06 Sep
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Primera Parte
LOS CONSTRUCTORES DE LA COMUNIDAD SOCIAL Y POLÍTICA
Nadie, en su sano juicio, manifiesta otro interés en su acción política, que la búsqueda del bien de la comunidad. De un modo elíptico, y desde el mismo sujeto que construye el poder, es posible reconocer como fin de su actividad, el bien común.
Por supuesto que, en concreto, se le ha asignado al bien común los más diversos contenidos, según el fin que se le asigne al estado, agigantándolo o achicándolo según las ideologías predominantes.
Ahora bien, llama la atención que el tema del bien común sea mirado exclusivamente como fin del estado, desde una concepción aristotélico-tomista, y no como el fin del sujeto que obra “haciendo política”.
Resulta, desde esta perspectiva, existencialmente imposible trabajar solamente para el bien de la comunidad, sin preocuparse, siquiera mínimamente, del bien personal, de lo necesario para la supervivencia propia y familiar. Por el contrario, resulta fácil imaginarse, quién busca su propio interés privado, no importándole en lo más mínimo, el bien social.
El problema se vuelve más complejo, cuando el interés privado, se disfraza de vocación pública, escondíéndose detrás del bien común, al que dice servir.
El sujeto personal
En primer lugar, todo hombre, cualquiera sea la actividad en la que se desempeña, forma parte de una sociedad, y en tal sentido, aún en sus acciones más personales e incluso íntimas, está implicando al “todo social”. La actividad que realiza un campesino, un empresario, un dirigente juvenil, un financista, un almacenero o un arquitecto, tiene sus propias metas específicas, pero contribuyen a la conformación de la sociedad en la que viven. Son aquellos que han elegido ocuparse preferentemente de sus asuntos personales. Sin embargo, nadie puede escaparle a su responsabilidad para con la vida política de su pueblo, entendida como construcción del bien común. Aún cuando
alguien se desinterese de ella, su accionar genera o degenera la sociedad en la que se mueve.
Como dice el refrán popular: “los pueblos tienen el gobierno que se merecen”. Traducido: el pueblo hace política, y ello
en sentido propio, es decir, tiene poder.
Cualquier persona, al huir de sus responsabilidades para con la sociedad, interésándose sólo de su bien individual, necesariamente debilita la comunidad política, ya que dejará espacios vacíos por propia voluntad, los que serán llenados por aquellos que puedan o quieran hacerlo. Además, alimentará la creencia de la posibilidad de “no hacer política”, no “metíéndose” en ella, lo que facilitará sus propios fines a los políticos profesionales, descuidando su propia forma de vida personal, que se cree defender con dicha actitud de abstinencia consciente. Sin embargo, desde este abstencionismo, seguirá haciendo política, aunque no lo quiera, y la sociedad se beneficiará o no, con sus actitudes.
Ello no significa que desaparezca la clásica distinción entre lo público y lo privado sino que, en la realidad, lo público, se apoya necesariamente en el quehacer cotidiano más escondido de un pueblo. Dicha distinción, (público–privado) es en la práctica, un freno, un límite, que pone el sujeto frente al poder que se ensancha -hasta ser omnipresente- del estado e incluso del mercado financiero. Pero, considerada como una simple forma para entender mejor la realidad de la polis, no disminuye ni un ápice la responsabilidad de las personas para con su sociedad, ni tampoco el de las asociaciones que la constituyen, sea cual fueran sus fines.
Nótese que permanentemente mencionamos las palabras: “comunidad”, “todo social”, “sociedad”, y no sólo la palabra estado.
La responsabilidad en la construcción del bien común, no se limita a la sociedad propiamente política, es decir, a lo que
todavía hoy conocemos como estado. Es más, el estado sin sociedad, directamente no existe, es tan solo un concepto jurídico vacío. Normalmente se enseña que la sociedad participa en política, mediante la “opinión pública”, lo que no deja de ser cierto, pero esconde la parte fundamental de la influencia de la forma de vida de un pueblo en quienes gobiernan. La opinión pública y el sufragio universal, son tan sólo dos medios importantísimos de participación popular.
Últimamente se ha intentado expandir la participación reglada del pueblo en la toma de decisiones, mediante las llamadas formas de participación semidirectas, que incluyen la iniciativa popular para sancionar leyes, o derogarlas, el referéndum, cuando se trata de cuestiones que hacen a la existencia del mismo estado, la consulta popular, cuando su efecto es no vinculante, pero de hecho se definen cuestiones, al conocerse a ciencia cierta la opinión mayoritaria en un tema, el recall, o revocatoria de mandatos, por la cual, luego de un determinado tiempo de ejercicio, puede ser alejado de su cargo quien lo ocupa, por mayorías calificadas, etc.
Sin embargo, la silenciosa e implacable voluntad popular se manifiesta por sobre todo en la legitimidad que le otorga o no a un gobernante. Distíngase bien entre legitimidad, que equivale al reconocimiento social de quien gobierna, (“obediencia” o en su caso “desobediencia”, en último análisis), de consenso, que es simplemente estar de acuerdo sobre un punto en un determinado momento, lo que por supuesto puede modificarse al día siguiente.
Se entiende normalmente la relación de mando y obediencia, entre el pueblo y quienes lo gobiernan, como de necesario antagonismo, sin embargo, cuando se asocian, surge una suerte de solidaridad, que hace más durable todo camino de construcción política a seguir. Como dice George Burdeau, surge “la solidaridad funcional entre el mando y la obediencia”. Si bien la legitimidad de quien ejerce el mando, implica la obediencia del pueblo, a largo plazo está determinada, a su vez, por la cultura, la que se constituye en su fundamento último.
Por ello, la democracia, en cuanto régimen que legaliza la más amplia participación popular, proporciona la base de sustento más estable para un régimen político, en cuanto que necesariamente se apoya en su cultura.
Napoleón bien decía que podía construirse un trono con bayonetas, pero que no servía para sentarse en él (sino habría que preguntarle a su hermano José cuando ocupó el trono de España). Del mismo modo, la obediencia obtenida sólo por la fuerza, termina por sucumbir a la legitimidad más profunda de la cultura. Los órdenes jurídicos contrarios a los sentires más profundos de un pueblo, no generan obediencia a largo plazo y por lo tanto la legitimidad finalmente se derrumba; ejemplo de ello, son el rechazo de las constituciones unitarias argentinas (en forma inmediata) y la caída del comunismo en Rusia y sus países satélites (en forma mediata).
De allí, que toda persona integrante de una sociedad, construye política, hace política, da o quita legitimidad a un régimen o a un gobernante, paga o no sus impuestos, causa definitoria a lo largo de la historia de la caída de sistemas enteros de poder (piénsese en las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa).
En definitiva, el pueblo obedece o desobedece, y finalmente determina si prosigue un gobierno o un incluso un régimen, o si debe ser reemplazado.
En conclusión, cada pueblo construye su propia historia.
Los sujetos activos en la vida comunitaria
En segundo término, veremos el grupo de aquellos que son dirigentes de grupos, aquellos que se han constituido por su acción, en referentes vivos de la comunidad. Normalmente se enseña que hacen política entendida en forma amplia, es decir, siempre que exista mando y obediencia. Sin embargo, en muchísimos casos, hablar de mando y obediencia en un club de náÚtica, o en una escuela, no tiene sentido alguno. Simplemente construyen cultura, y dan origen a las formas de legitimidad en que se apoya el gobernante.
En otros casos, específicamente en aquellos grupos sociales en que existe algún tipo de organización y estructura (Boy Scout, Cruz Roja, etc.), se transforman naturalmente en un semillero, de los que se surgen nutridos y fogueados quienes realizan actividad propiamente política, en cuanto manejo del poder público estatal.
Además, este tipo de grupos o sujetos sociales, rechaza inmediatamente a quien busque priorizar sus propios fines, por encima de la comunidad a la que pertenecen. El fin altruista se da por sobreentendido y el bien común del grupo es la vara con la que se mide a todo integrante, máxime para quien se dedique a ser dirigente. Asimismo, estos grupos, están acostumbrados a dirigir sus acciones al conjunto de la sociedad, sin fines de dominación, ni de lucro, para expandir sus actividades y llegar a quienes suponen los necesitan. El trabajo en equipo le es consustancial,
las reuniones de evaluación periódicas son su sustento necesario; en principio tratan de no improvisar (ya que en
caso contrario desaparecen). Además, estos grupos dividen las funciones y los roles de sus integrantes de común acuerdo.
También debemos considerar a todos los que se dedican a elaborar y difundir cultura como fin propio: Investigadores, maestros, profesores universitarios, intelectuales, dirigentes barriales, profesionales, artistas, y todos cuantos expresen, formen o transfieran la misma en forma crítica, es decir “eduquen”. La idea de propaganda falsificadora, raiting, discurso adecuado exactamente al oyente, rápidos cambios de mensaje, les es desconocida.
Todo este sector social, es probablemente el que más poder político tiene, a mediano plazo. Lamentablemente, nadie lo quiere contar ni reconocer realmente.
En definitiva, un pueblo alimenta su propia identidad y sus transformaciones en este sector social. Son la cocina de la cultura de toda sociedad y la antesala de la legitimidad de quien gobierna.
Este sector social, es quién “más bien común” construye diariamente, quizá por tener que procurarse los medios de subsistencia o bien fuera de la actividad que realiza, o bien por los magros ingresos, que requieren un plus de interés meta económico.
Se incluye a los profesionales, más allá de sus ingresos, en cuanto universitarios, lo que supone un saber medianamente universal y un espíritu de servicio. En la medida que sólo sean comerciantes disfrazados, o técnicos bien vestidos, deben ser excluidos de la lista de dirigentes culturales. Los investigadores y los intelectuales son en el plano de las ideas o la técnica, la avanzada de todo pueblo hacia su futuro, y de ellos se transfieren al conjunto de la sociedad sus conocimientos, por más que sean instrumentados económicamente.
Finalmente todos los artistas, quienes expresan “vibrando” lo que siente una comunidad, son su última reserva, aquellos que sensiblemente, intuyen rápidamente lo que sucede y lo muestran.
Quizá debamos releer a Alexis de Tocqueville, quién definíó a la democracia como: “según la verdadera definición de
las palabras: un gobierno en el cual el pueblo toma una parte más o menos grande”, “su sentido está íntimamente ligado a la idea de la libertad política” “la democracia es la libertad combinada con la igualdad. Tomando frases textuales de Alain Touraine, refiriéndose al autor mencionado: “la religión introduce un principio de igualdad
entre los hombres y –razonamiento más complejo– que al dirigir al Cielo el problema de los fines últimos, la religión limita los conflictos y, se puede decir, seculariza la política… Son las costumbres y las ideas las que determinan la igualdad, la cual define la democracia. La democracia no sólo es social antes que política, sino que es cultural aun más que social”. Insistamos, la construcción del bien común es lo más importante del fenómeno que denominamos política, no existe la misma sin sociedades de los más variados fines –que algunos autores denominan “intermedias”– dónde se genera la verdadera forma de vida que tiene un pueblo, por lo tanto su cultura.
Estos formadores de cultura (¡por Dios, no solo de opinión!), van creando las bases invisibles de la legitimidad de
todo régimen político, al dedicarse por propia vocación a servir (¡sí servir!) a la sociedad.
Aun en el régimen más liberal, o en el más opresor, la forma real como viva un pueblo, como le afecte el poder de los
gobernantes en su vida diaria, dependerá de los intermediarios sociales a los que hicimos referencia. Ellos son los que en concreto, darán forma a los decretos de los gobernantes y quizá algún día dirán: ¡basta, deben ser sustituidos!
No por nada fueron eliminados sistemáticamente en Camboya en la época del Khmer Rouge, o “reeducados” en los
más diferentes sistemas, entre los que sobresale la revolución cultural China. Las purgas de Stalin de los grupos que cantaban en las iglesias, los profesores, los artistas, tenían su sentido: había demasiado poder.
La clase política
Surge una primera pregunta inevitable: ¿por qué quiénes ejercen el poder, sienten que los que mandan están en otro lado? ¿Por qué esa sensación de vacío que supone el mando?¿ Por qué la impresión de que todo es una gran mentira? Un amigo sosténía que el poder no se detenta, “se merodea”.
Sin embargo, conviene no engañarse: a corto plazo, quienes son la parte fuerte de la relación de mando y obediencia,
son, como decía José Luis de Imaz: “Los que Mandan”.
Quienes han introducido el tema en la ciencia política, han sido los autores Mosca, Pareto y Michels. El primero sostiene que: en “La historia no existe el gobierno de uno ni el de la mayoría, como pretendían Rousseau, Montesquieu y Sièyes, sino que la realidad histórica nos muestra un hecho cíclico e innumerables veces repetido, que el gobierno lo ejerce una minoría o clase política determinada” “la dirección política es constantemente ejercida por… Una minoría especializada”. El segundo autor, entendíó que la dominación por una minoría surge de un
hecho biológico, y que las diferencias son no sólo intelectuales, sino propiamente físicas. Sin embargo, contribuyó a describir el fenómeno que denominó “circulación de las élites”, es decir, que las mismas no permanecen inmutables, sino que se retroalimentan continuamente, cambiando de hecho su composición, lo que otorga movilidad social al proceso. El tercer autor, formuló la Ley de Hierro de la Oligarquía, por la cual toda organización social, tiende a preservar a quienes gobiernan, los que de una forma u otra siguen siendo los que ejercen el poder, estando por otro lado, los que no tienen forma de entrar en esta clase, y sólo obedecen.
