12 Nov
Análisis de la Simbología en la Obra Poética de Miguel Hernández
Imágenes y Símbolos
Perito en lunas (1933) se editó en Murcia, en los talleres gráficos de La Verdad, para la colección Sudeste. El homenaje al poeta del culteranismo se ve en algunas citas y en el verso final de «Gallo», extraído de las Soledades gongorinas: a batallas de amor, campos de pluma. Los poemas son una suerte de adivinanzas, de acertijos líricos -como los definió Gerardo Diego-, cuya solución hay que buscarla en los títulos.
En El rayo que no cesa (1936) salió de la imprenta de Concha Méndez y Manuel Altolaguirre en Madrid para la colección Héroe. El tema fundamental del poema, sobre el que giran todos los símbolos, es el amor insatisfecho y trágico. El rayo es la representación hiriente del deseo, como lo es el cuchillo o la espada. A su vez, la sangre es el deseo sexual; la camisa, el sexo masculino y el limón, el pecho femenino, según podemos observar en un soneto como «Me tiraste un limón, y tan amargo». La frustración que produce en el poeta la esquivez de la amada se simboliza en la pena, uno de los grandes asuntos de este libro.
Viento del pueblo (1937) ejemplifica, muy a las claras, lo que es poesía de guerra, poesía como arma de lucha. Se le identifica con el buey, símbolo de sumisión; el león, en cambio, es la imagen de la rebeldía y del inconformismo. El poeta, como combatiente, se identifica con leones, águilas y toros, símbolos del orgullo y la lucha, pero también, como poeta, con el ruiseñor.
El poeta sigue teniendo la lengua bañada en corazón, como en El rayo…, pero ahora no para expresar su pena amorosa, sino las penas de los oprimidos. Así lo expresa en «Sentado sobre los muertos». La tierra es aquí la madre, símbolo que en El hombre acecha se unirá al de España. El símbolo, por tanto, va a ser el vientre; de ahí que en el comienzo de la «Canción del esposo soldado»…
En el siguiente poemario, cuando el tono combativo se acalla ante tanto sufrimiento, el título El hombre acecha (1939) recuerda la máxima latina homo homini lupus, en virtud de la cual el hombre es un lobo para el hombre.
En ese sentido, nos vamos a encontrar el tema del hombre como fiera y, en consecuencia, con colmillos y garras. La garra es símbolo de fiera; a su vez, fiera (y sus equivalentes tigre, lobo, chacal, bestia, animal) es símbolo de la animalización regresiva del hombre, a causa de la guerra y del odio. Todo ello lo podemos observar en la «Canción primera», poema que abre el libro y nos desvela sus claves. Las exasperadas fieras de El rayo… eran las de su interior atormentado por la pena amorosa; ahora las fieras son los hombres que se despedazan en una lucha fraticida llena de odio. La sangre, que en El rayo… significaba el deseo, es ahora lisa y llanamente el dolor. Decir madre es decir tierra que me ha parido. A su vez, nos encontramos con el símbolo del tronco y de los árboles.
Cancionero y romancero de ausencias, obra póstuma, se abre con elegías a la muerte del primer hijo del escritor, Manuel Ramón, fallecido en 1938 a los diez meses. La esperanza, renace con la venida de un nuevo hijo, que llevará por nombre Manuel Miguel. En ese nuevo hijo queda simbolizada la pervivencia del poeta: Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca. Esas alas, las aves, son la esperanza, la libertad, que vienen de la mano del amor: Sólo quien ama vuela. La guerra es el horror y el odio. Y el amor, es la luz, identificada con el hijo vivo y con la amada, que ahora es esposa y madre, simbolizada en el vientre. El amor a la esposa, como la risa del hijo es la libertad. Frente a la luz, las alas y el vientre, la cárcel, la muerte y el sufrimiento son la sombra y la ausencia.
El poeta sigue teniendo la lengua bañada en corazón, como en El rayo…, pero ahora no para expresar su pena amorosa, sino las penas de los oprimidos. Así lo expresa en «Sentado sobre los muertos». La tierra es aquí la madre, símbolo que en El hombre acecha se unirá al de España. La contraposición entre ricos y pobres se da en «Las manos», poema en el que están simbolizadas las que para Miguel Hernández eran las dos Españas. Según el poeta, unas son las manos puras de los trabajadores, las cuales conducen herrerías, azadas y telares. Las otras son unas manos de hueso lívido y avariento, paisaje de asesinos, que empuñan crucifijos y acaparan tesoros.
Asimismo, ya no se canta tanto a la amada como deseo, sino que ahora se pone el acento en su maternidad. El símbolo, por tanto, va a ser el vientre; de ahí que en el comienzo de la «Canción del esposo soldado…
En ese sentido, nos vamos a encontrar el tema del hombre como fiera y, en consecuencia, con colmillos y garras. La garra es símbolo de fiera; a su vez, fiera (y sus equivalentes tigre, lobo, chacal, bestia, animal) es símbolo de la animalización regresiva del hombre, a causa de la guerra y del odio. Todo ello lo podemos observar en la «Canción primera», poema que abre el libro y nos desvela sus claves.
Del libro merecen destacarse los poemas que tratan de los desastres de la guerra. Las dos Españas, enfrentadas, aparecen en «El hambre», puesto que el poeta dice luchar contra tantas barrigas satisfechas (símbolo de la burguesía, del capitalismo). La sangre, que en El rayo… significaba el deseo, es ahora lisa y llanamente el dolor. A su vez, en «El tren de los heridos» la muerte viene simbolizada por un tren que no se detiene más que en los hospitales, centros del dolor humano. Por otro lado, el amor a la patria queda de manifiesto en «Madre España», a la que se siente unido el poeta como el tronco a su tierra y de cuyo vientre, otro símbolo hernandiano, ha nacido: el símbolo es tópico tierra-madre(vientre)-España: Decir madre es decir tierra que me ha parido. A su vez, nos encontramos con el símbolo del tronco y de los árboles, hijos de la tierra, que son los hombres del pueblo y el mismo poeta.
Se cierra este poemario con la «Canción última», un claro homenaje a Francisco de Quevedo, porque tanto aquí como allí casa es el símbolo de España.
Cancionero y romancero de ausencias, obra póstuma, se abre con elegías a la muerte del primer hijo del escritor, Manuel Ramón, fallecido en 1938 a los diez meses. La esperanza, no obstante, renace con la venida de un nuevo hijo, que llevará por nombre Manuel Miguel. En ese nuevo hijo queda simbolizada la pervivencia del poeta: Tu risa me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca. Esas alas, las aves (alondra de verdad es el hijo que mama cebolla y sangre), son la esperanza, la libertad, que vienen de la mano del amor. Frente a la luz, las alas y el vientre, la cárcel, la muerte y el sufrimiento son la sombra y la ausencia. También la casa, a raíz de la muerte del primer hijo, se hace ataúd.
Es en este «Cancionero» del dolor, la ausencia y la muerte donde el poeta enuncia las tres heridas que alumbran sus versos desde siempre. Vuelve el símbolo de la herida (amor-vida-muerte: «Llegó con tres heridas», en las puertas de la muerte, que, simbolizada por el mar, como en Jorge Manrique, empieza a ser la única certeza para el poeta: Esposa, sobre tu esposo suenan los pasos del mar, la boca de la esposa se encarga de dejar para la eternidad la escritura del poeta y sus heridas.
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