04 Dic

Transición a la Edad Contemporánea

Algunos grupos sociales eran muy críticos con respecto a ciertas ideas del Antiguo Régimen, como, por ejemplo, la desigualdad, la soberanía absoluta o la arbitrariedad.

En el caso de Francia, a esto se le unieron acontecimientos como crisis económicas y sociales. Una serie de filósofos apuntaron que se podía crear una nueva sociedad. En el caso de EE. UU., la revolución fue diferente, enfocada en la lucha por la independencia y la libertad. La toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, es un símbolo de la destrucción del Antiguo Régimen y el comienzo de la Revolución Francesa.

Características de la Revolución Francesa

La Revolución Francesa se caracterizó por la violencia desmedida, la destrucción del feudalismo y la monarquía absoluta, y la guillotina como método de ejecución. En Francia, se produjo la destrucción del modelo religioso y social, mientras que en España la ruptura con el modelo anterior fue menor. También fue notorio el intento de expandir la revolución a otros países. Además, tuvo una labor constructora, puesto que a partir de aquí se creó un nuevo modelo de estado más igualitario, iniciador del capitalismo y con grandes avances en derechos como la soberanía nacional o la división de poderes.

España y la Revolución Francesa

En el caso concreto de España, la revolución fue tardía. España cerró sus fronteras con Francia para evitar la expansión de las ideas revolucionarias. Sin embargo, en 1808, las tropas de Napoleón invadieron España, lo que supuso la abdicación del monarca Fernando VII y la imposición de José Bonaparte como rey. La reacción de los españoles fue luchar contra la invasión y aprovechar la ocasión para crear un nuevo sistema social en las Cortes de Cádiz, plasmado en la Constitución de 1812, también conocida como «La Pepa» por haber sido firmada el día de San José. Esta Constitución se vio afectada por diversas dificultades, como la guerra contra los franceses, la independencia de las colonias americanas y el inmovilismo campesino.

El 19 de marzo de 1814, los franceses fueron expulsados de España y Fernando VII regresó al poder, restaurando el Antiguo Régimen. En 1820, un levantamiento liberal dio inicio al «Trienio Liberal» (1820-1823), durante el cual se restableció la Constitución y las Cortes. En 1823, las tropas europeas de la Santa Alianza devolvieron el poder absoluto a Fernando VII, quien gobernó hasta su muerte en 1833. Posteriormente, María Cristina asumió la regencia hasta que su hija Isabel II pudo acceder al trono en 1843. A partir de ahí, comenzó un liberalismo moderado, hasta que entre 1868 y 1874 tuvo lugar el Sexenio Revolucionario, caracterizado por agitaciones y concentraciones urbanas que reivindicaban un mayor liberalismo.

El Liberalismo: Ideas y Transformaciones

Todo lo que sucedió después de la revolución liberal burguesa se puede englobar dentro del liberalismo. La idea principal era la libertad, de la que surgían las ideas de seguridad, propiedad, igualdad y control del poder. La libertad suponía la ruptura con el Antiguo Régimen, que se caracterizaba por la ausencia de libertad y la opresión. Se pretendía que la libertad política, jurídica y económica estuvieran reguladas por el ordenamiento jurídico.

La idea de igualdad era contraria a todo lo establecido en el Antiguo Régimen (sociedad estamental, estado absolutista…). Se pretendía llevar la igualdad a todos los ámbitos de la vida, especialmente al político; sin embargo, dicha igualdad no alcanzó la concepción actual. La idea de libertad solo se llevó a cabo plenamente en el terreno económico. Se pasó de un derecho inseguro, propio del Antiguo Régimen, donde las leyes no se derogaban y no había publicidad de las normas, a un nuevo sistema jurídico donde el ciudadano podía y debía conocer las normas.

El Liberalismo Doctrinario

El liberalismo doctrinario surgió en Francia en 1830 y se situó a medio camino entre el liberalismo radical y la vuelta al Antiguo Régimen, pretendiendo disfrutar de las nuevas libertades sin los excesos de la revolución.

La Revolución Burguesa en España

Parece indudable que en España hubo una revolución burguesa, aunque no siguiera las pautas del modelo francés ni siquiera las del «tipo ideal» de revolución burguesa. La revolución se dio en España tal y como permitieron las particularidades de la sociedad española. La revolución burguesa en España tuvo sus fases, fue un proceso discontinuo e intermitente. A través de este proceso, se produjeron bruscas mutaciones estructurales, cambios profundos que significaron la ruptura de continuidad entre el Antiguo Régimen y el nuevo modelo de organización social.

Este cambio consistió en la liquidación de las bases del Antiguo Régimen y en la creación de unos nuevos fundamentos de la organización social, de las bases de un nuevo sistema jurídico y político. Este proceso revolucionario se divide en las siguientes etapas:

  1. El periodo de frustraciones, iniciado en 1808 y prolongado hasta la muerte de Fernando VII en 1833. Durante esta fase, la ideología revolucionaria se manifestó en textos legales radicalmente transformadores de la sociedad señorial, tales como los Decretos de las Cortes de Cádiz o la Constitución de 1812. Esta primera fase revolucionaria quedó eliminada por Fernando VII a su regreso del cautiverio en Bayona.
  2. La segunda fase del proceso fue la más estrictamente revolucionaria y comprende los años 1836 a 1843, con el epílogo del Bienio Progresista de 1854-1856.
  3. La tercera fase de la etapa democrática de la revolución burguesa se condensó en los años que transcurrieron desde la Revolución de Septiembre de 1868 hasta la Restauración borbónica de 1874, es decir, la Primera República Española.

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