Luego han existido cientos de estudios, la mayoría de ellos sociológicos, para demostrar quiénes son los que están en la cúspide del poder, y quiénes los que obedecen.
Ello fue realizado –entre otros– por Burnham, Wirght Mills, Rose, Dahl, Djilas, Voslensky y José Luis de Imaz, quienes son los autores más conocidos desde mediados del Siglo XX, analizados por el Dr. Arturo Pellet Lastra en su libro Teoría del Estado, al que remitimos (aclarando que piensa en una clave
distinta, acerca de la importancia de la clase política). Cabe señalar que todos quienes realizan una acción propiamente política, en sus estratos más elevados, entendemos deben ser incluidos en esta categoría, independientemente de las funciones propias que ejerzan.
Así los jefes militares, económicos, financieros, eclesiásticos, grupos periodísticos con gran influencia en la opinión pública, burócratas, “tecnócratas”, partidos políticos, conforman la clase política.
Establecimos anteriormente, que en último análisis, el poder dependía de los supuestos dominados, ¿entonces, estamos hablando de actores sin protagonismo? Todo lo contrario, porque el ejercicio directo del poder, es
decir, de inclinar las voluntades sociales en un sentido o en otro, requiere de aprendizaje específico, que ningún maestro o profesional, por más bien intencionado que sea, conoce.
Y ello es justamente la misión específica de los partidos políticos: el manejo del poder, máxime si se trata de los gobernantes, de la oposición, o de grupos enquistados de una forma u otra en funciones estatales. Atención que el manejo del poder no es una cuestión menor, lograr la obediencia del pueblo en determinado sentido, es sumamente difícil, incluso los denominados “técnicos”, que cada vez abarrotan más los ministerios, son absolutamente inidóneos para llegar a tal fin. El manejo del poder se aprende necesariamente haciendo política, en su acepción normal.
Los reflejos que otorgan la militancia en un partido o en un sindicato, son irreemplazables, y no los brinda el conocimiento teórico. Si fuera entendido con buen sentido, sería sencillamente el aprendizaje de la virtud de la prudencia. En la práctica, los partidos, suelen ser semilleros de astutos, pragmáticos y maquiavélicos. Sin embargo siguen siendo absolutamente irremplazables, más allá del nombre que les asigne la historia en sus diversos momentos, o los monstruos que genere.
Lo que sucede es que la clase política, representará o no al pueblo en su cultura, y será entonces facilitadora u obstructora del bien común que dice construir. Entiéndase bien, la clase política y el gobernante, pueden incluso lograr legitimidad, es decir obediencia de parte del pueblo por largos años, sin quizá representar en lo más mínimo sus sentires más profundos.
Sin embargo, estamos convencidos de que finalmente son aplastados por “los de abajo”, (diríamos los “del medio del
sistema”) cuando no conocen, ni les interesan los problemas de su pueblo, a quienes en teoría representan. Conviene desmitificar aquello de que siempre ganan los de abajo. José Luis de Imaz, en su libro “Los hundidos”6, demuestra que quienes están demasiado sumergidos, carecen de capacidad de cambiar nada, ni de otorgar siquiera legitimidad alguna, por tratarse de culturas marginales que no influyen en el conjunto del sistema del país.
En la Argentina, sin ir más lejos, el “aluvión zoológico”, se debíó a la inserción en el sistema, de cientos de “cabecitas negras” que ya conformaban nuestro país y exigían sus derechos y ello pese a la reingeniería social intentada por la clase dirigente iluminista a fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX.
Para Ernesto Palacio7, al igual que para los autores mencionados en primer término, la estructura del poder, reconoce siempre una forma de triángulo, con el vértice en la parte superior.
Allí, en el vértice, se encuentra el “decisor”, o en otros términos: “El Príncipe” rodeado del grupo de acólitos más íntimos, que van ampliando la cúspide de la pirámide. Luego viene la “clase política”, propiamente dicha, la que ocupa la parte superior de la pirámide, sí bien ya de cierto ancho. Finalmente, toda la base está compuesta por el pueblo en su conjunto, que obedece. Este esquema del poder, sería independiente del régimen político que se estudie, tan válido para la ex-Uníón Soviética, el Estado Nacionalsocialista, o las democracias modernas.
Cabe aclarar, que si nos referimos únicamente a la política, como el poder de generar obediencia en el pueblo por parte del estado es casi tautológico, el esquema necesariamente tiene que ser el descripto.
Ahora si la política, es no sólo el manejo del poder, sino que reconoce como fin el bien común, los términos no presentan un esquema tan simplista de ninguna forma.
En la realidad, puede que construyan “más bien común”, el gobierno, determinada clase dirigente, los artistas, o simplemente el pueblo. Pero con ello es evidente que dijimos muy poco. El estado, encarnado en el gobierno, tendría que ser el garante del bien común, porque se supone que está alejado de las pequeñas rencillas de todos los días, que ha terminado la faz agonal, para llegar a la política arquitectónica, propiamente dicha.
Sin embargo, en todo régimen, las luchas por los espacios de poder son enormes.
La posibilidad de que un determinado contrato dependa de un área u otra, no solo “da poder”, sino vinculaciones, posibilidades económicas, capacidad de sobrevivencia a largo plazo.
En la actualidad, el trabajo en equipo prácticamente no existe en la cúspide del poder del estado. Todos se asemejan a pequeños caudillos, los que cuentan todos los días, cuántas personas todavía les obedecen, o si algún guiño del “Jefe”, que graciosamente reparte dádivas entre sus súbditos, les permite la subsistencia, o si milagrosamente, lograron algún acuerdo con la prensa, que les de un poco de aire. Simplemente, en la mayoría de los casos, se ha perdido de vista el bien común, no se tiene en cuenta el conjunto de la sociedad, ni lo que ella necesita para alcanzar su plenitud.
A la clase política en su conjunto, le sucede más o menos lo mismo, se canibaliza, y normalmente asume actitudes de defensa corporativa de sus ambiciones, desinterésándose del conjunto social. Insistamos en que si bien un grupo de poder presiona en determinado sentido, no puede dejar de tener en vista, en primer lugar, los intereses de aquellos a los que dice representar, y en segundo término, el bien de toda la sociedad, ya que allí se supone se desenvuelven sus miembros.
Por eso mismo las multinacionales, basan su esquema dirigencial, en expatriados, que no pertenecen a la comunidad
nacional.
Cabe poner de manifiesto, que los dirigentes máximos de los diferentes grupos sociales carecen hoy de reconocimiento por parte de los miembros de sus propias asociaciones. Ello independientemente de la forma de su elección. Quienes tienen alguna legitimidad o acatamiento, suelen ser los cuadros intermedios.
Respecto de los partidos políticos, si bien les es connatural la lucha interna permanente, no generan equipos capaces de imaginar planes realizables (lo que hace que se tengan que “comprar” tecnócratas “llave en mano” cuando se llega al gobierno), y los mejores huyen despavoridos de la pérdida de tiempo que supone dedicar la mitad del día a sobrevivir a los “de abajo”, que literalmente los vuelven locos con celadas y trampas, y la otra mitad del día, serruchar el piso a los de arriba. Es decir, todo un maléfico aprendizaje de lo que se entiende como política de gobierno actualmente.
Además, este esquema de partido se ha trasladado poco a poco a toda la clase política, por el evidente efecto de propagación e imitación que ha tenido.Maquiavelo es el padre de la mayoría de nuestros dirigentes importantes.
Los partidos políticos, sin embargo, incorporan dirigentes sociales entre sus candidatos, para otorgar mayor “imagen” a su lista, imaginando que ello les confiere legitimidad social. O bien dichos dirigentes sociales son fagocitados cuando llegan a un puesto, sin saber muy bien como fue que terminaron en Tribunales (los que manejan “el poder” lo saben bien), o hacen transformismo, recurriendo a las prácticas ya descriptas. Otros son sólo simples representantes corporativos. Algunos, a largo plazo, intentarán renovar la dirigencia, creando nuevas legitimidades y culturas de servicio público.
En más de un caso significará renunciamientos personales dignos de elogio, y luchas sin cuartel contra aquellos que los llevaron a sus puestos para usarlos y después tirarlos en el cesto de basura.
Pero la sociedad presiona y está harta, es decir, tiene poder político, y a los partidos no les queda más remedio que ofrecer en sus listas lo más presentable que tengan a mano, para conseguir un voto más.
¡Cuidado! La parte más rentable del Estado, la que celebra contratos y hace negocios, le es normalmente vedada a estos nuevos representantes del pueblo.
EL DESARROLLO
Al desarrollo lo podemos definir como el despliegue de las energías de una comunidad política, hacia una situación más humana de todos sus habitantes. Es decir, “es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones menos humanas a condiciones más humanas”.
Ello significará la búsqueda concreta de los medios necesarios para liberar a los pueblos de las situaciones de injusticia que los agobian. No se trata, de un crecimiento personal, o de un pequeño grupo, sino de toda una sociedad.
Dado el carácter multirrelacional de la sociedad humana, el desarrollo comprende cuestiones de toda índole, entre ellas: lo económico, lo social, lo cultural, lo político y lo espiritual.
Es imposible negar que el vocablo desarrollo se relaciona con el “crecimiento económico”. Ello, porque en último análisis, el hombre necesita para su desenvolvimiento personal, en primer lugar, de una familia, pero inmediatamente después, de los elementos necesarios para su subsistencia material.
De la familia, no es natural que busque liberarse, al menos rápidamente; en cambio de los condicionantes materiales, los hombres y los pueblos, tienden a intentar dominarlos y utilizarlos en su provecho.
Así, lo económico, pasa a ser el primer objetivo político de toda comunidad organizada. Cubrir las necesidades materiales más apremiantes, es connatural a cualquier pueblo, el que lógicamente desea progresar, pasar de una situación de dependencia respecto de la naturaleza, a una situación de dominio.
Por ello, es fácil confundir las cosas, y entender que el desarrollo es sólo o principalmente económico. Así se ha dado
por sentado, en un reduccionismo típicamente liberal, que “la visión de Pablo VI, al no concentrarse en el aspecto económico del desarrollo, lo da en cierto sentido por sentado: El Papa enfatiza los imperativos sociales y morales que vienen “a partir” del desarrollo económico, una preocupación típica de los países europeos que ya lo tienen, en vez de enfatizar las condiciones que llevan al desarrollo económico en cuanto tal, algo que interesa sobremanera a los países del tercer mundo, que aún no lo han logrado”. Sin embargo, y desde este primer momento, resalta que el principal responsable de este crecimiento, no es el hombre solo, librado a sus propias fuerzas y caprichos, sino toda una comunidad. Incluso hoy, no decimos que Bill Gates, o algún magnate esté desarrollado, porque tenga mucho dinero; hablamos vulgarmente de países desarrollados, para indicar aquellos en los que existe una cierta prosperidad material, es decir, hacemos referencia a pueblos, estados o naciones.
Concordante con ello, la cuestión del desarrollo, se impone en la agenda internacional, a partir del proceso de descolonización.
La razón es simple. Pueblos enteros sumidos en la miseria, buscan por todos los medios obtener su crecimiento económico y de ser posible la ayuda de los países ricos, que antes fueron sus dominadores.
Ahora bien, en forma inmediata surge que los pueblos no progresan, si no existen determinadas condiciones sociales, éticas y culturales.
Asimismo, también en forma aparentemente paradójica, importantes estados centrales sufren miserias humanas, lo que desvirtúa la noción exclusivamente económica del desarrollo. La acumulación de riqueza, no lleva en forma indefectible, a que el hombre se plenifique. Por el contrario, se verifica que lo vuelve esclavo de ella en innumerables situaciones. Se ha dicho: “… El sentimiento de aislamiento y de impotencia del hombre moderno se ve ulteriormente acrecentado por el carácter asumido por todas sus relaciones sociales. La relación concreta de un individuo con otro, ha perdido su carácter directo y humano, asumiendo un espíritu de instrumentalidad y de manipulación. En todas las relaciones sociales y personales la norma está dada por las leyes del mercado. Es obvio que las relaciones entre competidores han de fundarse sobre la indiferencia mutua… La relación entre empleado y patrón se halla penetrada por el mismo espíritu de indiferencia… El propietario del capital emplea a otro ser humano del mismo modo que emplea una máquina… No se trata en modo alguno de la relación entre dos seres humanos… Este mismo carácter instrumental constituye la regla en las relaciones entre el hombre de negocios y su cliente. Este representa un
objeto que debe ser manipulado, y no una persona concreta cuyos propósitos interesan al comerciante… El hombre no solamente vende mercadería, sino que también se vende a sí mismo y se considera como mercancía…”.
El optimismo ingenuo de la tecnocracia y el progresismo, entran así en crisis. El subdesarrollo como el llamado
superdesarrollo, no satisface la esencia misma del hombre. Haberse liberado de lo económico, para caer nuevamente esclavo de la posesión y el consumo, ya no es liberador, es materialismo puro, que lleva a las insatisfacciones más profundas.
