16 Feb

La Interconexión entre Virtud, Orden Social y Felicidad en Aristóteles

Aristóteles plantea que la virtud, el orden social y la felicidad están intrínsecamente interconectados en la vida humana. Según su teoría del hilemorfismo, el ser humano es una unión de cuerpo y alma, cuya parte intelectiva (razón) lo define. La ética aristotélica sostiene que el bien humano consiste en actuar según la razón, lo que implica la práctica de la virtud. Distingue entre virtudes intelectuales (saber) y éticas (hábitos de conducta), basadas en el dominio de los deseos por la razón y regidas por el término medio entre extremos viciosos.

La felicidad (eudaimonía) es el fin último del ser humano y se alcanza a través de la vida racional y virtuosa. Sin embargo, como seres sociales, también necesitamos la comunidad para lograr una vida plena. La política, extensión natural de la ética, busca el bien común, y el Estado es un medio necesario para la realización humana. Aristóteles clasifica los regímenes políticos según su orientación al bien común o su corrupción, considerando la democracia la opción más estable. En conclusión, la vida plena y feliz se alcanza a través de la razón, la virtud y el orden social.

Virtud, Felicidad y Bienestar Social en la Actualidad

Aristóteles plantea que los bienes exteriores, como la riqueza o el poder, tienen un límite en su utilidad y pueden volverse perjudiciales si no están guiados por la razón. En contraste, los bienes del alma, como la virtud y la prudencia, son siempre beneficiosos y fundamentales para alcanzar la verdadera felicidad. Además, el filósofo sostiene que la prosperidad de una ciudad depende de la virtud de sus ciudadanos y gobernantes, ya que sin justicia ni prudencia no puede existir un orden social estable.

En la actualidad, vivimos en una sociedad que a menudo valora más la acumulación de bienes materiales que el desarrollo moral e intelectual. El consumismo y la obsesión por el éxito económico han llevado a muchas personas a buscar la felicidad en factores externos, olvidando que, como señala Aristóteles, la plenitud depende de la virtud y el equilibrio interior. Las crecientes tasas de ansiedad y depresión en sociedades desarrolladas reflejan que la abundancia material no garantiza el bienestar.

Asimismo, la corrupción y la falta de ética en la política evidencian que sin virtud no puede haber justicia ni progreso real. La demagogia y la búsqueda de intereses personales han debilitado la confianza en las instituciones, afectando el bien común. Para construir una sociedad más próspera y equitativa, es fundamental recuperar los valores aristotélicos, promoviendo la educación en la prudencia, la justicia y la virtud como pilares esenciales de la vida individual y colectiva.

Desarrollo Detallado del Pensamiento Aristotélico

Virtud, orden social y felicidad son tres conceptos fundamentales del pensamiento aristotélico y son tratados ampliamente en sus obras Ética a Nicómaco y Política. Aristóteles sostiene que aquello que llamamos ser humano, como toda sustancia, es un compuesto de materia y forma (hilemorfismo), que en el caso concreto de la sustancia humana se traduce en la unión esencial de cuerpo y alma, es decir, de cuerpo y vida.

Dentro del alma —de nuestros actos vitales— Aristóteles distingue tres partes: la vegetativa, la sensitiva y la intelectiva, siendo esta última (el pensamiento) lo que caracteriza al ser humano. Aplicando esto a la ética, nuestro autor sostiene que el ser humano bueno “actúa mediante la parte racional de sí mismo”; se trata, pues, de que la razón sea la guía de todas nuestras acciones. Además, considerará que los bienes (o “valores”) auténticos no pueden ser ni los externos (riquezas), ni los corporales (placeres) sino los del alma intelectiva, puesto que lo que caracteriza al ser humano, como decimos, es su intelecto.

La Búsqueda de la Felicidad (Eudaimonía)

Aristóteles, aplicando la misma visión teleológica que observa en el comportamiento de la naturaleza a las cuestiones humanas, comienza su Ética planteándose la cuestión sobre qué es lo bueno para el ser humano, cuál es el bien supremo o fin que busca a través de todas sus acciones. Es claro que lo que buscamos en último término es la eudaimonía (felicidad, plenitud de vida), la cual ha de ser un fin último que no esté subordinado a otros fines, sino que la elegimos por ella misma. Aristóteles descarta por ello el placer, el honor, la fama, el poder o las riquezas como sinónimos de felicidad, pues todos ellos están subordinados a otros fines.

Pero ¿qué acciones nos proporcionan ese fin último? Según Aristóteles, el bien del ser humano consistirá principalmente en la acción que es peculiar de él, la de la razón y la actividad según la razón. Esta acción guiada por la razón es lo que Aristóteles llama acción virtuosa. Lo cual nos remite al otro concepto básico de su ética: la virtud (areté).

