05 Jul

TOMÁS DE AQUINO

Marco histórico

Tomás de Aquino pertenece a la época histórica conocida con el nombre de Baja Edad Media (siglos XI-XV). Se trata de una época en la que se produce un despertar de Europa tras los siglos oscuros de la Alta Edad Media. La cristiandad queda articulada en torno a dos grandes poderes: por un lado, el del Emperador y, por otro, el del Papa. Como sus ámbitos de actuación no estaban claramente delimitados, fueron constantes los enfrentamientos entre los dos poderes, que en el fondo buscaban el mismo objetivo: alzarse con la hegemonía política. Un ejemplo de tales disputas fue la protagonizada por el Emperador alemán Enrique IV y el Papa Gregorio VII, que se zanjó mediante el Concordato de Worms (1122), en el que se reconocía la superioridad papal. Pero se trató de una paz momentánea, pues el problema resurgíó al poco tiempo. En el siglo XIII ambos poderes estaban debilitados. En ese siglo, el Papa Inocencio III defendíó la teocracia, según la cual el poder religioso era superior al político, lo que supuso la desvalorización del cargo de Emperador que, en el Siglo XIV, tenía un valor meramente honorífico. Pero tampoco dentro de la Iglesia había unanimidad. Ello influyó de manera decisiva en que se produjese el hoy conocido como cisma de Occidente, con el traslado del Papado a la ciudad francesa de Avignon. Fue un breve periodo histórico en el que el cristianismo tuvo dos Papas a la vez: uno en la citada ciudad francesa y otro en Roma. Ante la crisis de la idea de Imperio, surgen, poco a poco, las grandes monarquías hereditarias en Europa (Castilla, Aragón, Inglaterra), destacando entre todas ellas la francesa por su poder e influencia. A la larga, estas monarquías darán lugar a la formación de los estados modernos europeos.

Marco sociocultural

A partir del Siglo XI el sistema feudal comenzó lentamente a decaer debido al resurgimiento de la vida urbana. El desarrollo de las ciudades es impulsado por la aparición de una nueva clase social:
La burguésía, cuyos miembros se dedican al comercio, intercambiando los excedentes agrícolas y los productos artesanales. Poco a poco, el poder económico de los burgueses irá aumentando lo que les llevará a exigir derechos políticos, por ejemplo, la participación en los gobiernos municipales. Con el paso del tiempo, la burguésía terminará configurándose como una clase social muy heterogénea, compuesta por grandes comerciantes y banqueros, pero también por pequeños artesanos agrupados en los gremios, instituciones muy cerradas que controlaban el ejercicio de los distintos oficios de la época (carpintería, orfebrería…). En cualquier caso, conviene no olvidar que el desarrollo urbano fue muy lento. Es verdad que surgieron núcleos urbanos muy importantes (Milán, Florencia, París, Londres, Colonia…), pero la sociedad medieval continuó siendo mayoritariamente estamental (nobleza, clero, campesinos) y rural.  La economía experimentó una importante mejoría, debido a los avances técnicos y a las buenas cosechas. Aún así, el nivel de vida, en especial, el de los campesinos, continuó siendo muy bajo. Muchos emigraron a las nuevas ciudades en busca de mejores perspectivas laborales, pero su falta de cualificación les llevó, con frecuencia, a la exclusión social. Las desigualdades económicas provocaron frecuentes conflictos sociales y la aparición de numerosas herejías religiosas. En el ámbito cultural se dan importantes novedades. El crecimiento urbano favorecíó el resurgir de la cultura: florecíó el arte gótico, con la construcción de las grandes catedrales, por ejemplo, la de Notre-Dame en París, cuya construcción duró prácticamente un siglo. La construcción de catedrales exigíó el desarrollo de muchas otras artes. Así, la escultura y la pintura para la decoración de portadas, claustros y retablos, la confección de vidrieras. Se intentó imitar más detalladamente la realidad natural, aunque los temas representados eran siempre de carácter religioso (Jesucristo, la Virgen, las vidas de los santos…). En el campo literario destacan los trovadores que aportan a Europa el culto a la mujer y a la Virgen, el amor cortesano y el idealismo caballeresco.