Es por ello, que el desarrollo no se puede considerar sólo con criterios económicos, siendo mucho más amplio y no bastando la consideración del PBI, o del comercio internacional o de las variables financieras para su realización.
Inmediatamente se pasa a hablar del progreso social y económico de los pueblos, como forma de ampliar el abanico de cuestiones de las que intenta liberarse un pueblo.
En estos últimos años, y ante la cuestión ecológica, que de alguna forma sirve de límite al ahora todopoderoso hombre, se pasa a hablar de desarrollo sustentable, en el sentido de no hipotecar a las generaciones futuras, y por lo tanto que pueda ser sostenido en el tiempo, sin afectar el entorno natural.
En definitiva, y pasado el momento de satisfacer las necesidades elementales, surge con fuerza la problemática completa del hombre, que para ser más, no sólo necesita tener más, sino crecer a nivel social, cultural, ético y espiritual.
Hoy, las visiones más materialistas, han reducido el desarrollo a la eficiencia económica, pretendiendo inutilizar incluso
el vocablo, dejándolo como un supuesto residuo histórico (frustrado) de “los sesenta”.
El auténtico desarrollo es –en definitiva– un problema ético, siendo el ser humano y su cultura, la única vara con la que
puede (dificultosamente) ser medido. Curiosamente, la medición deberá ser cualitativa y no sólo cuantitativa, escapando al rigorismo inquisidor de las variables económicas, máxime cuando se ha logrado salir de la miseria más extrema.
Cabe aclarar, que desde un primer momento, pueblos cultos y sin grandes necesidades económicas, han intentado el camino que el capitalismo individualista o colectivista les propónían, con el gran condicionante, de no querer perder su cultura.
Es decir, el materialismo impuso e impone condiciones, por las que pueblos sin grandes necesidades, e incluso muy cultos, se han visto en la disyuntiva de cambiar su ethos, única supuesta forma de lograr el desarrollo.
La cantidad de fracasos de las ayudas económicas internacionales, de las que da cuenta detalladamente Joseph E. Stiglitz, no puede ser comprendida, sino por la deficiencia de los planteos económicos efectuados, que evidentemente no han tenido en cuenta la cultura de los pueblos, en la que pretendieron utilizar recetas supuestamente universales.
En este sentido, preferimos hablar de crecimiento económico sostenido, como forma de afirmar la posibilidad no capitalista ni materialista del aumento de la prosperidad material.
Por ello, consideramos instrumentos válidos del “crecimiento económico sostenido”, en cuanto a su funcionalidad, y no como componentes de una ideología a los siguientes:
1) La propiedad privada y el destino universal de los bienes. Ello tanto respecto de la propiedad de la tierra, de las
industrias, y del conocimiento.
2) El mercado libre. Como mejor forma de establecer el valor y la distribución de los bienes “transables”
3) La libre empresa. Entendiendo por tal la asociación para producir más y mejor, lo que exige la colaboración indudable de muchos, el asumir riesgos, el respeto por todos los que participan en ella en cuanto a su dignidad, y el beneficio económico.
4) El ahorro. Entendido como diligencia por proveer a las generaciones futuras, a corto, mediano y largo plazo
Ahora bien, es evidente que toda elección económica, es en sí misma ética. Por ello podemos sostener el carácter moral del desarrollo. Se elige lo que vale. Y los valores concretos de una cultura los determinan los pueblos y para ser más concretos, los hombres.
“Lo crucial es como los hombres concretos, los grupos sociales, las empresas, los trabajadores, los gobiernos, los gobernantes, los políticos, los legisladores, usan esas instituciones” (referente a la relación entre estado y mercado).
El premio Nobel de Ciencia Económica del año 1998, menciona repetidas veces que el verdadero desarrollo, no es
sólo económico, sino el despliegue de la libertad humana, el que se manifiesta en las libertades políticas, los servicios sociales, las garantías de transparencia y la seguridad protectora.
El desarrollo sería para este autor, la expansión de las libertades reales que gozan las personas, debiendo eliminarse en consecuencia, la pobreza, la tiranía, la falta de oportunidades, las privaciones sociales permanentes, la dejadez en los servicios públicos, la falta de tolerancia y la existencia de estados represivos.
Expresamente declara que estos bienes son valiosos por sí mismos, aunque también contribuyan al desarrollo en el aspecto económico.
Hace una importante distinción, en cuanto a que no basta la “renta por cápita” para medir el desarrollo, sino que es necesario verificar la existencia de libertad en los individuos para vivir mucho y vivir bien.
El desarrollo se transforma así en un proceso conjunto e integrado, de expansión de todas las libertades mencionadas
pero relacionadas entre sí, de forma de poder las personas elegir su propio destino y ayudarse mutuamente.
No existiendo un modo único de desarrollo económico, pareciera previo a todo intento de crecimiento económico sostenido, un aumento del nivel educativo general de la población, así como un descenso de la corrupción, el que no se logra sino por convicciones morales profundas.
Reconoce un límite insoslayable para la libertad de mercado, es decir, los bienes públicos, entendiendo por tales las cuestiones ecológicas, epidemológicas, la asistencia sanitaria, la defensa y la policía.
Nosotros agregamos los bienes de dominio público, tales como plazas, caminos, calles, los ríos, el mar y sus costas. A
ellos sin duda alguna, se suma la justicia y la educación básica.
El autor agrega la reducción de la fecundidad y de la mortalidad.
Con lo primero no estamos de acuerdo, aunque aparentemente se haga “en libertad”, cuando en realidad se impone mediante programas publicitarios financiados por el Banco Mundial, que de hecho, intentan imponer su ideología del ajuste, incluso demográfico.
En todo caso, la reducción de la fecundidad, aparece más como una consecuencia del desarrollo, que como una premisa.
Respecto de la mortalidad, la clave es el buen nivel de vida de los ancianos, no sólo respecto de la morbilidad, sino de su atención humana por su propia familia, o por institutos especializados cuando sea necesario, o sea su dignidad.
Respecto de la forma democrática de gobierno, remarca su importancia con una comprobación inobjetable: en los estados democráticos, jamás ha habido una hambruna. Es decir, una de las máximas expresiones del subdesarrollo, y ello, por el control, que de hecho son objeto los gobernantes.
Dice Jean Iveth Calvet:: “Se ha pensado demasiado frecuentemente que el desarrollo es sobre todo una cuestión de inversión económica, introducción de maquinaria, creación de fábricas, apertura de mercados, ayuda financiera. O bien, se ha discutido mucho el problema financiero de la transferencia de tecnologías, pero se ha olvidado muchas veces el problema cultural asociado con ella. Así que abundan hoy en ciertos países del Tercer Mundo los desechos de tentativas de industrialización abortadas: fábricas que nunca entraron en funcionamiento productivo, o material que queda obsoleto por falta de mantenimiento, etc. En la agricultura también ha habido muchos fracasos, por ejemplo
porque se ha querido desplazar a campesinos para concentrar a la población sin contar con la organización tradicional de la vida de las tribus o de las aldeas. ¿Cuántas veces se han creado prácticamente campamentos inhumanos en vez de las aldeas organizadas que existían antes?…”.“La experiencia nos enseña, que si la masa de los recursos
y potencialidades de todo tipo, no tienen un fin moral, ello se vuelve contra el hombre para oprimirlo”.
Asimismo, el auténtico desarrollo tiene fundamentalmente en cuenta la existencia de los más desposeídos, lo que implica distribución de los bienes que produce una sociedad. ¿Qué sentido tendría hablar de desarrollo, cuando a pocos metros cientos de personas carecen siquiera de agua potable y sus hijos mueren de desnutrición?
… “Ni los pocos que tienen mucho, ni los muchos que tienen poco, pueden verdaderamente “ser” y realizar así su vocación humana. La mala distribución de los bienes destinados por Dios a todos y los servicios básicos que multiplica la creatividad humana según usos cada vez más refinados, pero al alcance de minorías, destruyen la fraternidad entre los hombres, creando la irritativa barrera de la pobreza”.
Un concepto amplio de desarrollo, necesariamente implica
considerar la solidaridad como valor tan importante como la iniciativa personal y la propiedad privada. Piénsese que siempre estamos hablando de pueblos, estados o naciones, y parece imposible que un auténtico desarrollo pueda alcanzar sólo a algunos de sus miembros, dejando en la inanición al resto de la población.
Finalmente para concretar nuestras ideas definiremos:
1) El carácter ético y cultural de la problemática del desarrollo
2) La interdependencia de las cuestiones sociales y económicas, lo cual genera una valoración moral que se debe
reflejar en el deber de solidaridad frente a la distribución desigual de los medios de subsistencia.
3) El auténtico desarrollo tiene fundamentalmente en cuenta las dimensiones social, cultural y espiritual del ser
humano.
4) El desarrollo es una exigencia de la justicia, y es la forma concreta de llevar a la práctica el bien común de una
sociedad.
Si el concepto de “bien común” hace referencia al “conjunto de las condiciones necesarias para que las personas y los
grupos sociales, puedan alcanzar su plena perfección”, el “auténtico desarrollo” es hoy el camino necesario para tal fin.
MODELOS ECONÓMICOS, IDEOLOGÍA Y CULTURA
Liberalismo y marxismo
Hablar hoy de distintos modelos económicos, parece restringido al ámbito del tipo de capitalismo que se pretende aplicar en un estado.
En este sentido, es evidente que el “modelo liberal”, ha sobrevivido al “modelo marxista”, y por lo tanto se sostiene sin
más que ha ganado la batalla. Sin embargo, ambas posturas desde siempre han compartido una visión economicista del hombre, reducido en última instancia a materia, pudiéndose entender, que lo que ha ocurrido es que dentro de las concepciones materialistas, ha resultado más factible la denominada economía liberal.
Augusto del Noce, en una visión casi profética, hace largos años nos hacía ver que el liberalismo había perdido lo mejor de sí mismo, es decir, la defensa de las libertades de la persona humana, para pasar a ser simplemente un modo de acumulación de riqueza aburguesado y desinteresado del hombre, (y que en última instancia ha confluido en el neoliberalismo, en cuanto a la prevalencia de la eficacia económica, por sobre la libertad).
Del marxismo, remarcaba como perdía poco a poco su carácter mesiánico, y con ello sus intentos “religiosos” de construir un mundo mejor, sin clases, mediante la revolución, para quedarse en un simple ateísmo materialista, sin ideales y finalmente totalitario.
El mismo autor nos señalaba que ambos sistemas confluirían fatalmente en un mismo y único sentido: burgueses, eficientes, ateos, materialistas y sin ideales.
Sin embargo, podemos intentar rescatar lo mejor de ambas posturas, con todas las objeciones de matices que nos pueden suscitar.
Del liberalismo: la iniciativa personal, el principio de la propiedad privada como motor del emprendimiento, el mercado
como mejor forma de asignar los recursos y la empresa como propulsora del crecimiento económico.
Del marxismo: el rol del estado como agente de solidaridad, la búsqueda de una mayor igualdad social, el concepto fundamental de alienación por la que el hombre deja de ser quién es para convertirse en una simple mercadería y la propiedad común de los bienes de producción como motor del crecimiento económico.
Sin embargo, tanto el liberalismo clásico, como el comunismo, como la actual sociedad opulenta (neoliberalismo), han cometido el mismo error, es decir, han construido sistemas cerrados, a partir de concepciones a priori, sobre la base de las cuales se realizarán los cambios necesarios para el crecimiento económico.
Como su visión de la realidad no es abierta, no parten de una apertura a los múltiples factores que intervienen en todo
proceso social, sino que los integran a partir de un modelo preconcebido, sin “diálogo” alguno hacia aquellos hacia los cuales supuestamente beneficiará.
En cuanto los grandes modelos se ponen en contacto con su realización práctica, o bien cambian drásticamente para adaptarse a las circunstancias (en el mejor de los casos, lo que normalmente ha ocurrido en los países centrales), o el conjunto social los rechaza (lo que ha ocurrido en la mayoría de los países del tercer y cuarto mundo).
En especial los estados latinoamericanos no han podido adaptarse al mismo tiempo a las exigencias internacionales (actualmente de libertad absoluta de mercado) y al mismo tiempo lograr legitimación interna.
Las grandes elaboraciones no han logrado imponerse, no sólo en el sentido de “relatos”, los que supuestamente estarían en decadencia, sino en su marco más específico de modelos de desarrollo económico.
Ello es aplicable sin la menor duda al llamado neoliberalismo. Las diversas recetas del Fondo Monetario Internacional,
no han dado los resultados esperados ni en Rusia después de la caída del muro, ni en el sudeste asíático, ni en nuestro país, ni en el África, etc., tal como lo afirma un partidario de la globalización con “rostro humano” como Joseph E. Stiglitz. A nivel mundial Francis Fukuyama, ha planteado claramente que la ideología triunfante, a nivel económico es la victoria del capitalismo liberal, apoyado en la tecnocracia como valor, y en la división de poderes como supuesto político.
Según dicha ideología, hemos llegado al fin de la historia, no porque la misma se detenga, sino porque no puede esperarse nada mejor, es más, el progreso en dicho sentido es irreversible y acumulativo.
Las naciones deben optar por estar entre los últimos hombres, y aceptar el modelo neoliberal, o quedarse entre los primeros hombres y estar condenados a la lucha hobbsiana del todos contra todos y el atraso.
