19 Ene
Tradición y vanguardia en la poesía de Miguel Hernández
Miguel Hernández no fue un hombre de estudios; su vida fue una lucha constante contra las dificultades. Las influencias que recibió fueron varias y contradictorias, hasta que, en un esfuerzo vocacional, logró forjar su propia voz. Con trece años dejó la escuela y leía a escondidas, a pesar de la oposición de su padre. De este tiempo data su acento pastoril y la utilización del octosílabo romanceado, influencias de un **Modernismo** representado entonces por Gabriel y Galán, Bécquer, Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez. Igualmente, **Ramón Sijé** fue un gran orientador para su amigo, a quien proponía una serie de lecturas y sobre el que ejerció una influencia decisiva en esta primera etapa.
En noviembre de 1931, viaja a Madrid muy ilusionado con sus poemas de la adolescencia. Regresa muy desilusionado en mayo de 1932 por su fracaso, pero con las ideas literarias totalmente renovadas. La poesía que escribe ahora, la de Perito en lunas, es mucho más compleja y con acento culterano, con la que pretende elevar lo cotidiano y vulgar a una categoría superior para metaforizar las cosas nobles de la vida, de tal modo que los orígenes del poeta adquirieran una consideración tan alta como cualquier motivo tradicionalmente poético. Esta poesía es fruto de sus lecturas del Barroco, Góngora, y de los gongoristas de la **Generación del 27**, como Jorge Guillén, a quien Miguel leyó con verdadero deleite.
En El silbo vulnerado (1933), se observa una gran influencia de Ramón Sijé y un fuerte componente religioso; tanto el título como el contenido deben mucho a San Juan de la Cruz y su Cántico espiritual. Por esta época, publica en dos revistas: Cruz y Raya y El Gallo Crisis, dirigida por Sijé, a quien se le sitúa entre los poetas más importantes de la poesía religiosa del siglo XX. Pero este catolicismo que lo unía con Miguel se convirtió en fuente de discrepancias. En este libro, el poeta cambia la influencia de Góngora por la de Quevedo y ejerce de asceta comprometido, de conceptista cristiano.
En marzo de 1934, decide regresar a Madrid, y es ahora cuando tiene acceso al mundo literario del momento gracias a las influencias de Sijé. Es un tiempo fecundo; abierto a todo y a todos, su capacidad de asimilación es absoluta y su círculo de amistades se va ampliando. Un ejemplo es Ramón Gómez de la Serna, que influyó en muchas figuras de El rayo que no cesa, principalmente en las taurinas, con su manera de atrapar la realidad.
Evolución hacia el compromiso político
Entre marzo y diciembre de 1934, Miguel realiza tres viajes a Madrid, y su contacto con la realidad del momento le hará tomar conciencia y comprometerse. La literatura está sufriendo un cambio sustancial; hay un giro hacia la **poesía impura**. Autores como Alberti o Aleixandre apuestan por una estética nueva muy cercana al **surrealismo**, a la **poesía comprometida**. No es momento para que la literatura siga con sus juegos vanguardistas. Miguel Hernández experimenta en su vida un proceso que lo alejará de la estética purista, de manera que, a finales de 1933, abandona la lírica religiosa y se vuelca hacia el compromiso político.
Entre mediados de 1934 y 1935, toma contacto con la **Escuela de Vallecas**, que le servirá de gran estímulo. Ya se ha alejado de su Orihuela natal, pero no va a renunciar a sus orígenes. Su amistad con Cossío le facilita el empleo como colaborador en la enciclopedia de Los Toros. A través de este, conocerá a los poetas de la Generación del 27. En pleno cambio en su estética y su vida, conoce a Aleixandre con motivo de su libro La destrucción o el amor, cuya lectura impacta a Miguel, que le hace entrar en un tema esencial: el amor. Ante este tema, revisa el idioma adquirido, la expresión, y es ahí donde logra la **madurez poética**.
Poesía de guerra y Cancionero y romancero de ausencias
Los acontecimientos políticos que sacuden el país entre 1936 y 1939 provocan en Miguel una poesía vibrante, para la que emplea el romance. Pero, junto a esta poesía de carácter tradicional, intercala otra de procedencia más culta, de versos solemnes y largos, como «Las manos», de carácter épico. Entre 1938 y 1939, Miguel escribe su libro Cancionero y romancero de ausencias, en el que combina poemas breves y largos. Su dominio de la forma le permite crear una atmósfera de apariencia sencilla y espontánea, pero que encierra una gran capacidad de depuración. Los poemas breves muchas veces se inspiran en la lírica popular; es fácil encontrar en ellos correlaciones y paralelismos, expresiones coloquiales y anáforas.
Influencias recibidas
- Clásicos (siglos XV-XVII): Jorge Manrique, Garcilaso, Fray Luis de León, Quevedo, Lope de Vega, Góngora.
- Romanticismo (siglo XIX): Gustavo Adolfo Bécquer.
- Modernismo y posmodernismo (siglo XIX): Vicente Medina, Gabriel y Galán, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado.
- Generación del 27 (siglo XX): como puente con los clásicos y fuente del surrealismo y de la poesía comprometida.
En conclusión, podemos decir que Miguel Hernández se mueve en el gongorismo, el garcilasismo, las huellas de Quevedo y Calderón, el contagio surrealista, la poesía de compromiso y la lírica cancioneril y popular. Pero, sobre todas estas huellas, se percibe un estilo muy personal y una sincera emoción que sitúa al conjunto de su obra en un contexto de inconfundible autenticidad.
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