que el sujeto de la Historia es la Humanidad, no exclusivamente de un pueblo (gentiles, infieles…), pues afirma la unidad del género humano. Esta es una idea de origen cristiano: se considera que todos los hombres tienen un mismo padre (Adán), un mismo redentor (Cristo) y un mismo fin (la visión beatífica). Por ello la Historia es una, la del género humano. Asimismo, también es novedoso el concepto de linealidad de la Historia, que no estaba presente en el pensamiento griego previo. Afirma que la Historia de la Humanidad tiene un comienzo y un fin ineludible: comienza en la Creación, pasa por el pecado original y la redención, y se dirige al fin: el juicio y la resurrección.
La política es la dimensión social del hombre, la sociedad es la unión de hombres. ¿Y qué es lo que los une? San Agustín afirma que tienen una común vida social quienes tienen un común amar. Y hay dos amores: el amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo, y el amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios. Al unirse los hombres según su común amar, y haber dos amores, “dos amores fundaron dos ciudades”, que son la Ciudad de Dios o Ciudad Celeste (del amor a Dios) y la Ciudad del Hombre o Ciudad Terrena (del amor al hombre). Estas ciudades no tienen ninguna concreción: no son lugares, comunidades ni instituciones. Ambas ciudades, como todas las cosas, de forma natural buscan la paz, que es la tranquilidad del orden. Como ambas buscan un orden, esto hace que a veces coincidan, pero como no es el mismo orden, otras veces se enfrentan.
El orden que busca la Ciudad de Dios es el orden de Dios, y lleva a un orden real, a la paz real. Sin embargo, la Ciudad del Hombre busca el orden del hombre, y lleva a la perdición y la fatalidad. La libertad vuelve a jugar un rol importante: la Historia es producto de la libertad de los hombres, y sin ser por ello menoscabo de ésta, la Historia se desarrolla por la acción de Dios providente que la gobierna: Dios gobierna la Historia.
Ética
La ética agustiniana sitúa el origen y el fin del hombre en Dios: “Nos creaste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti”. Dicho estado se alcanza tras la muerte, en el Cielo. Del mismo modo que Platón afirmaba que el objetivo del hombre era la contemplación de las Ideas, San Agustín afirmará que es la contemplación de Dios en el Cielo, llamada “visión beatífica”. El hombre se dirige a Dios, en pos de su felicidad: es una ética eudaimonista, propone la felicidad como fin del hombre. Para alcanzar la felicidad debe buscar a Dios y cumplir su ley. Esto se consigue llevando una vida buena, ordenando las acciones y adquiriendo virtudes, que son el orden de los amores (ordo amoris): amar más lo más bueno y amar menos lo menos bueno.
El hombre posee voluntad libre, que es la capacidad de querer, un querer libre. Pero nuestra naturaleza está herida por el pecado original, y somos incapaces de, por nosotros mismos, realizarnos plenamente. Debería bastarnos con la voluntad, pero necesitamos de Dios, del auxilio divino, que nos llega a través de la gracia. Esta idea, procedente del cristianismo, supone una novedad filosófica y exige, por parte de San Agustín, una aguda precisión acerca de la naturaleza de la voluntad libre y la compatibilidad de la libertad para explicar la acción humana.
Para mayor concisión conceptual, distinguimos entre “libertad”, estado de bienaventuranza o felicidad, en que el ser humano goza de Dios y no puede pecar, y “libre arbitrio o albedrío”, capacidad de elegir, común a los seres humanos. Esto es, el hombre necesita de la gracia de Dios, mas no por ello deja de ser libre. Otra de las precisiones que debe hacer San Agustín es la relativa al pecado, la acción mala, contraria a la ley de Dios. Afirma que el pecado consiste en una libre “aversión a Dios y conversión a las criaturas”. El mal moral, es, por tanto, una privación, ausencia de orden en la acción, se dirige a las cosas (que no son malas) pero de manera contraria al orden de la naturaleza, en vez de hacerlo ordenadamente (el orden de los amores previamente mencionado).
Hombre
La antropología de San Agustín es una adaptación cristiana y mejorada de la antropología de Platón. Difiere con él, principalmente, en que el hombre ha sido creado por Dios con sus dos realidades: alma y cuerpo. Platón caracterizaba de cárcel al cuerpo, y San Agustín lo rechaza, pues niega que el alma existiese previamente sin el cuerpo. Por esto, lo material deja de tener carácter pernicioso para el alma: mitiga la visión negativa del cuerpo, y suaviza con ello el dualismo antropológico de Platón. En cuanto a la relación entre el cuerpo y el alma, ésta debe gobernarlo, puesto que es más perfecta.
Como decíamos, al ser creados cuerpo y alma al mismo tiempo, se aplaca el dualismo platónico, ya que esto (la creación del alma y el cuerpo) niega la preexistencia de la que nos hablara Platón. El alma, ha sido creada la imagen de Dios, que es Trino, y esto se refleja en ella. Por ello el hombre está dotado de las facultades de memoria (a imagen del Padre), inteligencia (a imagen del Hijo), y amor (a imagen del Espíritu Santo). Estas facultades hacen del alma humana un alma espiritual, que le hace ser un ser personal, lo que la dota de un puesto privilegiado en la creación, diferenciándose de todos los demás seres de este mundo por ser más perfecta que éstos.
Hemos visto que el hombre es superior en la Creación, pero, ¿hay dentro del hombre algún aspecto superior a otros? En la reflexión que San Agustín hace sobre el hombre, a la hora de explicarlo, da mucha importancia a la voluntad libre, otorgándole una cierta preeminencia sobre la inteligencia. Esto supondrá una gran novedad en la Historia de la Filosofía.
Siguiendo con su reflexión sobre el hombre y el alma, San Agustín afirma que ésta es inmortal, apoyado en los argumentos platónicos, principalmente basándose en la simplicidad del alma humana: al no estar dotada de partes, no puede ser destruida; al no ser compuesta, no puede ser descompuesta, disgregada.
Deja un comentario