En el mismo sentido, se ha planteado si puede crearse un ethos económico culturalmente apto para el desarrollo. La ideología puritana sería condición indispensable del crecimiento. Se realizan reduccionismos sucesivos, es decir, el desarrollo corresponde a todo el hombre, pero es básicamente económico. El problema del desarrollo es cultural. Pero debe crearse una cultura “apta” para el desarrollo económico. Finalmente, se confunde desarrollo económico con capitalismo. Por último el desarrollo es idéntico al capitalismo. En el fondo, y pese a autodenominarse liberales, lo que se pretende es una reingeniería social que admiraría el mismísimo Stalin, es decir, cambiar la cultura, de la que para bien o para mal, somos portadores. Ello a fin de adaptar la forma de vida de este pueblo (y de todos los de la tierra en última instancia), al modelo preconcebido desde el “centro”, que endiosa fundamentalmente el mercado y la eficiencia económica.
Mejor hace Francis Fukuyama, en un libro suyo posterior, en el que se pregunta los motivos de la decadencia moral de los países más desarrollados económicamente, verificada en el aumento explosivo de los índices de criminalidad y de las uniones extramatrimoniales.
Llega a la conclusión de que la cuestión cultural es la determinante, y si se pretende que el capitalismo no se destruya por dentro, debe reconstruirse el orden social, fundamentalmente a través del fortalecimiento de la familia. Aclarando que poner a la familia como forma de contención para el funcionamiento del capitalismo, simplemente nos asquea, su análisis es razonable, y sigue los lineamientos del último capítulo de su anterior libro sobre “el fin de la historia”, en la que critica duramente las múltiples formas de alineación que padece la sociedad norteamericana.
Nuestro convencimiento, es que ni Stalin, ni el Fondo Monetario Internacional, pueden “crear” la cultura que desean, que el pueblo sufrirá su estupidez, quizá en forma superlativa, con muertes y asesinatos, realizados en forma directa o indirecta, pero en definitiva saldrá victorioso, porque la libertad de cada persona y del conjunto social, no puede torcerse para siempre.
Aclaremos que entendemos que todos los sistemas mencionados son ideológicos, en el sentido que deforman la realidad para adaptarla a una idea, la que puede no ser totalmente errada, pero que se ha “agrandado” de tal manera, que todo se refiere a ella como valor supremo, y en consecuencia la deformación al mirar la realidad es enorme, sin posibilidad alguna de adaptarse a las circunstancias.
EL MODELO DE LA GLOBALIZACIÓN
El objetivo del presente capítulo, no es describir todos los aspectos de este tema, sino centrarse en aquellos puntos esenciales, que ayuden a la comprensión global de este fenómeno.
La globalización como proceso
“La globalización significa el aumento de la vincularidad, la expansión y profundización de las distintas formas sociales, económicas y políticas, la creciente interdependencia de todas las sociedades entre sí, promovida por el aumento de los flujos económicos, financieros y comunicacionales… En este sentido, y para dilucidar estos interrogantes, se hace necesario distinguir globalización como proceso de globalización y como ideología.
Como proceso, porque efectivamente se trata de una serie de tendencias y nuevas realidades promovidas por el cambio…”.
Los temas centrales, del fenómeno de la interdependencia entre las naciones, entendemos que se refieren a cinco grandes cuestiones:
–El auge de la informatización: que conlleva cambios en las formas de producción y comercialización, nuevas profesiones, nuevas simbologías, uniformidad de procedimientos a nivel mundial, nuevos mercados, y grandes transformaciones en las profesiones y situaciones ya existentes.
–La mundialización de la economía real, es decir de la producción de los bienes y servicios, con intercambios a escala
planetaria, que no reconocen las fronteras de los estados-naciones, el mercado extiende su acción a todos los ámbitos.
–La interdependencia financiera y la existencia de un único mercado de capitales internacional, con absoluta libertad de transacciones, que no reconoce fronteras ni soberanía.
–El hiperdesarrollo tecnológico y su progresivo alejamiento de los marcos referenciales éticos vigentes hasta este momento. –El fin de la guerra fría, al terminar de estar el mundo dividido en dos grandes bloques hegemónicos.
La globalización como ideología
“Así se advierte cómo la globalización sirve de pantalla para el alucinante desarrollo de una dominación política; más
aún, cómo el ultraliberalismo, la ideología dominante, base de un sistema oligárquico, se engalana con el ropaje de la
globalización… ¡En esto radica el engaño. Porque si la realidad de la globalización, fenómeno histórico, es irreversible,
por ser producto de un pasado inmodificable, sus potencialidades no están cristalizadas en una constatación de ese pasado, su futuro es perfectamente modificable…”. Si pensamos este proceso desde el punto de vista de su
justificación ideológica, ella ha sido realizado por el “neoliberalismo”.
Conviene destacar algunas ideas, expuestas sucintamente, de dos de sus autores más destacados.
Así por ejemplo para Friedman, el objeto central de la economía y de la política, se reduce a cómo utilizar mejor los
recursos disponibles. La respuesta es absoluta: por la decisión del mercado.
Ello se opone, a toda posibilidad de dirección centralizada.
Es decir, se entiende como el triunfo completo del liberalismo sobre el marxismo, confirmado por la caída del Muro de Berlín y el fin del Imperio soviético.
Sin embargo, llama la atención que el autor, no pone el acento en las libertades personales, ni en la posibilidad del desarrollo personal o social, ni siquiera de las asociaciones, ni aún en la libertad de conciencia. El nuevo liberalismo no tiene por objeto central la libertad en su plenitud, sino la eficiencia económica, como valor principal.
Von Hayek saca las consecuencias más importantes de las anteriores preposiciones, es decir, el mercado, librado a sus solas fuerzas, permite utilizar plenamente los conocimientos que anidan en toda la sociedad, y necesariamente hace que la misma prospere.
Para ello, es esencial que el orden del mercado sea totalmente espontáneo, sin injerencia de ningún tipo, ni política, ni
ideológica ni estatal, ya que dicho orden es superior a cualquiera que se pretenda construir, lo que es connatural con todo lo impuesto.
La creencia y origen de la legitimidad del actuar espontáneo y sin limitaciones del mercado, es la tendencia hacia la igualdad, la que surgiría necesariamente del funcionamiento sin regulaciones de la economía. Buscar la justicia social, aunque sea ante las necesidades más apremiantes, es errado, ya que es necesaria una relativa desigualdad para permitir el funcionamiento del sistema de mercado en su conjunto.
Por ello, no tiene sentido un sistema más igualitario, ya que conlleva un menor bienestar general como resultado.
Resalta nuevamente en el autor mencionado, la búsqueda de la eficiencia colectiva, como fin de la acción humana, liberalizándola de los obstáculos que origina toda regulación centralizada.
Crítica a la ideología
Si efectuamos una crítica de las anteriores proposiciones, debemos admitir que si el valor central es la eficiencia, el camino acertado en las actuales condiciones es la libertad absoluta del mercado.
Ahora bien, ello se debe a la mentalidad individualista imperante.
Sin embargo, podría ocurrir en el futuro que las valoraciones reales de la sociedad cambien. Por ejemplo, que sea más importante la motivación de la solidaridad que el fin de la propia ganancia. Es decir, el sistema depende para funcionar, aún desde el punto de vista de la eficiencia, de las valoraciones concretas de cada persona, de sus elecciones, las que podrían modificarse. Ello puede parecer una posición idealista e irreal, sin embargo, las motivaciones ecológicas o religiosas, hoy llevan a realizar elecciones contrarias a la supuesta racionalidad económica.
A mediano plazo, es evidente que el colapso del neoliberalismo es ya un hecho, como estuvo anunciado el fin
del comunismo desde mucho antes de la caída del Imperio soviético.
La falta de sensibilidad por las personas como tales, se siente hoy existencialmente y resulta imposible de sostener si
no es por la fuerza pura (aunque sea la del mercado).
Ello no parece que pueda evitarse, con el argumento remanido de una “red de protección social”, ya que la misma no
reconoce a la persona como tal, y por lo tanto no otorga justicia social, sino tan solo “formas de contención”, que al no reconocer la necesidad que tiene todo hombre del trabajo libre que genere ahorro y que se convierta en “su” propiedad privada, aporte personal a los bienes sociales, lo desconoce como actor, ahogándolo dentro de un sistema del que no participa realmente.
El desempleo, o empleo basura (forma encubierta de “disminuir índices”), surge como funcional al sistema neoliberal,
como una enorme cantera de capacidad ociosa y dispuesta a todo, por un bajo salario De lo anteriormente expuesto, puede afirmarse que el sistema por sí solo, no reparte sus réditos. El factor más dañino al mismo neoliberalismo, es el rechazo a toda intervención propiamente estatal o política–supraestatal, particularmente en aquellas cuestiones referentes al mercado financiero, que tienda a controlar aquellas tendencias naturalmente egoístas de las personas.
Suponer (resabio del viejo utilitarismo) que la suma de egoísmos, apareja como consecuencia directa una utilidad común mayor, y en consecuencia mayor felicidad, no se puede calificar de otro modo que de disparate. Filosóficamente, dicha proposición fundada en el egoísmo individual, carece de sentido, existencialmente ha llevado a grandes pensadores de este siglo a afirmar con meridiana sencillez, que “el infierno son los otros”.
Es decir, la ley de la selva. Sartre no se equivocó, tan sólo llevó a sus máximas consecuencias las premisas filosóficas que veía ante sus ojos. Esta lucha hobbsiana, no puede llevar a una armónía humana, sino sólo a la búsqueda de la supervivencia de estilo darwiniano o mejor expuesta últimamente por Fukuyama, al espíritu tymótico, en que se pelea simplemente por el reconocimiento, ya que la guerra propiamente dicha habría terminado, pero la lucha continúa sin fin, aunque ello sea meramente por soberbia y autosatisfacción (deseo de reconocimiento, para el autor citado).
Pretender que la competencia a nivel económico, es absolutamente natural al hombre, es otra falacia. Podríamos afirmar que la tendencia lógica es a escapar de ella. No se conoce empresa o corporación que aliente a su contraria a la lucha, más bien su objetivo es terminar con ella, fagocitarla, o ponerse de acuerdo para que no surja una tercera que “les escupa el asado” a ambas.
En este sentido, la actuación del estado, en cuanto armonizador de intereses en juego, es esencial, imponiéndose su
vigilancia e intervención reguladora, justamente para que la misma competencia sea posible.
La acción política y la globalización
En primer lugar, pensamos (siguiendo a Alain Touraine) que la mundialización de la economía no disuelve nuestra capacidad de acción política. Casi por el contrario, la capacidad de los “consumidores”, de la opinión pública, de las formas descentralizadas de institucionalización política, de la acción personal comprometida con la persona y sus derechos, tiene un espacio enorme, que deja justamente el hecho demasiado “globalizador” de la pseudo
realidad que pretende imponerse.
Es decir, por debajo de los grandes titulares, existen espacios moleculares a ser ocupados, que permiten y casi invitan a la acción propiamente política.
Es evidente que se pueden cambiar las cosas, si aquello que se pretende es concreto y real. Desde arriba el discurso está demasiado alejado de las cuestiones que interesan realmente a cualquier ciudadano, el mercado dirige las acciones, pero solo “virtualmente”. Lo difícil es encontrar canales de participación política reales y no falaces.
El camino propuesto por Gramsci a principios del Siglo XX, conocido como “agresión molecular”, ya no es válido sólo para marxistas aggiornados; cualquiera que pretenda cambiar la sociedad en la que vive, deberá mirar no las grandes estructuras políticas, sino las pequeñas, los enormes resquicios de espacio vacío que claman por quien los ocupe.
Está claro que no pretendemos seguir destruyendo la familia, o desligar al hombre de su marco de referencia, sino que la destrucción revolucionaria hoy pasa por aniquilar lo que ponga en peligro la dignidad de la persona y la solidaridad social.
Ni las fuerzas económicas ni las técnicas, justamente por su carácter puramente instrumental, puede saciar las ansias espirituales, la búsqueda de sentido, el sentimiento de justicia, la necesidad de solidaridad social para la convivencia.
El problema, es que gran parte de la acción que se denomina política, es en realidad económica, es decir un negocio más, “un coto de caza”, es decir, a la manera del antiguo régimen, en que se vendían títulos honoríficos; para ejercer el poder sobre una determinada regíón o “marca”, hoy se venden cargos, se reparten prebendas, se licitan comisarías. Por ello la política está absolutamente desdibujada en el imaginario popular. Su uníón con el mercado ha sido la antesala de su aniquilación como factor real de cambio y de construcción social.
Sin embargo, la búsqueda del bien común social, la necesidad del estado como garante del mismo, siguen siendo imprescindibles.
Por ello el inmediato y normalmente efímero éxito de las “nuevas políticas”. Éxito rápido en cuanto toma una inquietud
permanente de la sociedad. Efímero, porque en la mayoría de los casos sigue escondiendo un obrar puramente económico, de búsqueda de ganancia personal, o en otros casos, esconde problemas gravísimos de índole psicológica o moral: solipsistas y soberbios ocupan este lugar.
El camino para la reconstrucción de la política, es entonces estrecho y difícil. Por eso mismo es más interesante. Las posibilidades son casi infinitas, sólo falta coherencia y quienes encarnen acciones propiamente dirigidas al bien común con la herramienta del poder social y político, que se opongan frontalmente con los poderes económicos o pseudopolíticos, para ubicarlos en su justo lugar.
