13 Nov

Vocación y Santidad en la Iglesia

El Llamado Universal a la Santidad

Abraham fue llamado por Yahvé a los 99 años. Se le encomendó ser perfecto y padre de todas las naciones. Su nombre fue cambiado, la H simboliza su destino en la misión divina.

Jeremías, desde antes de nacer, fue conocido y designado por YHV para ser padre de las naciones. En su juventud, se le encargó la misión de proclamar la palabra divina a los pueblos y naciones.

Isaías, elegido y consagrado desde antes de su nacimiento, fue formado por YHV para ser su siervo y traer a Jacob para congregar al pueblo de Israel. En su ancianidad, llevó la palabra de Dios a todas partes.

Simón, Andrés, Santiago y Juan: Fueron llamados a ser «pescadores de hombres» y a predicar el Evangelio.

Santidad: Todos estamos llamados a ser santos, creados a imagen y semejanza de Dios. La felicidad reside en hacer la voluntad de Dios, que es nuestra santificación. Nuestra auténtica vocación es la santidad, que implica cumplir la voluntad divina con alegría. Jesús nos pide entregarnos a Él completamente, en total pobreza, olvidándonos de nosotros mismos. El primer paso hacia la santidad es la voluntad de alcanzarla. No se trata de hacer cosas extraordinarias o perfectas, sino de buscar la unión con Dios en nuestra vida diaria.

La Vocación de los Laicos

En la Iglesia, existen los ministros sagrados que han recibido el sacramento del orden y forman parte de la jerarquía. Los demás fieles son los laicos, cuya vocación es buscar el Reino de Dios, ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según los valores del Evangelio.

El laico se sitúa en la Iglesia y en el mundo, como miembro de la Iglesia y fiel a Cristo, comprometido con la construcción del Reino en su dimensión temporal. Construye la Iglesia como comunidad de fe, oración y caridad fraterna, a través de la catequesis.

El campo de acción específico del laico es el mundo. Mediante su testimonio de vida, palabra y acción, el laico tiene la responsabilidad de ordenar las realidades temporales al servicio del Reino de Dios. Esta misión se desarrolla en la familia, la educación, las comunicaciones sociales, la política, etc.

El laico debe promover el bien común, defendiendo la dignidad humana y sus derechos, protegiendo a los más débiles, construyendo la paz, la libertad y la justicia, y creando estructuras más justas y fraternas.

Los laicos participan en la misión sacerdotal de Cristo al ofrecer su vida, obras, oraciones e iniciativas apostólicas como sacrificio espiritual. Participan en la misión profética al acoger y anunciar la Palabra de Dios. Participan en la misión regia al vencer el pecado en sí mismos y en el mundo, mediante la abnegación y la santidad de vida. Ejercen diversos ministerios al servicio de la comunidad e impregnan de valores morales las actividades temporales.

La Jerarquía Eclesiástica

En la Iglesia, por institución divina, existen los ministros sagrados que han recibido el sacramento del orden y forman la jerarquía. Cristo instituyó la jerarquía eclesiástica para apacentar al pueblo de Dios y le confirió autoridad.

La jerarquía está formada por obispos, presbíteros y diáconos. Por el sacramento del orden, obispos y presbíteros actúan en nombre y persona de Cristo. Los diáconos sirven al pueblo de Dios en la palabra, la liturgia y la caridad.

El Magisterio ejerce la infalibilidad cuando el Papa proclama una doctrina definitiva sobre fe o moral, o cuando el Papa y los obispos proponen una doctrina como definitiva.

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, es el principio y fundamento de la unidad de la Iglesia. Es vicario de Cristo, cabeza del colegio episcopal y pastor de toda la Iglesia, sobre la cual tiene potestad plena.

El colegio de obispos, en comunión con el Papa, ejerce la potestad plena sobre la Iglesia. Los obispos anuncian el Evangelio con autoridad, santifican a la Iglesia dispensando la gracia de Dios, y gobiernan la Iglesia particular que se les ha confiado.

El Diaconado

Existen dos tipos de diáconos: permanentes y transitorios. Los permanentes son ordenados de forma estable para el ministerio. Los transitorios son ordenados como paso al sacerdocio.

Los diáconos deben ser varones idóneos, solteros (mínimo 25 años) o casados (mínimo 35 años). En el caso de los casados, la esposa debe estar consciente y apoyar el ministerio del esposo.

Las funciones de los diáconos incluyen custodiar y distribuir la Eucaristía, llevar el viático, administrar el bautismo, asistir al matrimonio, administrar sacramentales, presidir funerales, leer la Sagrada Escritura, enseñar, exhortar, presidir el culto y la oración, ocuparse de la caridad y la administración, y fomentar las obras apostólicas de los laicos.

El Sacerdocio

El Orden Sagrado tiene tres grados: diácono, presbítero y obispo. Representan a Cristo, cabeza de la Iglesia. Los sucesores de los apóstoles son los obispos, unidos al Papa. Sus colaboradores son los presbíteros y diáconos.

El sacerdote, colaborador del obispo, preside la parroquia. La función del sacerdocio ministerial incluye la predicación, la celebración del culto y la dirección pastoral.

En la frase de Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida«, se resume la misión del sacerdote. Como ministros de la Palabra, la estudian, meditan, predican y enseñan. Ayudan a los hermanos a alcanzar la santidad mediante los sacramentos. Guían y animan a la comunidad cristiana.

El sacerdote se consagra al servicio de Dios y de los hombres, poniendo su persona a disposición de Dios. El celibato sacerdotal es una entrega con amor a Dios y al servicio de la humanidad.

La Vida Religiosa

Cristo llama a algunos cristianos a la vida religiosa, un estilo de vida pobre, virgen y obediente, dedicado a Dios y a su Reino.

El mundo actual necesita hombres y mujeres que vivan los verdaderos valores. Los cristianos se unen en comunidades religiosas para responder a las necesidades del mundo y de la Iglesia. Existen diversos tipos de comunidades:

  • Contemplativas: Se dedican a la oración y al trabajo en el silencio, con una profunda fuerza misionera.
  • De vida apostólica: Dedican su tiempo a la oración y a las obras de apostolado, como la educación, la atención a enfermos y ancianos, la catequesis, etc.
  • Institutos seculares: Sus miembros viven en el mundo, aspirando a la perfección de la caridad y procurando la santificación del mundo desde dentro. Asumen los consejos evangélicos mediante promesas y viven en comunión fraterna.

Los Carismas

El carisma es una capacidad especial, dada por el Espíritu Santo, para el servicio de los demás. El ministerio sacerdotal es un carisma al servicio de otros carismas.

A lo largo de la historia, han surgido diversas familias religiosas con carismas diferentes, que cuidan de los enfermos, enseñan, acompañan a los pobres, etc. Esta es la misión específica de los consagrados.

La variedad de carismas en la Iglesia es inmensa. La consagración a Dios y al servicio de los hombres se expresa en los consejos evangélicos, asumidos mediante votos.

Voto de castidad: No renuncia a la amistad, sino que expresa un amor total a Dios. El cuerpo sirve para practicar la bondad y servir con amor.

Voto de obediencia: Es un acto de adoración a Dios y un camino de santificación. No se trata de obediencia ciega, sino de dejarse guiar por el Espíritu bajo la dirección del superior.

Voto de pobreza: Implica poseer los bienes en común, desprendiéndose de las cosas materiales y confiando en la providencia divina.

Los votos se basan en los consejos evangélicos de Cristo: pobreza, castidad y obediencia. Quienes se consagran en la vida religiosa viven en comunidad, dando testimonio de fraternidad.

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