Marco filosófico

Para comprender rectamente el sentido de la filosofía tomista, es necesario tener presentes dos acontecimientos decisivos de su época histórica. En primer lugar, los cambios que acontecieron dentro de la propia Iglesia cristiana. Especialmente relevante fue la aparición, a principios del Siglo XIII, de las órdenes mendicantes: franciscanos y dominicos (a la que pertenecíó Tomás de Aquino), llamadas así porque la pobreza era uno de sus votos más importantes, lo que les obligaba a mendigar su sustento. La orden de los franciscanos, creada por Francisco de Asís, predicaba el amor a la naturaleza y se dedicó a evangelizar directamente al pueblo. Franciscano destacado fue Guillermo de Ockham, cuya filosofía sentó, en parte, las bases sobre las que después se sustentaron algunos pensamientos de autores modernos como Descartes, Galileo o Newton. Por su parte, los dominicos, fundados por Santo Domingo de Guzmán, se dedicaron preferentemente al estudio de la Teología y a la docencia universitaria.  En segundo lugar, cabe destacar el surgimiento de las Universidades, que se desarrollarán en las grandes ciudades y sustituyen a las antiguas escuelas monacales. Empezaron como asociaciones entre profesores y estudiantes para conservar y difundir la cultura pero, con el paso del tiempo, fueron aumentando su tamaño y terminaron satisfaciendo la curiosidad y el deseo de saber de numerosos ciudadanos. Las Universidades provocaron una importante democratización de la cultura (la labor de traducción al latín fue muy intensa), lo que, en ocasiones, forzó la intervención de la Iglesia que intentaba controlar las enseñanzas impartidas. La más importante fue la Universidad de París, en la que enseñó Tomás de Aquino. Otras destacadas fueron las de Bolonia, Salamanca, Lisboa y Oxford. Tomás de Aquino es considerado el mayor representante de la filosofía escolástica (del latín schola, escuela), nombre con el que se alude al pensamiento cristiano del final de la Edad Media. Se trata de un pensamiento caracterizado por la recepción, a través de los pensadores árabes y judíos, de la filosofía de Aristóteles y su adaptación al cristianismo. Tomás de Aquino, junto con Alberto Magno, llevó adelante, de manera especialmente original, esa empresa de conciliación creando un sistema filosófico coherente y sistemático.  Como es lógico, las enseñanzas escolásticas versaban sobre cuestiones fundamentalmente teológicas que intentaban racionalizarse tomando como fuentes los textos de la Biblia, los escritos de los Padres de la Iglesia y las aportaciones de filósofos destacados, en especial, las de Aristóteles. Esta actividad se recogía en las Summas, compendios del conocimiento adquirido. La más famosa fue la Summa Theologica de Tomás de Aquino. Desde una perspectiva filosófica, los últimos siglos de la Edad Media fueron muy intensos. La existencia de distintas corrientes de pensamiento (platónico-agustiniana, aristotélico-tomista, árabe y judía), así como el desarrollo de las investigaciones científicas (álgebra, física, química…), provocaron intensos debates que, sin duda, favorecieron el desarrollo de la cultura y el progreso de la humanidad. A la posteridad han pasado nombres de destacados filósofos de estos siglos, tales como Buenaventura, Alberto Magno, Roger Bacón, Duns Escoto y, posteriormente, Guillermo de Ockham.

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Descartes

Marco histórico

Durante el Siglo XVII se consolida el Estado absolutista, que concentra todo el poder en el rey, a quien se considera designado por Dios. Prototipo de monarca absolutista es Luis XIII y, más tarde, su hijo Luis XIX, el Rey Sol. Los monarcas absolutistas contaron, con frecuencia, con el apoyo de la burguésía. Los reyes buscaban en este grupo social no sólo ayuda financiera, sino también ayuda intelectual y técnica. La mentalidad racionalista y burocrática de los burgueses se trasladó poco a poco al Estado, que se fue modernizando. Como pago a esa ayuda, con frecuencia los reyes otorgaban títulos nobiliarios a los burgueses lo que provocaba el recelo de la nobleza tradicional y, a la larga, tensiones políticas. A pesar de todo, la burguésía continuará excluida de la vida política, situación que se mantendrá hasta la Revolución Francesa (1789).

Durante el reinado de Luis XIII tuvo lugar la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que se inició como un conflicto religioso y terminó siendo una lucha por la hegemonía política europea. La Guerra de los Treinta Años acabó con la Paz de Westfalia (1648) que supuso el fin de la hegemonía de los Habsburgo y el inicio de la rápida decadencia de España, hasta entonces la nacíón más poderosa del mundo. A partir de este momento, Francia se convertirá en la primera potencia europea. Durante los reinados de Luis XIII y, sobre todo, su hijo Luis XIV, el Estado francés se convertirá en el Estado absolutista perfecto, con un poder único, omnímodo y centralizado y una política exterior claramente expansionista.