En segundo término, debemos reconocer que las organizaciones institucionales, no apoyan las reivindicaciones sociales.
Más bien, por el contrario, llegado el momento, sirven al poder financiero de turno, siendo la mayoría de las instituciones represivas contra cualquiera que pretenda alzarse contra el macrosistema económico.
En la otra punta de la organización social, quien encare la participación y lucha política, deberá reconocer que todo atisbo de lucha de clases ha desaparecido. Cuando aparece, es tan sólo un anacronismo sin futuro real.
Los derechos no son “abstractos” de una clase, sino concretos, y comprometen a los más variopintos grupos económicosociales.
Verbigracia, la defensa de una “fuente de trabajo”, horizontaliza las relaciones sociales, un gerente y un plomero de
una empresa por cerrar, luchan codo a codo por un mismo fin y se necesitan mutuamente.
Las instituciones, a nuestro entender fundamentales para la vida social, deben entonces pasar de ser anómicas e inútiles (lo que resulta congruente con un poder principalmente económicofinanciero, que así las necesita), a ser eficaces, no en cuanto a que “cierren las cuentas”, sino con relación al fin para el que fueron concebidas, siendo fieles a su propia identidad.
Los mercados financieros no soportan organismos estatales o supraestatales fuertes, ya que inmediatamente podrían pretender lo que les corresponde, es decir, regular las inequidades que provoca necesariamente la competencia económica.
Asimismo, las instituciones (no solo las estatales) tienden a ser represivas de toda demanda social, que implique un costo económico directo o supuesto. Por ello, tenderán a hacer languidecer los verdaderos proyectos políticos, que para ser tales, necesariamente deberán ser primero culturales, es decir, a ocupar los espacios dejados de lado por el discurso del mercado y las finanzas.
Toda acción política implicará meterse en los pliegues de la sociedad, en las demandas de “los sin techo”, “los sin tierra”, minorías étnicas, religiosas, lingüísticas, grupos sociales marginados como los jubilados o los enfermos crónicos, los desocupados, o movimientos sociales aún sin rumbo definido (piqueteros, etc.).
Los reclamos se presentan muchas veces en envoltorio económico, pero envuelven más profundamente una necesidad de reconocimiento de la propia dignidad por encima de toda otra consideración.
Las instituciones dominadas por los “mercados financieros”, tenderán indefectiblemente a “domesticar” las reales demandas sociales, probablemente creando reparticiones que se ocupen de la juventud, la infancia, los sin-nacer, la familia, los marginados, pero buscando respuestas que no impliquen cambio alguno del sistema, sino sólo “apaciguamiento”. Tenderán a “canalizar” los problemas, nunca resolverán el fondo de las cuestiones.
Sin embargo, no podemos renunciar a ellas. El estado, las iglesias, las fuerzas organizadas, la prensa, la universidad, los partidos, no son territorio que pueda abandonarse sin más. Los espacios vacíos existen dentro de ellas y debe librarse el buen combate, hombre a hombre, único sujeto real de esta historia.
La anomia de las instituciones es tan grande, que cualquiera con convicciones firmes (ni que hablar de un grupo organizado) puede actuar libremente en los organismos mencionados. Este desdén debe ser aprovechado para la acción política, para generar el cambio. Tomar conciencia de que la supuesta globalización consiste fundamentalmente en una cuestión técnica y financiera es el primer paso.
A los verdaderos liberales, no les molestará terminar con esta herejía y recuperar para su honra su primigenio anhelo de libertad, de verdadera propiedad privada individual; la que hoy le es negada a la inmensa mayoría de la población, aplastada por los llamados mercados, que esconden en el fondo el mundo de las finanzas absolutamente desbocado, pretendiendo dominar la totalidad social.
Consecuencias
Nos inspiramos en Alain Touraine en su libro “Como salir del liberalismo” y en el del sacerdote católico Jean Yves Calvet, Jesuita que publica sus artículos en la Argentina en la Revista del CIAS, a quienes hemos seguido indistintamente a todo lo largo de este capítulo, por ser sus pensamientos complementarios.
En consecuencia:
• Cabe afirmar que no existe una fuerza inevitable e invencible de tipo económico.
• La globalización (como fenómeno novedoso) es la aplicación de las nuevas tecnologías informáticas al mercado de capitales.
• La existencia de un nuevo orden mundial neoliberal, como culminación necesaria del proceso de globalización, es sólo un deseo ideológico.
• El mundo se fractura y no tiende a unificarse, abríéndose un lugar inesperado para la creación de la cultura.
• La actividad política tiene sentido y eficacia, si toma en cuenta las carácterísticas actuales de la sociedad.
• El cambio social no proviene ni de la ocupación de las estructuras, ni del acceso “al poder”, ni de la revuelta de clases.
• La lucha política supone la existencia del reconocimiento de grupos marginados, para que se transformen en actores del cambio social.
Segunda Parte
Un nuevo pacto político para el desarrollo auténtico
Cuando creemos necesario un pacto, no estamos hablando de una nueva constitución en sentido formal; con la que tenemos, alcanza y sobra (ya que tiene incorporada una visión cristiana, aportes liberales en cuanto a la organización del estado, derechos personales, derechos sociales y multitud de instituciones nuevas que aún no han hecho su aporte). Creemos en algo parecido al “Diálogo Argentino” pero mucho más amplio en cuanto a los interlocutores. Difícil pactar nada que resulte, entre quienes carecen de legitimidad. Proponemos una especie de “Congreso Pedagógico”, con participación amplísima, y resultados enviados a las Legislaturas Nacionales o locales, sobre la
base de nuevas instituciones como la “iniciativa popular”.
Incluso, aunque no lleguen a ser ley, su fuerza como creencia y opinión pública, no podrá ser manejada por nadie y tendrá efectos a largo plazo.
Plasmaremos un listado de los temas que consideramos la agenda social y política para el nuevo pacto argentino, en vistas al desarrollo.
1. Dimensión económica:
• Producción y reparto de alimentos equitativo.
• Higiene y salud.
• Posibilidad de acceso a vivienda digna.
• Acceso inmediato a la propiedad privada de la vivienda. Reestructuración dominial.
• Disponibilidad de agua potable.
• Valoración del trabajo.
• Eliminación del desempleo y subempleo.
• Condiciones del trabajo generales, en especial el de las mujeres y los niños.
• Eliminación de las situaciones de miseria.
• Reconocimiento del derecho a la iniciativa económica personal.
• Mínimo de autonomía económica, que permita el ahorro a toda la población.
• Existencia de mecanismos económicos, sociales o financieros, que vuelvan más rígidas las diferencias entre pobres
y ricos.
• Incorporación al mercado internacional respecto de los bienes transables.
• Acceso al crédito.
• Abundancia de bienes y servicios, con la mayor igualdad posible.
• Inexistencia de situaciones de endeudamiento crónico.
• Inexistencia de mecanismos de transferencia de ganancias.
• Conciencia ecológica.
• Inexistencia de contaminación ambiental.
• Valoración de la naturaleza.
• Respeto por la limitación de los recursos naturales.
• Inexistencia de gastos innecesarios en armamentos o fuerzas represivas.
• Capacidad de emprendimiento empresarial.
• Creación y distribución de tecnologías.
2. Dimensión política y social:
• Alfabetismo.
• Posibilidad de acceso a los niveles superiores de educación.
• Asociacionismo e instituciones no gubernamentales importantes e independientes del gobierno. Libertad de asociación.
• Nivel de cooperación entre los habitantes.
• Acceso a la información.
• Medios de comunicación idóneos y de calidad.
• Asociaciones sindicales libres y representativas.
• Derechos laborales de cogestión y participación en la empresa.
• Conciencia de identidad y autonomía cultural.
• Inexistencia de neocolonialismos.
• Promoción de la familia.
• Promoción de la mujer.
• Participación política amplia.
• Solidaridad social.
• Distribución equitativa de los frutos del crecimiento económico.
• Sistemas de seguridad social eficaces.
• Sistemas de salud eficientes.
• Respeto por la identidad cultural.
3. Dimensión espiritual:
• Libertad religiosa.
• Conciencia religiosa.
• Espíritu de tolerancia.
• Posibilidad de expresar públicamente las convicciones últimas.
• Reconocimiento jurídico a las convicciones de conciencia.
• Inexistencia de discriminaciones por motivos religiosos.
• Subordinación del hombre a su fin trascendente.
4. Dimensión personal:
• Creencia en el hombre como ser digno.
• Valoración de la vida humana.
En el seno materno.
En el momento del nacimiento y primera infancia.
En las condiciones de vida social y económica.
En el momento de la muerte natural.
En la política demográfica.
En la duración de la vida.
Morbilidad.
• Inexistencia de situaciones de alienación.
La respuesta a la globalización como ideología
Reséñaremos brevemente las diferentes formas en que hasta ahora se ha respondido a la globalización como ideología. La solución correcta es fundamental, ya que no se trata de un fenómeno más, sino de una de las barreras más importantes para lograr un proyecto de desarrollo propio.
a) La primera forma de lucha, es “a la defensiva”. Se busca mantener privilegios del sector estatal. En última instancia se añora una época pasada, ya sea intentando volver al intervencionismo del estado, o a la reestatización de las empresas privatizadas.
Asume también la forma “institucional”, en cuanto valor irremplazable de las instituciones republicanas, del ideario laicista en educación, al cual el concepto tradicional de soberanía estatal le es inherente.
Entendemos que volver hacia atrás es imposible. El reloj de la historia no se detiene y el valor del mercado para los bienes transables es ya un hecho inocultable, ante el cual se han rendido incluso los cultores de la denominada “tercera vía” con Intentar reeditar la lucha de clases, en una sociedad fundamentalmente de servicios, es un anacronismo. Sería como promover la revuelta agraria, en una población en que el 6% de la población vive en el campo. El proletariado es un fenómeno que aún existe, pero que históricamente tiende a desaparecer.
En su forma institucional o conservadora, en definitiva tiende a mantener las diferencias sociales, y los grupos marginales, siendo funcional a los mercados financieros.
El intervencionismo estatal, ya sea de “izquierda” o de “derecha” puede ser útil para regular el mercado, pero no logra
cambiar la esencia misma del proceso, dejando vacíos los espacios más importantes de la sociedad, a los que las finanzas tampoco atiende. En definitiva, se trataría de un proceso que no se sostendría a sí mismo, por no tener apoyatura social suficiente y estar anclado en el pasado.
b) Una segunda forma de lucha, es la “ofensiva total”, que desconoce valor alguno a la existencia misma de los mercados, no diferenciando los bienes transables y los no transables.
Pretender derribar por la fuerza los mercados financieros es inútil e imposible.
Ellos cumplen su propio rol, el que es necesario y justo, si se encuentra con las limitaciones lógicas que tiene toda actividad.
Dejado a su propia valoración, evidentemente lleva a las consecuencias más nefastas.
Si hablamos de pensamiento único, para referirnos a la globalización como ideología, debemos también reconocer, que hasta ahora, la respuesta en general ha sido un “contra pensamiento único”, es decir, se acepta la agenda del neoliberalismo, pero invertida de signo. Se realizan reuniones mundiales, los mismos días que se reúnen los principales dirigentes de los países centrales, como supuesto “contragolpe”. El reaccionario (aunque sea progresista) ya ha perdido la batalla, ha aceptado los supuestos de su enemigo y se refugia en una lucha sin futuro.
Podemos incluso simpatizar con quienes se animan a intentar derrumbar los mercados, pero creemos que su esfuerzo tiene un valor únicamente testimonial, en cuanto a no aceptar lo que se quiere imponer, pero no propone alternativa alguna viable.
c) La forma más común actualmente, es la “contemporizadora”, que sueña con viejos ideales de izquierdas o derechas, pero que en la práctica acepta sin pestañear los postulados del neoliberalismo.
Por supuesto, que esta no es una forma de lucha, sino simplemente una actitud adaptativa, tan claramente marcada en los cultores de “las terceras vías”, marxistas culturales, tecnócratas respecto de cualquier valor, pero en definitiva burgueses –que como diría Del Noce, en su libro “Agonía de la Sociedad Opulenta”–, han tomado lo peor del liberalismo (es decir el utilitarismo, dejando de lado el anhelo de libertad), y lo peor del marxismo (la falta de todo sentido de trascendencia, o materialismo, olvidando la revolución mesiánica, y el sueño de una utopía de una sociedad sin clases).
Los adaptativos suelen ser tecnócratas, bien pensantes, pseudemocráticos, pero en el fondo no molestan al nuevo orden financiero internacional.
Por eso no merecen ni un párrafo más.
d) Finalmente, la posición que entendemos la mejor respuesta a la situación actual, que ha sido evidentemente ya esbozada en puntos anteriores, se fundamenta principalmente en advertir que la globalización es ante todo una ideología.
Que dicha ideología tiende a convencernos que “las cosas no pueden ocurrir de otro modo”, imponiendo una sola forma de pensar. En este aspecto es central la capacidad de acción política, la acción social real, romper el mensaje único que se instala y su agenda, rechazar la tecnocracia como valor.
