25 Jul
La tradición marxista: Del marxismo ortodoxo a la teoría crítica
El marxismo ha sido una de las corrientes más influyentes de todo el siglo XX. Ahora bien, no todo marxismo ha de entenderse de la misma manera. Así, tenemos el marxismo ortodoxo.
Pero también tenemos el marxismo heterodoxo, que parte de una interpretación no dogmática de Marx. Este es el marxismo que aquí nos interesa.
Pero si alguna escuela con raíces marxistas requiere especialmente nuestra atención, esta es la de Frankfurt y su teoría crítica. En ella cabe destacar a sus dos principales representantes, Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, pero también el trabajo elaborado por colegas y continuadores suyos tales como Marcuse, y el trabajo que aún hoy en día está desarrollando Habermas.
La pretensión de la Escuela de Frankfurt es analizar la sociedad occidental capitalista y proporcionar una teoría de la sociedad que posibilite a la razón emancipadora las orientaciones para caminar hacia una sociedad buena, humana y racional. Horkheimer criticó el carácter de criterio último y justificador que reciben los hechos en el positivismo.
Y tras las reducciones están las justificaciones. La ciencia moderna no ha advertido que es hija de unas condiciones socioeconómicas y que está profundamente ligada con un desarrollo industrial. Privilegia una dimensión de la razón: la que atiende a la búsqueda de los medios para conseguir unos objetivos dados. Pero esos objetivos o fines no se cuestionan, son puestos por quienes controlan y pagan los servicios de la ciencia. La razón se reduce, así, a razón instrumental. Y su expresión más clara, la ciencia positivista, funciona como una ideología legitimadora de tal unidimensionalización de la razón.
Max Horkheimer (1895-1973) y Theodor W. Adorno (1903-1969)
Fundador de la Escuela de Frankfurt, Horkheimer puede ser considerado como el principal representante de la teoría crítica.
Una de las principales ideas aportadas por Horkheimer es la distinción entre la teoría tradicional y la teoría crítica.
La teoría tradicional permanece al margen de la realidad social y se presenta como si realmente tuviese un valor neutral. La teoría crítica, en cambio, reconoce y asume la condición histórica, esto es, la situación y el contexto, el momento y el lugar en el que se piensa. Se considera, de este modo, como un elemento más del proceso revolucionario y analiza de qué modo los argumentos y planteamientos de una teoría expresan el orden social existente.
A estos planteamientos hay que añadir los que aportó Adorno. También considerado fundador de la Escuela de Frankfurt. Siguiendo la teoría crítica, afirma que el pensamiento debe ser puesto en relación con las condiciones sociales del momento.
Grandeza y miseria de la razón ilustrada: Dialéctica de la Ilustración
Los dos temas que se abordan en el mismo son el concepto de Ilustración y la razón entendida como una forma de dominio que se convierte en víctima de sus propias pretensiones de dominación.
La Ilustración es la victoria del hombre sobre la superstición, en la forma de la comprensión racional y del dominio técnico del mundo. Ilustración es así desmitificación.
Sin embargo, este proceso no tiene lugar sólo de forma teórica. Es más, la clave la encontramos más bien en la praxis, es decir, en la acción real.
La reunificación del hombre con el mundo tiene lugar fundamentalmente de un modo práctico mediante la técnica. En ella se realiza la razón ilustrada como paso del temor (situación del hombre primitivo premítico) y la veneración (propia del hombre mitológico) de la naturaleza, a su dominio.
Razonar entonces, más que conocer, es dominar: «poder y conocimiento son sinónimos».
Adorno y Horkheimer entienden este proceso como expansión y dictadura tecnológica. Estos autores consideran que no hay manera de parar el proceso que lleva de la lógica del uso de la técnica como instrumento, a una segunda lógica que nos lleva a ser esclavos de la tecnología. Estas dos lógicas tienen el mismo fundamento, a saber, la emergencia de una razón que mediatiza el mundo como instrumento.
Y esto, según su propia dinámica, no tiene otro final que la catástrofe en la que esa razón pragmática, fundada sobre la contradicción de declarar los medios como fines, se niega a sí misma y se hace instrumento de su propia degeneración.
Al determinar todo valor como utilidad, resulta al final que no queda nada valioso.
La razón ilustrada termina, pues, creando un monstruo dictatorial únicamente capacitado para la acción opresora.
Herbert Marcuse (1898-1979)
En la Universidad de California en San Diego; allí elaboró sus dos principales obras: Eros y civilización y El hombre unidimensional.
La cultura de la unidimensionalidad funcional: El hombre unidimensional
Para entender esta obra hemos de partir de la sociedad con la que se enfrenta Marcuse en los años cincuenta en EE.UU. Esta representa la apoteosis de la cultura de la unidimensionalidad funcional. En ella no parece existir negatividad alguna. Un modo de pensar, porque ha llegado a ser en nuestras sociedades un modo de ser.