Marco sociocultural

La organización social seguía siendo estamental. En la cúspide estaba el rey, después la nobleza y el alto clero, y en tercer lugar el tercer estado (burgueses, campesinos, artesanos…). Esta rígida organización fue cuestionada por la burguésía, que reclamaba una consideración social superior, proponiendo una organización social en la que la razón fuese el principio de todo orden social. La transición del feudalismo al capitalismo favorecíó el desarrollo económico de la burguésía, que luchará cada vez más contra los privilegios de la nobleza tradicional.

Desde un punto de vista económico, se observa una clara polarización. Por un lado, el desarrollo del comercio colonial (azúcar, café, cacao, arroz) y los avances técnicos aplicados a la industria, propiciaron el enriquecimiento de muchos burgueses y algunos nobles. Pero por otro, las malas cosechas, los abusivos impuestos necesarios para financiar las largas guerras, el aumento demográfico etc…, propiciaron que los campesinos, los artesanos y los obreros poco cualificados se viesen obligados a llevar una vida miserable, con una economía de subsistencia. Estas diferencias propiciaron frecuentes revueltas sociales que, por lo general, fueron duramente reprimidas.

En el terreno religioso se produjo el enfrentamiento entre la Reforma protestante y la Contrarreforma católica. Fue una época de intolerancia, en la que se dieron acontecimientos como la expulsión de los moriscos en España o la de los hugonotes en Francia. La unidad religiosa medieval desaparecíó por completo, quedando un mapa religioso variado: luteranismo en Alemania, calvinismo en Suiza y Holanda, aglicanismo en Inglaterra y, por último, catolicismo en España, Francia e Italia principalmente.

Por el contrario, desde un punto de vista cultural, el Siglo XVII fue espectacular. Triunfa el Barroco con artistas de la talla de Velázquez en pintura o Bernini en escultura. La literatura vive una edad dorada con autores como Shakespeare, Molíère o Miguel de Cervantes. España aporta nombres propios imperecederos: Quevedo, Góngora, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca…. No menos importante fue la revolución acontecida en la pintura, donde destacan artistas como Caravaggio o Rubens. En general, el arte Barroco, sobre todo en literatura, manifiesta una concepción pesimista de la existencia humana, resaltando la fugacidad y la vanidad de la vida, mostrando gran preocupación por el tema de la muerte.

Marco filosófico

En el terreno de la filosofía, era el momento de la inestabilidad y de la duda, derivados del rechazo de la filosofía escolástica. El escepticismo triunfa como actitud filosófica, por ejemplo, en Montaigne. Se experimenta la necesidad de establecer una nueva concepción del mundo basada única y exclusivamente en la razón, por lo tanto, alejada de la autoridad religiosa o filosófica y del peso de la tradición.

Esta exigencia de empezar de cero estuvo decisivamente influida por la revolución científica de los siglos XVI-XVII, iniciada por Copérnico y continuada por Kepler, Galileo y Newton. Las investigaciones físico-matemáticas de estos autores, unidas a sus observaciones astronómicas, terminaron por mostrar que la cosmología aristotélico-ptolemaica era errónea. La razón, apoyada en la experimentación y la observación de la naturaleza, triunfaba sobre la fe y la tradición. Este enfrentamiento entre religión y ciencia abríó el camino hacia la posterior independencia de la ciencia europea. El método hipotético-deductivo de Galileo se convierte en el modelo a seguir en toda investigación humana.

Deslumbrada por los éxitos de la ciencia, la filosofía de la época intentará lograr en su campo el mismo nivel de evidencia y seguridad. Esa actitud se observa con claridad en Descartes, cuyo método, inspirado en el proceder de las matemáticas, debe garantizar un avance seguro del conocimiento filosófico. Igualmente, la interpretación mecanicista del universo, defendida por muchos filósofos, estaba condicionada por la ciencia de la época. No es de extrañar pues que la metafísica cediese su tradicional lugar de privilegio, siendo sustituida por la epistemología o teoría del conocimiento, que pasa a ser la disciplina filosófica fundamental.

El Siglo XVII es el siglo del Racionalismo. La razón se vuelve autónoma y crítica. Aparte de Descartes, destacan autores como Spinoza y Leibniz. El primero elaboró una filosofía panteísta, en la que intentó conciliar un Racionalismo estricto con una interpretación religiosa de la realidad. El segundo dedujo una teoría metafísica a partir de los principios proporcionados por la física y la matemática (descubríó el cálculo infinitesimal) de su época.

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