La globalización es entonces un fenómeno real, pero fundamentalmente financiero, que debe ser puesto de nuevo en su cause por la acción política, ya sea estatal, supraestatal, o infraestatal.
Asimismo, luchar contra las fracturas sociales, es luchar contra la globalización como ideología. Es mentira que cada día seamos más iguales en el mundo. Todo lo contrario. Existen cientos de ghetos absolutamente incomunicados. La sociedad no se parte en dos: los incluidos y los excluidos (ello sería pensar desde la lógica del mercado financiero), se parten como un calidoscopio en mil pedazos, pero al igual que él, puede unirse nuevamente en mil formas diferentes y maravillosas.
El espacio es enorme y el enemigo bastante tonto, en materias que no sean las suyas, que son las que generalmente están más a mano de la acción política (es decir orientada hacia al bien común) de la mayoría de las personas.
Cada espacio social es el lugar en que debe ser vencido el capitalismo financiero, fundamentalmente reconociendo el valor real de las personas, es decir su dignidad, la fraternidad que surge entre quienes somos iguales y libres, y la belleza y sentido de los bienes materiales.
Los valores de la dignidad, la solidaridad, la belleza y la austeridad, no interesan a los grandes inversores, que por ello
tienen desde ya perdida la partida.
A nivel “macro”, no podemos dejar de mencionar la importancia de la creación de bloques económicos supraestatales, de ser posible con moneda única, ya que ellos necesariamente limitan a los mercados financieros, así como la nueva importancia de los municipios, como gestores del bien común abandonado por el estado nacional, y la importancia de un mundo multipolar, con poderíos regionales que se contrapesen. Asimismo, es fundamental darse cuanta, que la clásica división entre el “norte” y el “sur”, ya no es un paradigma vigente.
La opulencia convive con la necesidad tanto en las sociedades desarrolladas como en las subdesarrolladas.
Siguen existiendo estados centrales y periféricos, pero sólo en el sentido de que la ideología globalizadora ha triunfado en unos más que en otros.
Hay personeros de la ideología globalizadora nacidos en todos los países del tercer mundo, incluso resulta fundamental para ella, captar gestores en todas partes.
La actitud de la diputada Castro, de colocar una bandera norteamericana en el Congreso Nacional, como repudio contra actitudes globalizadoras, sirve como gesto político, pero complica entender que la situación cambió. El mundo de las finanzas desbocadas, no obedece a nacíón, patria o Imperio alguno.
La “extraña dictadura” de la que habla Viviane Forester ya está cayendo, por la evidente falta de respuestas al hombre de hoy, lo que hará que finalmente implosione Pese a ello, creemos posible el diseño de una política en este sentido, la que en sus aspectos básicos proponemos a continuación (en base a ideas de Fernando Petrella).
• Desarrollar la ciencia y la tecnología al servicio del bienestar social general, en especial los más pobres.
• Aplicación de la Tasa Tobín (0,5 de las transacciones financieras) en forma inmediata.
• No reconocer sociedad alguna con sede en los llamados “paraísos fiscales”.
• Política fiscal progresiva.
• Rediseño de las Bolsas de Comercio, para volverlas más transparentes.
• Rediseño de la política bancaria, en particular poniéndola al servicio de la producción. Transformación de los
pequeños prestamistas y mesas de dinero, en bancos, sujetos a regulación.
Como alternativas a mediano plazo:
• Banco Central Latinoamericano.
• Moneda Común Latinoamericana.
• Medidas contrarias al ingreso de capitales golondrina.
La solidaridad y la educación como pilares del desarrollo argentino
Será tarea en la búsqueda del auténtico desarrollo argentino, lograr desentrañar los valores encarnados en los que pueda apoyarse el mismo.
En este sentido, parecería que los dos valores básicos, con vigencia social en nuestro país, en los habría que apoyarse como palanca para el desarrollo son la solidaridad social y la escuela.
Ambos valores se encuentran plenamente encarnados en nuestra sociedad, tanto, que sobre la base de la solidaridad, se han logrado paliar situaciones de extrema miseria. El problema es que la élite formada en los valores puritanos, considera únicamente a la iniciativa personal y el afán de lucro, como el motor de un posible crecimiento económico.
Está más que demostrado que a los argentinos (que evidentemente no somos puritanos, ni anglosajones y apenas unos pocos son rubios), la búsqueda de la ganancia personal como valor central, nos lleva a la ley de la selva. Por más códigos de ética que se intenten imponer en forma voluntarista, esta realidad termina siempre por imponerse.
En cambio la solidaridad nos resulta connatural. ¿Cómo hacer para que impulse el desarrollo?
Una de las formas en que la solidaridad puede impulsar el desarrollo, es mediante la plena vigencia del principio de
subsidiaridad, tal como fuera expuesto.
Ello, no porque el estado no pueda responder a multitud de cuestiones como antes lo hacía, sino porque es más conveniente que no se inmiscuya.
No estamos hablando de cuestiones solamente filantrópicas, o de emergencia, sino de una práctica social cotidiana, que logre superar el asistencialismo, para poner en marcha proyectos en común, sin participación alguna del estado si fuere posible.
Lo mismo resulta aplicable –por supuesto– al campo económico, donde la iniciativa privada debe reinar, sin asustarnos por el desastre en que culminó la experiencia globalizadora de los años 90.
Ello con la limitación de la aplicación irrestricta del principio antes mencionado, es decir, las empresas privadas deberán ser pequeñas (a ellas también les resulta aplicable la subsidiaridad), de acuerdo a la índole de la actividad que realizan, y no monstruos sin rostro idénticos al otrora poderoso estado, absolutamente desmonopolizadas, absolutamente descentralizadas para las más poderosas, y con mecanismos de cogestión y participación en las ganancias.
Al estado le corresponde básicamente el control, no mediante múltiples órganos, cooptados por “el enemigo”, sino mediante una justicia rápida y eficaz, y una administración que funcione al estilo “defensa del consumidor”.
Suele ocurrir que cuanto más órganos de control, mayor ineficiencia, mayor corrupción y menos garantía para los usuarios.
Asimismo, la solidaridad social, debería permitir el cobro de impuestos para fines específicos, con control vecinal directo, continuando el sistema actual sólo para los grandes contribuyentes.
Si no se “ve” el destino del aporte, difícilmente se abonen sumas impositivas basadas en el valor de la solidaridad, y el
único incentivo del miedo a la sanción, tiende rápidamente a desaparecer.
El valor de la solidaridad, también se ve encarnado en los municipios y provincias, a los cuales no sólo hay que transferir funciones, sino básicamente recursos (provenientes de sí mismas, y del sistema general solidario actualmente vigente, para las empresas más importantes), y por sobre todo, la capacidad de generar proyectos propios.
El segundo valor social indudable, es la escuela. La escuela (tanto de gestión pública como privada) como referencia social, ha permanecido inalterable pese a la falta de representatividad de los dirigentes comunales políticos. Ella ha
dado de comer (literalmente) a cientos de miles de niños, con recursos propios y sociales. Ella se encontró legitimada para pedir aportes dinerarios y movilizar la comunidad.
Cabe recordar que lo mismo viene ocurriendo hace por lo menos veinte años, cuando se juntaba papel de diario, o papel de cigarrillos, o para recaudar fondos para inundaciones calamitosas, o para cuestiones más banales como ayudar en el viaje de egresados de los quintos años, o los censos nacionales.
Asimismo, resurge la necesidad de la escuela como generadora de cultura.
Dice Gustavo López Espinoza: “No se trata tanto de la crisis de la escuela en la cultura, sino más bien, de la crisis de
la cultura en la escuela. ¡Debe ser la escuela! Hoy como nunca necesitamos de más y mejores escuelas, no sólo por un problema de eficiencia en la formación de competencias en una sociedad cada día más compleja, competitiva y excluyente, sino también porque hoy más que nunca vivimos en una sociedad de masas. Por lo tanto, resulta vital como el aire, contar con espacios protegidos en los que, en libertad, la sociedad pueda pensarse a sí misma y rehacerse perfectivamente a partir de las más profundas aspiraciones de la naturaleza humana… En medio de los megaespacios de la producción, el consumo y el divertimento compulsivos, se requiere la creación y el sostenimiento
de microespacios a escala humana en los que se cuide lo más valioso que tenemos: la gente en su etapa de formación.
La escuela adquiere así una nueva función social: cuidar la cultura en sí misma, mediante la reflexión crítica en libertad y la laboriosidad serena liberada de la tiranía que impone el valor excluyente de lo que se considera funcional respecto del mercado de la producción y el consumo. Están en juego la democracia y la misma dignidad humana”.
Los especialistas subrayan que esta doble situación (en cuanto educadora y gestora de soluciones sociales), crea demandas prácticamente incumplibles por los docentes, que se ven obligados a cumplir funciones no estrictamente educativas.
Sin embargo, entendemos que separando roles, es fundamental convertir esta fuerza solidaria de ayuda social, en fuerza solidaria propiamente educativa. Es decir, con sólo tomar conciencia que a quienes se alimenta, necesitan también el pan de la cultura, inmediatamente surgirán iniciativas propiamente educativas.
En este aspecto, el estado no puede desentenderse en modo alguno, fundamentalmente brindando su ayuda como “coordinador” de transmisión de iniciativas entre escuelas.
Asimismo, es claro que el salario docente no puede ser diez veces inferior, en promedio, de un simple preparador de recursos humanos de una empresa, que muchas veces no pasa de enseñar como sonreír y hacer sentir bien a un automovilista mientras se carga la poca nafta que puede abonar el consumidor.
Lo que se quiere se valora, y en consecuencia se paga.
Mejorar la remuneración del docente es condición sin la cual es imposible pensar en una educación como palanca del desarrollo.
Sin embargo y al igual que la inversión en agua potable, es la más barata y al mismo tiempo multiplicadora; la inversión en salario docente, es esencial para pensar en un auténtico desarrollo.
El principal responsable del salario docente es el Estado Nacional, quien debe abonar el mismo con los impuestos que
abonan las grandes corporaciones.
No podemos soslayar la cuestión de la educación llamada de gestión privada. En ella se generan la mayoría de las iniciativas y las innovaciones pedagógicas, por lo que es un sin sentido negarles el apoyo estatal, ello amén de reconocer que por su intermedio llega ayuda solidaria a miles de pequeños, no sólo cercanos, sino de pueblos remotos.
Habrá que insistir con la integración con las escuelas de gestión pública en las diferentes zonas, el intercambio de experiencias, la búsqueda de novedosas formas de becas (ya existe gran cantidad de escuelas que cambia trabajo por cuota, cuando los padres están desempleados).
La exigencia solidaria, debe ser para los docentes esencialmente educativa, generando emprendimientos de todo tipo, abiertos a la totalidad de la comunidad, más allá de sus ingresos o pertenencia al colegio.
Al mismo tiempo, su personal administrativo, deberá continuar generando respuestas solidarias no educativas, intentando descargar a los docentes de tareas que les impidan su tarea propiamente dicha, pero sin dejar el lugar social que ocupan.
Ello nos lleva en forma directa a considerar la exigencia ineludible de una mayor preparación específicamente pedagógica, la que será posible si el salario es medianamente elevado.
Finalmente, no puede dejarse de considerar que numerosos pequeños reciben una formación muy especializada, propia de países del primer mundo, abonando fortunas. El problema no es éste, sino que los valores que se inculcan son fundamentalmente los de la competencia a cualquier precio, es decir, lo contrario de lo que necesita nuestra patria para desarrollarse. Para peor, suelen vivir en predios cerrados, sin conexión alguna con la realidad, y con valoraciones de tipo puritanas, ajenas al sentir nacional.
Necesariamente, dichas instituciones educativas deberán abrirse a la realidad de su zona, contribuir en emprendimientos solidarios y cumplir con requisitos cualitativos de integración nacional (no ideológica), independientemente de que reciban aporte estatal o no, como exigencia de validez del título. No se trata de una cuestión impositiva, o de generar más recursos económicos, sino de que efectivamente se integren a la realidad nacional.
Conviene recordar, que así como pueden convertirse en los lacayos del futuro, también es perfectamente predecible, que si logran integrarse con su patria, devuelvan lo que recibieron a la misma, siendo los que más oportunidades tienen. San Martín, Gandhi y los principales líderes africanos, estudiaron en el exterior, y no por ello no amaron a su tierra.
La palanca demográfica
Durante el siglo pasado y fines del anterior, el rápido crecimiento poblacional fue factor determinante del crecimiento cuantitativo y cualitativo de la República Argentina.
Conviene recalcar que, estudiando el tema, la macrocefalia de Buenos Aires, con relación al resto del país, se revela como el problema más conocido; sin embargo, las macrocefalias de las capitales de provincia son igualmente importantes.
Curiosamente y al contrario de los estados centrales, a medida que ha ido decreciendo la población no propiamente urbana, se ha ido deteniendo el crecimiento económico.
La industrialización forzada y no planificada seriamente, con el requerimiento de mano de obra no especializada en grandes cantidades, ha producido distorsiones en la localización poblacional, disminuyendo asimismo la calidad de vida en los conglomerados urbanos.
La marginalidad, la ocupación laboral propia de países del cuarto mundo (cartoneros), el aumento de la inseguridad e incluso el aumento de la criminalidad, no son más que emergentes de la falta de arraigo que conlleva el proceso anterior.