Virtudes Intelectuales y Éticas

La vida de un viviente se despliega en un conjunto de actividades que requieren de su capacidad correspondiente para ser ejecutadas. En el ser humano hay dos conjuntos de capacidades —o partes del alma— que interesan para la ética: la cognitiva o racional (propia del alma intelectiva) y la parte del deseo (que reside en las facultades vegetativas y sensitivas) y que puede obedecer o desobedecer a la razón.

La parte racional tiene una propiedad y es que los actos concretos cognitivos van dejando un sedimento en nuestra razón, y llegan a formar una disposición estable. Se trata de un saber, no solo de las cosas teóricas (matemática, física,…), sino también de cosas prácticas (acciones cotidianas). Aristóteles llama a estas disposiciones estables aretés dianoéticas (virtudes intelectuales).

Pero además, hay otras virtudes que el autor llama éticas: la parte del deseo del ser humano puede adquirir también disposiciones estables, virtudes. Son las virtudes éticas puesto que se refieren al ethos, a la costumbre o comportamiento humano. No son saberes sino hábitos conductuales basados en el dominio y el sometimiento del deseo a la razón. Es importante advertir que si no repetimos este tipo de actos o los hacemos de modo inadecuado acabaremos teniendo no una virtud, sino un vicio. Esta falta de equilibrio puede producirse por defecto o por exceso. De ahí que Aristóteles introduzca su doctrina del término medio, esto es, la virtud es un medio entre dos extremos, una perfección entre dos extremos viciosos.

La Política como Extensión de la Ética

Como hemos visto, la eudaimonía se consigue a través de la actividad conforme a la razón. Ahora bien, eso no significa que las restantes actividades humanas, hechas de modo virtuoso, puedan ser despreciadas: no somos intelectos puros, sino vivientes racionales y sociales. No es posible estar siempre pensando y dedicados a la reflexión o a la investigación, sino que hemos de vivir una vida plena en todos los sentidos.

Por eso podemos considerar la política como la continuación natural de la ética: si esta se ocupa del bien individual, aquella tiene como objetivo el bien común, para Aristóteles el más hermoso y prioritario de todos los bienes, pues solo en el ámbito social y comunitario puede alcanzar el individuo el ideal de vida feliz. En la Política, Aristóteles expresa esta idea afirmando que quien no necesita a la comunidad para vivir plena y felizmente es porque o es una bestia o un dios. No es el caso del ser humano, al que Aristóteles define como un zoon politikón (un animal político), un ser que habita de forma natural en las polis o ciudades.

El Estado, lejos de ser un artificio o un contrato, posee una entidad natural y preexiste a cada individuo como el medio necesario para que este alcance su fin propio, su plenitud como ser humano. Para alcanzar ese bien común, el Estado puede asumir distintas formas en función del número de personas que lo gobiernen: monarquía, aristocracia o democracia (politeia). Estas mismas formas constitucionales implican su propia corrupción en caso de que el objetivo perseguido por el gobierno no sea el bien común, resultando en el mismo orden la tiranía, la oligarquía y la demagogia.

La Democracia como Forma de Gobierno Más Deseable

Aristóteles considera que, en abstracto, la monarquía y la aristocracia son más óptimas que la democracia. Sin embargo, siguiendo el principio corruptio optima pésima (la corrupción de lo mejor implica lo peor), plantea que la degeneración de esas dos formas conduce necesariamente al peor de los regímenes políticos: la tiranía. Por ello, la prudencia aconseja que la democracia sea la forma de gobierno más moderada y deseable.

En definitiva, Aristóteles defiende una íntima relación y dependencia entre virtud, orden social y felicidad para —bajo la guía de la razón— perfeccionar la vida humana en todos sus aspectos. Esa vida como un todo es la felicidad-plenitud, es lo que hoy día llamaríamos “el sentido de la vida”.

Reflexión Final: El Verdadero Camino a la Felicidad

Como hemos podido ver a lo largo de la lectura de los fragmentos, deducimos que a lo largo de la historia, muchos han creído que la felicidad depende de la riqueza, el poder o el bienestar físico. Sin embargo, Aristóteles nos invita a reflexionar: ¿son estos bienes realmente los más valiosos?

Según él, los bienes materiales tienen un límite; su exceso no siempre aporta más bienestar e incluso puede ser perjudicial. En cambio, las virtudes como la prudencia y la justicia nunca sobran: cuanto más se desarrollan, más enriquecen la vida de una persona y la de la comunidad. De este modo, la verdadera felicidad no depende de la suerte ni de la acumulación de riquezas, sino del carácter y las acciones virtuosas.

Esta idea no solo se aplica al individuo, sino también a la ciudad. Una sociedad justa y próspera no se define por su poder económico o su territorio, sino por la calidad moral de sus ciudadanos y gobernantes. Una comunidad gobernada por la virtud será más estable y armoniosa que aquella que solo persigue bienes externos.

Así, Aristóteles nos deja una enseñanza fundamental: la felicidad auténtica no se encuentra en lo externo, sino en el desarrollo interior. Solo quien cultiva la virtud y actúa con prudencia puede alcanzar una vida verdaderamente plena.

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