Dejando a un lado las necesidades básicas, el resto de las necesidades humanas son muy moldeables. Es por esto que el sistema puede manipular las necesidades de modo que su satisfacción sea precisamente lo que el sistema precisa para seguir funcionado. Una vez que el ser humano tiene el sustento resuelto y su vida es biológicamente viable, si se consigue que desee aquello que el sistema puede satisfacer, y con esto se consigue incrementar la productividad, entonces habremos logrado el mundo feliz, el paraíso en la tierra, la reconciliación de las partes con el todo; habremos superado toda negatividad y la unidimensionalidad se habrá convertido en el alma de la sociedad. Es lo que se ha denominado «sociedad de consumo». Estamos en una sociedad unidimensional.
Tenemos un hombre que se considera feliz, razón por la cual no ejercita el pensamiento crítico. La revolución no tiene ya, ni sujeto, ni siquiera objeto. El sistema se puede permitir el lujo de renunciar a una represión violenta que se ha hecho innecesaria. En el universo unidimensional, todo es como es, en la medida en que se integra funcionalmente en la totalidad.
El resultado de la unidimensionalidad es una sociedad totalitaria. Porque el totalitarismo no consiste solamente en una forma específica de gobierno o de partido, sino también en un sistema específico de producción y distribución que puede ser compatible con un pluralismo de partidos, periódicos, poderes, etc.
Jürgen Habermas (1929-)
Filósofo y sociólogo, Habermas es junto con Apel el representante más destacado de la teoría crítica de la sociedad, la cual ha intentado renovar las ideas de la Escuela de Frankfurt.
Habermas fue asistente de investigación con Adorno y Horkheimer.
Se suele considerar a Habermas como una segunda fase de la teoría crítica. Sin embargo, no es fácil distinguir qué hay de continuidad y qué hay de ruptura en sus escritos. Indudablemente rompe con el rechazo del sistema de racionalidad moderna que encontramos en Horkheimer, Adorno y Marcuse, e intenta enlazar con las ideas de la Ilustración, de la cual adopta una visión positiva hacia el progreso y la racionalidad. No obstante, quedan en sus escritos muchos puntos de enlace, ya que mantiene la idea principal de la teoría crítica, que es la construcción de una comunidad de ciudadanos libres que, sin utopías totales, construyen su destino desde el acuerdo recíproco.
En sus escritos encontramos lo que podrían ser tres fases:
- Una primera en la que su objetivo es elaborar una crítica social que integre teoría y práctica en una forma de racionalidad. La obra más significativa de esta época puede ser Conocimiento e interés.
- La segunda fase viene marcada por la elaboración de su teoría del discurso. Principalmente en su obra Teoría de la acción comunicativa, en la que trata del consenso y las condiciones ideales del diálogo como ideas regulativas para profundizar en las democracias modernas.
- En los últimos años, Habermas viene revisando sus propias teorías.
Los intereses del conocimiento: Conocimiento e interés
En esta obra Habermas se pregunta por las condiciones de posibilidad del conocimiento, para de este modo dar respuesta a los interrogantes que plantean las ciencias sociales.
Habermas trata de poner de manifiesto que el carácter interesado del conocimiento no tiene por qué hacer de este la expresión de una acción últimamente inexplicable e irracional.
Distinguimos, pues, tres tipos de intereses vinculados a tres tipos de ciencias sociales:
- El interés técnico, que corresponde con las ciencias empírico-analíticas.
- El interés práctico, que corresponde con el dominio de las ciencias histórico-hermenéuticas.
- El interés emancipatorio, que dirige la tarea de las ciencias sociales críticas.
Así, los esfuerzos de Habermas se encaminan hacia una nueva teoría de la razón, que incluya asimismo la práctica.
La ciencia como fuerza productiva es admisible, según Habermas, sólo si es acompañada por la ciencia como fuerza emancipadora.
La teoría del discurso: Teoría de la acción comunicativa
En la que puede ser su principal obra, Habermas presenta una Teoría de la acción comunicativa, en el sentido de que intenta aislar, identificar y aclarar las condiciones que se requieren para la comunicación humana.
Habermas distingue entre razón instrumental, que puede ser ampliada a estratégica, y razón comunicativa. La primera de ellas parte de la utilización de un saber en acciones con arreglo a fines, tiene una connotación de éxito en el mundo objetivo posibilitado por la capacidad de manipular y de adaptarse inteligentemente a las condiciones del entorno; en ella, son acciones racionales las que tienen el carácter de intervenciones con vistas a la consecución de un propósito y que pueden ser controladas por su eficacia. La racionalidad comunicativa, por el contrario, obtiene su significación final en la capacidad que posee el habla argumentativa de unir sin coacciones y de generar consenso.
De acuerdo a lo anterior, tenemos que la racionalidad puede predicarse de todas aquellas prácticas comunicativas que tienden a la consecución, mantenimiento y renovación de un consenso que descansa sobre el reconocimiento intersubjetivo de todos los que participan en un discurso.
A esto hay que añadir que el discurso ha de hacerse dentro de una situación ideal de habla. La situación ideal de habla es una comunicación libre de coacción y excluye las distorsiones de la comunicación, esto es, una comunicación no estratégica y guiada al entendimiento. No hay coacción cuando todos los participantes tienen la misma oportunidad de hablar y sus argumentaciones son tenidas en cuenta de forma igualitaria. Desde esta situación puede alcanzarse un consenso, desde el cual se pueden dar normas morales aceptadas por todos.
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