Paradójicamente, también se estancaron las zonas rurales, dedicándose casi exclusivamente a cultivos extensivos, sin valor agregado, produciendo en definitiva la paralización y miseria de las economías provinciales.
El bajo índice de natalidad argentino (que disminuirá aún más por el ajuste del Banco Mundial por medio de su campaña antinatalista) se relaciona con el mismo problema. La fecundidad es casi el doble en el norte argentino, que en la Ciudad de Buenos Aires, la fecundidad de las zonas rurales es un tercio más alta que la urbana.
Esta población es la que se traslada y alimenta el crecimiento del Gran Buenos Aires, el Gran Rosario, el Gran Córdoba y el Gran Tucumán.
Desde el punto de vista cultural, el desarraigo consiguiente se manifiesta en la absoluta falta de contención natural en situaciones de emergencia, en conductas sociales marginales y en un verdadero caos de toda índole, que sufren crónicamente los cinturones suburbanos.
Huelga decir que la migración hacia nuestro país, que fue europea (aunque pobre y marginal) en su época de apogeo, y con una visión esperanzada del futuro que llevó a emprender todo tipo de empresas, ha sido reemplazada por inmigración marginal de países vecinos, en busca de los trabajos menos calificados, y por emigración calificada de argentinos. Duele expresarlo de este modo, pero la calidad poblacional Argentina va en continuo descenso.
Sin embargo, hay factores que denotan la posibilidad de un gran cambio en esta problemática, si ello es promovido desde la misma sociedad, cansada de vivir tan mal, y desde el poder político, en búsqueda del bien común, y no de clientela electoral.
En primer lugar, la gran cantidad de población “flotante” en la periferia de las grandes ciudades, es decir, familias no establecidas definitivamente.
En segundo término, la insatisfacción creciente en los grandes centros urbanos. La sensación de alienación por el subempleo o el sobre empleo es evidente. El vacío humano en la megápolis es absoluto.
En tercer lugar, los jóvenes de clase media de las ciudades importantes, no necesariamente pueden o quieren dejar el país, y puede repetirse la experiencia de una corriente migratoria cualificada hacia la Patagonia.
Ello debe ser complementado con la incentivación de zonas productivas en distintos lugares del país, a través de colonias agroindustriales, que permitan fundamentalmente volver a su terruño a miles de compatriotas exiliados en su propio suelo, León Gieco en su canción “Carito” supo expresar este sentir de extrañamiento.
Asimismo, el descenso poblacional sostenido de la Ciudad de Buenos Aires, en los dos últimos censos, y el aumento comparativo del Sur, nos permiten vislumbrar un “comportamiento diferenciado” importante y absolutamente espontáneo, el que puede ser complementado con incentivos.
Entendemos que un gran movimiento migratorio interno promovido por el estado nacional, en conjunción con los estados provinciales y locales, es esencial para el desarrollo argentino.
Ofrecemos como estudio de un caso particular nuestro trabajo, presentado como tesis sobre el tema en análisis.
Creemos posible revitalizar así el movimiento económico genuino, dinamizar las economías provinciales, ayudar a crear condiciones para regenerar el arraigo, disminuir el problema de las macrocefalias, incentivar los emprendimientos familiares e incluso disminuir los índices de marginalidad y delincuencia.
No podemos dejar de señalar la falta total de política poblacional que merezca llamarse tal en los últimos treinta años,
y la campaña internacional de detención de la natalidad que nos afecta gravemente. Teniendo en cuenta que son cuestiones de largo plazo y gran continuidad, esta ausencia es inconcebible, y entendemos que es uno de los ejes del auténtico desarrollo argentino, por la mejora substancial de la calidad de vida que importa, si es hecha a conciencia.
Ahora bien, la forma concreta como podría dinamizarse la migración interna, necesariamente precisa de un plan global, que tenga como objetivo el desarrollo, no sólo de zonas postergadas (a las que probablemente nadie quiera volver), sino a lo que Federico Daus llama cordones productivos agro–industriales.
Su propuesta es sencilla, pero jamás ha sido puesta en práctica en forma coherente: aprovechar la existencia de zonas en el país muy aptas para un cultivo, para agregarle numerosa mano de obra intensiva y valor agregado mediante su industrialización.
Es decir, pasar del cultivo extensivo, al cultivo intensivo.
Esto no en zonas remotas, sino en la misma Pampa Húmeda y en los oasis verdes de todo el país. El traslado poblacional tendría como fin directo el desarrollo y para las personas que libremente decidan formar estas colonias, evidentemente sería una posibilidad de salir de la subocupación, el hacinamiento y las serias deficiencias en que viven en los suburbios. Al mismo tiempo es una posibilidad de retornar a su tierra, no como perdedores, sino como emprendedores. Los profesionales jóvenes de todo nuestro país, podrán también emigrar internamente. La
construcción de casas, rutas, electricidad, escuelas, no será mero asistencialismo, sino que tendrá objetivos de crecimiento económico muy concretos. Nos remitimos a su propuesta.
La cultura federal y la participación federal
Desde un punto de vista jurídico, no cabe la menor duda de la existencia previa de las provincias a la nacíón. En efecto, durante largos años, Argentina fue una confederación de estados; ello no impidió la defensa de su soberanía, ni el sentimiento de pertenencia a una única patria. Finalmente, con la incorporación de Buenos Aires, a partir del año 1860, somos un estado federal.
Desde el punto de vista jurídico, la cuestión es sumamente clara; significa descentralización política y no sólo administrativa, constituciones provinciales, elección de las propias autoridades, justicia propia, etc.
Sin embargo, y pese a que se hace referencia a la autonomía provincial, no se estudian en profundidad sus alcances desde el punto de vista cultural, del que normalmente se hace apenas un esbozo, como si fuera una cuestión de hace más de ciento cincuenta años, caudillos y barbarie, que se mantiene por mera tradición sin contenido.
En efecto, no es que tengamos un territorio grande, organizado de una determinada manera, o que coexistan diversos órdenes jurídicos, o que hayamos copiado el modelo norteamericano.
Es muchísimo más: básicamente el sentido de pertenencia a un grupo social menor, que a su vez participa de un compromiso mayor. Existen diferentes idiosincrasias, que van más allá de la tonada, o la forma de hacer las empanadas. Lo central es simplemente el valor encarnado de ser de un determinado lugar, pertenecer a una comunidad con historia propia, lo que confiere determinados rasgos (míticos o reales, no importa), y da derecho a elegir las propias autoridades, forma de protegerse del interior frente al puerto.
Sin embargo, es más que sabido que el federalismo se ha ido vaciado de contenido substancial. Tanto es así que vemos que “think tank” iluminados, propugnan simplemente la desaparición de las provincias “inviables”, uníéndose en regiones mayores, con el anunciado fin de bajar los gastos burocráticos, tener menos costo de representantes legislativos locales, hacer desaparecer caudillismos y clientelismos espurios y en definitiva ser más eficaces.
Nuevamente el pensamiento enajenado no ve la realidad, sino sólo una parte de ella, a la que le aplica el molde de la
supuesta eficiencia.
Creemos que sin un federalismo renovado, es imposible un desarrollo argentino auténtico. ¿Qué significa renovado?
En primer lugar, no tiene sentido la existencia de representantes, llamados pomposamente diputados o senadores, si la mayoría de los ingresos son “coparticipados”.
El órgano parlamentario tiene su origen en fijar las contribuciones y estipular los gastos a efectuar. Por lo tanto, la primera renovación es el cambio total y absoluto del sistema “rentístico”, adaptándolo inmediatamente a lo que manda la Constitución Nacional.
La nacíón no puede graciosamente transferir atribuciones en materia de salud o educación, y “pisar” –cuando se le da la gana– los recursos para abonar los servicios esenciales.
La reforma no debe ser “marcha atrás”, sino un ejercicio de prudente imaginación (que conlleva un salto), para adaptar la situación actual a la cultura que nos configura como nacíón.
Los problemas serán más que múltiples, y no nos corresponde adentrarnos en ellos, pero a modo de ejemplo, es evidente que el tema del Impuesto al Valor Agregado, Ganancias, Impuestos Territoriales e Ingresos Brutos, Obras Sociales, Sistema Jubilatorio, tendrán que ser repensados, lo que no significa “reestatizarlos” sino federalizarlos, aún cuando se mantenga su administración privada.
Asimismo, y como condición previa, resulta esencial un nuevo pacto federal, para asegurar un sistema (fundamentalmente económico) de mínima y máxima común en todo el territorio.
No podemos pensar en un desarrollo genuino, sin la participación directa de los gobernados, que no sólo deben elegir sus gobernantes y representantes, sino participar activamente en el instrumento fundamental en el que se concretan las valoraciones: el presupuesto provincial.
No parece razonable tenerle tanto miedo al clientelismo provincial cuando desde la nacíón se han ganado elecciones por el “voto cuota”. Las grandes corporaciones tienen sus lacayos en los órganos de control nacionales, y el poder judicial federal se encuentra absolutamente desprestigiado por los nombramientos de inoperantes amigos.
Transferir recursos y atribuciones pondrá rápidamente coto a las situaciones más anómalas, debiendo el estado nacional tener la responsabilidad necesaria para no girar fondos indebidos a cambio de favores políticos en el Congreso Nacional, desapareciendo todo “gasto reservado”, cualquiera sea éste. Entendemos que dicho uso debe estar expresamente penado y no ser excarcelable.
La nacíón deberá hacer pleno uso de sus facultades, y utilizar el remedio federal (intervención) en los supuestos correspondientes.
Asimismo, la facultad de auditar las cuentas y publicarlas, corresponde a la nacíón, como garantía de transparencia del
sistema.
Achicar el gasto político sin sentido (amiguismo), así como el control del mismo, debe ser parte del nuevo pacto federal.
Asegurar el régimen republicano de gobierno, como establece la Constitución Nacional, debe incluir la periodicidad en los mandatos y la independencia del Poder Judicial, lo que también debe estar expresamente pactado, con las sanciones pertinentes.
El fin del renovado federalismo es el desarrollo, crecimiento económico incluido y hacia allí deben realizarse los esfuerzos.
La existencia de una cultura propia y la elección de los propios gobernantes, así como el traspaso de atribuciones, deberá ser legitimado por un mejoramiento de las condiciones reales de vida, sino simplemente, el intento concluirá, y la desaparición “real” de varias provincias está asegurada.
La renovación del municipio
Pensamos en una descentralización lo más amplia posible, en donde el municipio cumpla nuevos roles económicos y sociales en su gestión, lo que de hecho ha venido haciendo ante la hecatombe producida.
Nuevamente un presupuesto participativo, es requisito esencial.
Sin responsabilidad no puede haber crecimiento real.
La fragmentación social encuentra en el municipio el lugar de respuesta a sus problemas. Evidentemente el estado-nacíón no puede llegar a atenderlos.
Al respecto dice Daniel García Delgado: “El cambio de modelo de gestión se enfrenta a diversos problemas y dificultades… En primer lugar, porque los recursos humanos en los municipios plantean la paradoja de tener exceso de personal y, a la vez, falta de personal especializado. De tener tradiciones clientelares de reclutamiento y una carrera administrativa asociada a enfoques burocráticos… La reformulación del sector público y la búsqueda de eficacia conviven con reformas administrativas interpretadas como “minimización” del nivel municipal del Estado, cuyo objetivo
se lograría a través de la reducción del aparato institucional y del Estado. El riesgo es el predominio de una visión de trasplante del modelo managerial del sector privado al público, y de pensar el municipio como empresa… Considerando la eficacia en términos de “ajuste” y reducción del gasto… Y esta situación de hacerse cargo de las nuevas competencias y exigencias de la descentralización, puede realizarse… Recuperando la idea de creatividad
de lo político y del lugar ineludible que tiene el Estado en esa construcción”.
Cabe repensar el sistema de “intendencias” vigente dentro de las provincias, con atribuciones legales solo administrativas. Incluso dentro de las intendencias, el sistema de los “delegados municipales”, elegidos a dedo desde el municipio central, nos parece un dislate.
Pensamos en una participación en donde la remuneración sea solamente atribución del poder administrativo. Al poder legislativo lo imaginamos (a nivel comunal) en la forma de cabildo, mediante elección directa y sin la participación y mediación obligatoria de los partidos políticos. A los jueces de paz, los soñamos también elegidos en forma directa, al igual que al jefe de la policía local.
La mundialización de la economía ha dado un lugar de privilegio a las ciudades, por su capacidad de especialización y
gestión para objetivos muy precisos, que les permiten competir incluso a nivel global.
El rol fundamental, es el “planeamiento estratégico” de un proyecto común y compartido. Para ello es necesario el desarrollo de la sociedad civil y una cierta visión de conjunto para la acción en “redes de ciudades”. En este punto es que las asociaciones civiles y los gobiernos provinciales vuelven a jugar un rol indispensable.
Por último, cabe preguntarse si el traslado de familias jóvenes a zonas periféricas de las grandes ciudades, podrá ser un impulso para el desarrollo, o si actuarán sólo como ghetos sin futuro.
En este sentido, la actuación del estado para “abrir” los countries (no permitiendo –por ejemplo– los mayores a determinadas dimensiones, ni la instalación de escuelas dentro de ellos, o la determinación tomada por el obispado de San Isidro, de obligar a que las misas celebradas allí, sean necesariamente abiertas a la comunidad), así como para acercar servicios a los nuevos potenciales usuarios (fundamentalmente educativos terciarios) y la descentralización laboral de grandes empresas, así como el trabajo vía módem, puede contribuir con el tiempo a afianzar una relocalización poblacional importante dentro de las áreas urbanas, equilibrando las mismas. Evidentemente su sola
presencia dinamiza el comercio local. Los municipios deben proveer el agua potable, el destino de los desechos domiciliarios y las cloacas.
Asimismo, la carencia de centros culturales (en un sentido amplio) en las zonas suburbanas es acuciante, no pudiendo ser abastecidas solamente por los shopping, por lo que es obligación de las entidades intermedias en primer lugar, y en segundo del estado municipal, el crear las condiciones para el surgimiento de las mismas. Quizá las escuelas puedan ser los nuevos centros de participación e irradiación cultural, en horarios nocturnos, “dando asilo” a todo tipo de iniciativas comunitarias.
La formación permanente
Ya planteamos oportunamente la escuela como valor, ahora corresponde insistir en la importancia del “sistema educativo” como un todo, en el que la escuela cumple una función fundamental.
Desde la Grecia clásica al Japón moderno, la base última del desarrollo de un pueblo se mide no por el corto plazo, sino por el mediano término, el que depende en forma directa de la educación impartida.
Brevemente deseamos insistir en la jerarquización docente, fundamentalmente a través del aumento significativo de su retribución, una mayor capacitación, evaluación y calificación del desempeño.
Respecto del conjunto del problema educacional en su conjunto, nos remitimos al autor mencionado anteriormente (Gustavo López Espinoza), quien ha recogido la opinión de veinticuatro especialistas en el libro citado.
Con relación al desarrollo, dice Bernardo Klisksberg: “Numerosas investigaciones de los últimos años en economía, demuestran que las sociedades con mejor equidad tienen mayores oportunidades de crecimiento económico que las que tienen alta desigualdad. Como subraya, entre otros prominentes economistas, Joseph Stiglitz, las ideas que predominaban en este campo hasta hace poco, que decían que la desigualdad promovía el crecimiento, están en total crisis… En América Latina, el descenso de la calidad de la educación para amplios sectores, contribuyó a aumentar la desigualdad y ello atentó contra el desarrollo. Si bien en el proceso global intervienen desde ya otros factores económicos, la educación aparece en cualquier análisis como un campo estratégico”. Surge evidente, que la educación es ya una cuestión de Estado y que los países que han apostado a ella como motor del desarrollo, no se han visto defraudadas en el mediano plazo. En tal sentido podemos mencionar al Japón, Israel (que llegó a
invertir tres horas diarias de trabajo pedagógico y entrenamiento docente, obligatorias y pagas), Noruega y Uruguay.
No alcanza con declaraciones públicas o derechos a la educación universal; son necesarios los recursos para la calidad de la enseñanza. Algunos países como Costa Rica, han hecho realidad la inversión de un porcentaje del presupuesto en el sistema educativo, lo que en la Argentina siempre queda a nivel declarativo.
Con relación a la educación para los pobres entre los pobres, hacemos nuestros los conceptos de José Luis de Imaz, en su libro “una estrategia de promoción humana”, en particular respecto del uso de la radiofonía. Es particularmente sintomático, que este proyecto concreto tenga más de veinte años y nunca haya sido puesto en práctica. Recordamos la oportunidad en que algún amigo ocupó un puesto importantísimo en el área promoción humana, y con toda sinceridad nos indicó que era imposible ocuparse de “las cosas” (creo que ni llegó a leer el libro mencionado que le mandamos), porque primero tenía que “sobrevivir” políticamente. Por supuesto que sucumbíó, al menos
en dicho ámbito.
Sólo deseamos insistir en la necesaria vinculación entre la educación y los requerimientos sociales. Ello no quiere decir
formar recursos humanos para empresas, sino dar respuestas a problemas como la violencia, la destrucción familiar, el uso crítico de herramientas tecnológicas (computadoras e Internet), la comprensión de las noticias, el aprendizaje urgente de la propia identidad regional y de la historia Argentina, la prevención como la forma más eficaz de salud, la colaboración pedagógica y psicológica con los padres.
Es decir, pensamos en abrir la escuela a múltiples innovaciones, siempre que sean serias y sostenidas en el tiempo, que la potencialicen en su ya rica experiencia.
Brevemente, cabe considerar el sistema universitario, el que se sostiene sólo por el enorme esfuerzo solidario de los docentes, que ven remunerado su trabajo con migajas. Es absolutamente ridículo que la mayoría del presupuesto sea para instalaciones o actividades que no redundan en beneficio de la mayoría de los alumnos, habiéndose conformado pequeñas camarillas que toman los pocos beneficios, aunque más no sea becas de formación en el exterior.
Lo mismo sucede en las universidades privadas, lo que directamente es un escándalo, atento las elevadas cuotas que abonan los estudiantes, privilegiando el capital (las instalaciones) por sobre las personas.
En ningún caso el dinero va para los que enseñan. Creemos que cambiando esta situación, se multiplicará el esfuerzo solidario de los docentes universitarios, pudiendo en consecuencia generar experiencias educativas de mayor profundidad, y la posibilidad de una educación superior que merezca el nombre de Universidad.
Cabe recalcar que ante la crisis de fines del gobierno del Dr. De la Rúa, la Universidad prácticamente no generó respuesta alguna, salvo su propia defensa y el mantenimiento del principio de gratuidad en la enseñanza.
Hace poco un obispo decía: “…Resulta patético constatar cómo de no pocas Escuelas de Economía de nuestras Universidades Católicas, continúan egresado generaciones de Chicago boys o de Harvard boys, según la moda que impone la dogmática económica vigente”.
No es cuestión de gratuidad o no de la enseñanza superior, sino de contar con una universidad verdaderamente pluralista.
Hoy, por el contrario, es absolutamente cerrada al disenso, incluso por los que se autodenominan “abiertos”.
Sin investigación y recursos para innovación tecnológica, ningún país puede tener un desarrollo medianamente autónomo y dependerá del mercado de forma absoluta. La propuesta de vincular investigación con enseñanza, si bien debe ser concretada en sus formas específicas, nos parece en lo medular acertada.
Dice Amartya Sen: “…a riesgo de simplificar demasiado, podemos decir que la literatura sobre el capital humano tiende a centrar la atención en la agencia de los seres humanos para aumentar la capacidad de producción. La perspectiva de la capacidad humana centra la atención, por el contrario, en la capacidad –la libertad fundamental– de los individuos para vivir la vida que tienen razones para aumentar las opciones reales entre las que pueden elegir… Para intentar comprender mejor el papel de las capacidades humanas, hemos de tener en cuenta: 1) su importancia directa para el bienestar y la libertad de los individuos; 2) el papel indirecto que desempeñan para influir en el cambio social; 3) el papel indirecto que desempeñan al influir en la producción económica…”.
La política y el cambio cultural para el desarrollo
Es necesario reconocer que el cambio en la cultura, no sólo ocurre de modo impensado o espontáneo, también puede ser el fruto de la actividad conciente de algunos hombres que se proponen tal fin.
En nuestro caso, habrá que buscar los valores más aptos para el desarrollo –de los que intentamos hacer una breve referencia– y potenciarlos, de ser posible, no desde la cúspide poder, sino desde la participación social.
Aquel que quiera desde la política trabajar con la cultura, lo primero que tendrá que aprender es a reconocer la realidad, a aceptar los propios condicionantes, para desde allí iniciar el cambio que se proponga; primero tendrá que encarnar valores (pensamos en Gandhi) y luego proponer caminos a sus conciudadanos.
Si el fin de la política es el bien común de un pueblo, la cultura de éste condiciona la legitimidad de los gobernantes que le toquen. Ello va más allá de todo proyecto político, que se entiende por quien ocupa el poder y las vías de acceso al mismo; el “para qué” y el “cómo” en el mejor de los casos viene después, o nunca.
Quien pretenda mejorar la vida de su pueblo “solamente ocupando el poder”, es sencillamente un usurpador, que además no podrá cambiar nada, al menos para mejor.
Extrañamente, desde izquierda y derecha, se ha pretendido obtener la estructura formal del poder para cambiar la historia.
El buen político reconocerá los límites del accionar del estado y por sobre todo, acrecentará su respeto por la libertad
y la responsabilidad de quienes generan cultura. Reconocerá por lo tanto la sutil diferencia entre lo propiamente político y lo social, sabiendo detenerse si es que le ha tocado en suerte ejercer el gobierno, ante la radicalidad de la dignidad de la persona humana.
El hombre de la cultura, hace y crea política desde lo social, busca el bien común sin preocuparse demasiado de las estructuras de poder. Incluso podrá cambiar algo del ethos de su pueblo, si también reconoce sus propias limitaciones y no termina pretendiendo realizar “ingeniería social”, desde sus convicciones, cualesquiera sean éstas.
Sin embargo, menospreciar el valor del poder político usado para promover el desarrollo, también es un gravísimo error.
Las decisiones de quienes ejercen el gobierno, si son posteriores a un estudio serio y desprejuiciado de la realidad, pueden llevar al crecimiento de todo un pueblo.
Las actitudes básicas, son: 1) “la apertura a lo real”, despojándose de a-prioris ideológicos (en particular del pensamiento único y de su respuesta reaccionaria); 2) el bien común como fin, relacionado con el desarrollo como su medio necesario; 3) el reconocimiento de la realidad cultural propia; 4) el conocimiento de los requerimientos internacionales; 5) la actitud ética. El dirigente político es quien tendrá que optar entre los varios caminos que se le propondrán para el fin del desarrollo. No podrá, por lo tanto, dedicarse a “satisfacer encuestas”, o subirse a la primera tendencia de moda. Muchas veces las elecciones serán en contra de las tendencias de opinión momentánea, debiendo distinguir claramente entre la idiosincrasia de su pueblo y las operaciones de los medios de prensa.
El papel de los dirigentes políticos es por lo tanto esencial y no puede ser reemplazado por tecnócrata alguno. El político sólo tiene que sentir y darse cuenta de las necesidades profundas de su patria.
No requiere del consenso constante, sino responder a los anhelos fundamentales, se precisa legitimidad de origen y de ejercicio.
El rol de los dirigentes políticos es saber postergar el interés personal, por el bien común, no dejarse presionar por los influyentes de turno, saber descubrir en la propia cultura –con la que se deberían sentir identificados–, los aspectos, valores, las costumbres, más aptas para el desarrollo y a partir de ellas, generar actitudes y tomar decisiones que hagan duradero el crecimiento.
Finalmente pensamos en la participación política como elemento necesario para el auténtico desarrollo.
Comenzamos este trabajo estudiando a los griegos y terminamos pensando en ellos. Nos han legado la democracia como valor político fundamental. Recordemos que la suya era una democracia directa y hoy lo más aproximado es la democracia participativa.
Dicha participación debe ser personal, en cuanto compromiso con la Patria e identificación con su cultura. Ya quedó más que claro que todos hacemos política o, por el contrario, destruimos la comunidad en que vivimos.
En segundo término, la participación es social, es decir, en grupos intermedios, asociaciones, iglesias, sindicatos u organizaciones no gubernamentales.
La participación propiamente política, debe hoy iniciarse por lo local, los problemas autóctonos. Sin democracia municipal, imposible la democracia nacional.
Finalmente, hoy es imposible perder de vista el escenario y la responsabilidad internacional. Toda la humanidad se encuentra unida por hilos invisibles que la vuelven una.
Creemos en la democracia como esencial al desarrollo si es realmente participativa, porque en tal caso, la cultura estará presente y el bien común estará asegurado como fin de la actividad del estado. Medio necesario para ello, es la efectiva independencia del poder judicial.
El problema de los recursos es mucho más una cuestión de prioridades que de grandes inversiones, como demostrara
Amartya Sen en sus estudios económicos.
IDEAS FINALES
Rescatar lo mejor de nosotros mismos, es el único camino para un proyecto de vida en común. Para ello, es necesario
verdadera solidaridad, que nos lleve a la firme voluntad de soñar un proyecto sugestivo de vida en común, sabiendo incluso perdonar y aceptar el pasado.
La misma sociedad debe ir generando estos procesos que permitan un desarrollo original. El mantenimiento del orden constitucional es requisito ineludible. Sin instituciones estables es imposible generar un futuro.
El compromiso personal es imprescindible; aún cuando todos los dirigentes flaqueen, creemos que la sociedad y su cultura pueden resistir el embate.
La formación de una verdadera clase dirigente para la concreción de una voluntad política, y el problema de la apertura de los partidos políticos y todos los grupos intermedios a los mejores hombres, debe ser exigido por la sociedad en su conjunto, porque hace a su misma subsistencia.
En caso contrario, el único camino es el que propone Ernesto Sábato: la resistencia.
Tampoco es para sufrir tanto; nada menos que Sartre, decía que cuando Francia había estado ocupada, era cuando habían sido más libres los franceses.
La resistencia pasa por generar cultura, pasa por el amor a la patria, pasa por la búsqueda personal y grupal del bien común, pasa por la fortaleza espiritual de quienes no quieren doblegarse ante las migajas que se ofrecen a los traidores.
De una sola cosa estamos seguros: VALE LA PENA.
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